La Ascensión del Señor –
Ciclo C
Lc
24, 46 – 53
Hch
1, 1 – 11
«Serán mis testigos hasta
los confines de la tierra»
Queridos hermanos y
hermanas:
En el libro de los Hechos
de los Apóstoles –en el pasaje que hemos leído hoy- se nos dice que: «Después de su Pasión, Jesús se manifestó a
los Apóstoles dándoles numerosas pruebas de que vivía, y durante cuarenta días
se les apareció y les habló del Reino de Dios» (cf. Hch 1, 3).
Por lo tanto, el Resucitado se manifestó varias veces a
los Apóstoles y los instruyó. Sin embargo, en una de esas ocasiones, cuando les
hablaba de la «promesa del Padre», es
decir, del envío del Espíritu Santo, ellos todavía le preguntaron: «Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar el
reino de Israel?» (Hch 1, 6).
«¿Es ahora cuando vas a
restaurar el reino de Israel?»
Pareciera ser que a pesar de que están en contacto con el
Resucitado todavía tienen categorías muy mundanas al pensar la realidad.
Pareciera ser que todavía siguen con la expectativa de un Mesías de liderazgo
político que restaure el reino de Israel.
Sin embargo, la resurrección y la ascensión superan todas
las categorías intra-mundanas de espacio y tiempo, y todas las fronteras
políticas y culturales. El Mesías resucitado no restaura el reino político de
Israel sino que instaura el Reino de Dios, es decir, la soberanía de Dios, la
cual consiste en “asumir su voluntad como criterio”[1]
último de la vida. Por lo tanto, este Reino de Dios que se manifiesta
plenamente en la resurrección de Jesucristo es necesariamente universal, “abarca
toda la tierra”[2].
Lo cual nos permite comprender la profundidad de las
palabras siguiente de Jesús y todo lo que ellas implican para nosotros: «Recibirán la fuerza el Espíritu Santo que
descenderá sobre ustedes, y serán mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y
Samaría, y hasta los confines de la tierra» (Hch 1, 8).
«Serán mis testigos hasta
los confines de la tierra»
La Ascensión de Cristo. 1510 - 1520. Benvenuto Tisi. Óleo sobre panel. Galleria Nazionale d´Arte Antica. Roma, Italia. Wikimedia Commons. |
Esta efusión del Espíritu que se anuncia en el día de la
Ascensión del Señor es lo que capacita a los Apóstoles, a los discípulos, a la
Iglesia toda y a cada bautizado a ser testigos del Resucitado.
Por eso, esta solemnidad litúrgica no se trata solamente
de intentar penetrar el misterio de la Ascensión del Señor al Cielo, sino de
tomar consciencia del nuevo orden de cosas que Jesús inaugura con su
resurrección y ascensión. Por eso los ángeles preguntan a los Apóstoles –y a
nosotros- : «¿ por qué siguen mirando al
cielo?» (Hch 1, 11). La Ascensión
marca el inicio del tiempo del apostolado y la misión, el tiempo de dar
testimonio alegre y fervoroso de Jesús resucitado y la vida nueva que nos
otorga por medio del Espíritu Santo.
Por supuesto que cada tanto necesitamos mirar hacia el
Cielo en la oración y la meditación del Evangelio,
en la celebración de la Eucaristía y de los demás sacramentos; pero lo hacemos
para ser «revestidos con la fuerza que
viene de lo alto» (Lc 24, 49) y
así, siempre de nuevo, ser enviados para ser sus «testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines
de la tierra» (Hch 1, 8).
«Recibirán la fuerza del
Espíritu Santo»
Digamos todavía algo más sobre el Espíritu Santo. En esta
solemnidad litúrgica de la Ascensión del
Señor y en el texto evangélico que se ha proclamado, el Espíritu Santo se
nos revela no solamente como la «promesa
del Padre» y la «fuerza que viene de
lo alto» y nos capacita para ser testigos del Resucitado.
Sino también y sobre todo, el Espíritu Santo se revela
como vínculo vivo y permanente entre el Jesús glorificado a la derecha del
Padre y su Iglesia que, misionando y dando testimonio de Él, peregrina hacia el
Cielo, hacia el Padre.
Ahora comprendemos plenamente el misterio salvífico de la
Ascensión: el mismo consiste en la glorificación de Jesús resucitado que
asciende al Padre y así causa la perpetua efusión del Espíritu que anima
interiormente a la Iglesia obrando la íntima comunión con el Resucitado, el
testimonio auténtico y creíble y la predicación con palabras y obras. Ascensión
del Señor; efusión del Espíritu y misión de la Iglesia. He ahí las tres
dimensiones del misterio que hoy celebramos.
Jesús está en tu corazón precisamente porque ha ascendido
al Padre y por la fuerza del Espíritu Santo habita en ti. ¿Dónde te envía hoy a
dar testimonio de su presencia en tu vida? ¿A qué confines existenciales te
envía hoy? ¿Qué fronteras te invita a traspasar?
A
María, Madre del Resucitado, a quien la
felicidad de su Hijo en la ascensión a su Padre la hace dichosa, le pedimos que
nos enseñe a ser auténticos testigos de Jesús resucitado llevando a todos los confines
de nuestra patria y de nuestra existencia la alegría de su presencia constante en
nuestros corazones y en nuestras vidas. Que así sea. Amén.
P.
Oscar Iván Saldívar F., I.Sch.
[1] J.
RATZINGER/BENEDICTO XVI, Jesús de
Nazaret. Desde el Bautismo a la Transfiguración (Editorial Planeta Chilena
S.A., Santiago 2007), 180s.
[2] J.
RATZINGER/BENEDICTO XVI, Jesús de Nazaret…,
109.
[3] MISAL
ROMANO, Símbolo de los Apóstoles.
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