29 de diciembre de 2020
Primer aniversario de la dedicación de la Iglesia
Santa María de la Trinidad
Día V dentro de la Octava de
Navidad
Lc 2, 22 – 35
«Mis ojos han visto la salvación que preparaste»
Queridos hermanos y hermanas:
Celebramos
el primer aniversario de la dedicación de esta Iglesia Santa María de la Trinidad. Hace un año, este templo fue
dedicado con rito solemne a Dios y al culto cristiano por el obispo diocesano:
Monseñor Joaquín Robledo.
La unción
De
ese día, recuerdo sobre todo algunos momentos significativos. Una parte de la
solemne oración de dedicación, pronunciada por el obispo, dice:
“Te suplicamos, pues, Padre santo, que te
dignes impregnar con santificación celestial esta Iglesia y este Altar, para
que sean siempre un lugar santo y una mesa siempre lista para el sacrificio de
Cristo.”
Luego
de esa solemne oración, recuerdo que se procedió a ungir con crisma el altar y los muros de la
iglesia. Los doce cruces que vemos en los muros de este templo nos señalan los
lugares en que los muros de esta iglesia recibieron la unción.
Altar
y muros ungidos nos hablan –en el rico lenguaje simbólico de la Liturgia- de
Jesús de Nazaret, el Cristo, el Ungido de Dios.
Ese
día de la dedicación, en el momento en que Monseñor Joaquín vertía el crisma sobre el altar, el perfume del
mismo impregnó con su aroma todo el presbiterio. Algo similar ocurría en los
puntos en que los muros de la iglesia recibían la unción. El aroma de Cristo se
expandía, Cristo iba tomando posesión de ese lugar santo para así ir habitando
en los corazones de sus fieles.
Otro
momento hermoso de la celebración fue la incensación del altar, de los muros y
de todo el Pueblo de Dios congregado ese día. El abundante incienso subía hacia
lo alto, así como anhelamos suba al cielo nuestra oración.
Como
vemos, todo el rito solemne de dedicación de este altar y esta iglesia, nos
habló –y nos sigue hablando- de Cristo, el Ungido de Dios, en quien nosotros
somos constituidos por el Bautismo,
como hijos, como ungidos y como templo vivo de Dios. Tal como lo expresa san
Pablo en la Primera Carta a los
Corintios: «¿No saben que
ustedes son templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en
ustedes? El templo de Dios es sagrado, y ustedes son ese templo.» (1 Cor 3, 16. 17).
Lo
que hemos vivido durante la dedicación solemne de esta iglesia, es símbolo de
lo que ocurre en cada bautizado.
El
edificio material y el edificio espiritual
Sin duda que celebramos este
aniversario finalizando un año muy particular, el año 2020, el año de la
pandemia del coronavirus.
La situación sanitaria y sus
restricciones no nos permitieron avanzar
mucho en la construcción material de esta iglesia; pero sin duda que este fue
un año en que avanzamos en la edificación espiritual de la Iglesia que es el Pueblo
de Dios.
Iglesia Santa María de la Trinidad
Santuario Tupãrenda
Ypacaraí/Itauguá - Paraguay
Es verdad que cada hogar cristiano
se convirtió en una pequeña iglesia este año: cuántos momentos de oración
vividos en familia, cuántos rosarios en los nichos y santuarios del hogar,
cuántas eucaristías virtuales vividas como si fueran presenciales en cada casa
llena de fe. Sí, sin duda que las dificultades, iluminadas por la fe, nos
permitieron edificar con Dios, su templo espiritual que es su Pueblo.
Cada persona, cada familia, cada
hogar, fue edificado como templo y Cuerpo de Cristo en este tiempo. Así
comprendemos que los edificios sagrados son signos de la iglesia viva que somos
nosotros.
«Mis ojos han visto la salvación que preparaste»
Finalmente, en este tiempo de Navidad, el evangelio
proclamado hoy (Lc 2, 22 – 35) nos
recuerda la presentación del niño Jesús en el Templo de Jerusalén.
Allí, “en el lugar del encuentro
entre Dios y su pueblo (…) se produce el ofrecimiento público de Jesús a Dios,
a su Padre.”[1]
Y en ese ofrecimiento, en esa presentación al Padre, Jesús es ofrecido a todo
Israel, a toda la humanidad, a todos y a cada uno de nosotros.
Así lo entendió Simeón que al tomar
al niño en brazos exclamó: «mis ojos han
visto la salvación que preparaste delante de todos los pueblos» (Lc 2, 30 – 31). Sí, en el antiguo
Templo, Simeón y Ana se alegraron de ver esta salvación de Dios. Se alegraron
de ver entra en el Templo al deseado por todas las naciones.
Pidamos también esa gracia para
nosotros y para todos los que acudan aquí con fe: que aquí siempre de nuevo
podamos encontrar la salvación que Dios ha preparado para nosotros. Que aquí
siempre de nuevo –en la cercanía del Santuario- podamos encontrar a Jesús, «luz de las naciones y gloria de Israel»,
en su Evangelio y en su Eucaristía, en el sacramento de la Reconciliación y en la comunidad reunida
en oración y caridad. Sí, que podamos ver y experimentar la salvación de Dios.
Y anhelando experimentar esa
salvación de Dios que se nos ofrece en este lugar santo, volvemos a entregarnos
a nuestra querida Mater, María de la
Trinidad, a quien le decimos:
“María,
remolino de amor del Padre,
del Hijo y del Espíritu Santo,
lleva mi corazón consagrado
hasta el corazón mismo de Dios Trino,
para que nazca Cristo de nuevo
en todos los paraguayos.
María de la
Trinidad: ruega por nosotros, te damos el corazón. Amén.”
P. Oscar Iván Saldívar, I.Sch.
[1] J. RATZINGER/BENEDICTO XVI, La Infancia de Jesús, 89.