Pentecostés – Ciclo C
Jn
20, 19 – 23
«Proclamar las maravillas
de Dios»
Queridos hermanos y
hermanas:
Celebramos hoy la solemnidad de Pentecostés, en la cual
“se nos invita a profesar nuestra fe en la presencia y en la acción del
Espíritu Santo y a invocar su efusión sobre nosotros, sobre la Iglesia y sobre
el mundo entero.”[1]
La primera lectura de este día, “tomada de los Hechos de
los Apóstoles, cuenta el evento de Pentecostés, mientras el Evangelio ofrece la
narración de lo que sucede la tarde del Domingo de Pascua.”[2]
¿Por qué se nos ofrece esta doble perspectiva que a
primera vista puede aparecer incompatible?
En realidad la perspectiva lucana y la perspectiva
joánica sobre Pentecostés se complementan, y ambas nos ayudan a comprender en
profundidad este misterio salvífico, ya que “Pascua es Pentecostés. Pascua ya es el don del Espíritu Santo.
Pentecostés, no obstante, es la convincente manifestación de la Pascua a todas
las gentes.”[3]
«Reciban el Espíritu
Santo»
Para el Evangelio
según san Juan, Pentecostés, es decir, la efusión del Espíritu Santo sobre
los Apóstoles, ocurre «al atardecer del
primer día de la semana» (Jn 20,
19).
En ese momento en que «los
discípulos se encontraban con las puertas cerradas por temor a los judíos» (Jn 20, 19), ocurre los inesperado y lo
inaudito: «llegó Jesús y poniéndose en
medio de ellos, les dijo: “¡La paz esté con ustedes!”» (Jn 20, 19). Cuando lo reconocieron, por «sus manos y su costado» (Jn 20, 20) que llevan los signos de la Pasión aún en su condición de resucitado,
«los discípulos se llenaron de alegría
cuando vieron al Señor» (Jn 20,
20).
Al encontrarse con el Resucitado los discípulos reciben
los frutos de todo el proceso pascual que Jesús realizó por nosotros en su Pasión, Muerte y Resurrección. ¿Cuáles
son estos frutos pascuales? La paz que otorga Cristo; paz que proviene de
aceptar la cruz y transformarla en entrega de amor. El envío apostólico por el
cual participamos en la misión que el Padre encomendó al Hijo. Y finalmente, el
fruto más espléndido, el Espíritu Santo que realiza la íntima comunión con Dios
y por eso opera el perdón de los pecados.
Paz en el corazón; envío misionero y la reconciliación
obrada por el Espíritu Santo son los dones pascuales. Y el recibir estos dones
pascuales y ponerlos por obra en la vida es lo que constituye el acontecimiento
de Pentecostés.
«Jesús es el Señor»
Por esta razón cada encuentro con el Resucitado es una
actualización del acontecimiento de Pentecostés. Cada vez que en los sacramentos –en especial en la Eucaristía- nos encontramos
auténticamente con Jesús resucitado, recibimos paz, envío y reconciliación en
el Espíritu. Comprendemos ahora qué significa que Pascua sea Pentecostés.
Y por esta razón Pentecostés no es un recuerdo del ayer
sino un acontecimiento de nuestro hoy.
También hoy, impulsados por el Espíritu Santo los
cristianos decimos con palabras y obras: «Jesús
es el Señor» (1 Cor 12, 3b).
También hoy «en cada uno, el Espíritu se
manifiesta para el bien común. (…) Porque todos hemos sido bautizados en un
solo Espíritu para formar un solo Cuerpo, (…), y todos hemos bebido de un mismo
Espíritu» (1 Cor 12, 7. 13).
«Proclamar las maravillas
de Dios»
Y lo que ocurrió «al
atardecer del primer día de la semana» y lo que ocurre hoy en cada
encuentro con el Resucitado debe testimoniarse, debe manifestarse. Es lo que
nos relata el libro de los Hechos de los
Apóstoles y a lo que nos exhorta la Liturgia
de hoy.
También hoy muchos hombres y mujeres esperan anhelantes
el testimonio auténtico y convincente de la Resurrección de Jesús y su
presencia y acción actuales por medio del Espíritu.
En aquel entonces los discípulos –por obra del Espíritu
Santo y por su anhelante apertura de corazón- fueron capaces de expresar en
diversidad de lenguas «las maravillas de
Dios» (Hch 2, 11).
También nosotros estamos llamados a experimentar en
nuestras vidas «las maravillas de Dios»
y proclamarlas, compartirlas con los demás.
Vas Spirituale - Vaso Espiritual Grabado. Pinterest. |
Pero ese compartir es sobre todo proclamar con alegría, autenticidad
y creatividad «las maravillas de Dios».
Cuando comparto o hablo sobre Dios, ¿cómo lo hago? ¿Hablo sobre lo que Él obra o
sobre lo que yo hago? ¿Hablo sobre sus maravillas o más bien sobre mis supuestos
méritos y los aparentes límites de los demás? ¿Presente a Dios desde la alegría
y la misericordia o desde el temor y el castigo?
La presencia del Espíritu en nuestros corazones nos lleva
a hablar de Dios con alegría y mostrando a los demás lo hermosos que es el proyecto
de vida que Dios tiene para cada uno. Y así, atraídos por esa alegría y hermosura,
muchos se acercarán al Señor, recibirán sus dones pascuales y se comprometerán a
vivir una vida nueva: la vida en Cristo, la vida del Espíritu, la vida de los hijos
de Dios y de los hermanos en la Iglesia.
En el Pentecostés que
acontece hoy, volvemos a reunirnos anhelantes en torno a María, Vas spirituale - Vaso espiritual, y le decimos
suplicantes:
“Abre nuestras almas
al Espíritu de Dios,
y que Él nuevamente arrebate
al mundo desde sus cimientos.”[4] Amén.
[1]
BENEDICTO XVI, Homilía [en
línea]. [fecha de consulta: 8 de junio de 2019]. Disponible en: <http://w2.vatican.va/content/benedict-xvi/es/homilies/2010/documents/hf_ben-xvi_hom_20100523_pentecoste.html >
[2]
CONGREGACIÓN PARA EL CULTO DIVINO Y LA DISCIPLINA DE LOS SACRAMENTOS, Directorio homilético (Biblioteca de
Autores Cristianos, Madrid 2015), 59.
[3]
Ibídem
[4] P.
JOSÉ KENTENICH, Hacia el Padre, 353.
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