Domingo
29° durante el año – Ciclo A
Mt 22, 15 – 21
18
de Octubre de 2020
Con María, Reina de la Salud, cuidamos la vida y la
familia
Queridos
hermanos y hermanas:
En el evangelio de hoy (Mt 22, 15 – 21) se nos presenta a «los fariseos [que] se reunieron para
sorprender a Jesús en alguna de sus afirmaciones» (Mt 22, 15); con tal finalidad le preguntan al Señor: «¿Está permitido pagar el impuesto al César
o no?» (Mt 22, 17).
La pregunta es compleja y está
planteada de forma hábil y capciosa. Si Jesús responde afirmativamente, se pone
del lado del poder romano que oprime al pueblo de Israel; si responde
negativamente, puede ser acusado por sus mismos interlocutores por alzarse en
rebelión en contra del poder de ocupación. En cualquiera de los dos casos los
fariseos esperar «sorprender» a Jesús
y desacreditarlo tanto ante los judíos como los romanos.
Sin embargo, serán los fariseos
quienes quedarán sorprendidos por la inesperada sabiduría y profundidad de la
respuesta de Jesús: «Den al César lo que
es del César, y a Dios, lo que es de
Dios» (Mt 22, 21).
«Den
al César lo que es del César»
¿Qué significa «den al César lo que es del César»?
Antes de ofrecer esta respuesta a
los fariseos, Jesús pide: «Muéstrenme la
moneda con la que pagan el impuesto», seguidamente el Señor pregunta: «“¿De quién es esta figura y esta
inscripción?”. Le respondieron: “Del César”».
Jesús reconoce que la moneda lleva
la inscripción del César, por lo tanto le pertenece al César.
A partir de allí podríamos decir que
Jesús reconoce que hay una autoridad establecida que gobierna la vida social.
De aquí no podemos sacar la conclusión de que Jesús aprobaba la ocupación
romana en Israel. No es este el punto.
Sin embargo, nosotros, discípulos de
Jesús hoy, podemos reflexionar en que Jesús distingue claramente entre el
ámbito espiritual religioso y el ámbito político. No los mezcla, no los
confunde, no los une. En efecto, “el reino de Jesús no puede ser identificado
con ninguna estructura política.”[1]
De hecho, en otro pasaje evangélico el Señor mismo dirá: «Mi Reino no es de este mundo» (cf. Jn 18, 36).
Ahora bien, también es importante
señalar que en este pasaje de Mateo,
Jesús no se opone necesariamente a la autoridad política. Le reconoce su lugar
dentro de los límites justos y razonables: «Den
al César lo que es del César».
Lo mismo hacemos los cristianos: damos al César lo que
es del César. Lo que corresponde al Estado cuando este vela por el orden social
y el bien común, los cristianos lo damos: impuestos, capacidades, cooperación. Así
lo hemos hecho especialmente en este tiempo de pandemia ayudando concretamente
a cuidar la vida y la familia.
De la misma manera, nuestra vocación cristiana nos
lleva a alzar la voz cuando el Estado no cumple con su rol y cometido en la
vida social, pues la Iglesia -y en Ella cada bautizado- “tiene una misión de
verdad que cumplir en todo tiempo y circunstancia a favor de una sociedad a
medida del hombre, de su dignidad y de su vocación.”[2]
Sí, al César pertenecen sus monedas, su autoridad para
servir al bien común de toda la sociedad y nuestra cooperación como ciudadanos maduros
y corresponsables.
Pero, ¿qué pertenece a Dios?
«A
Dios, lo que es de Dios»
Jesús sorprende a los fariseos –y
también nos sorprende a nosotros- al responder: «Den al César lo que es del César, y a Dios, lo que es de Dios».
¿Qué es lo que pertenece a Dios?
Volvamos a la moneda con la cual pagaban el impuesto al César. «Le presentaron un denario» con la
figura y la inscripción del César. El denario lleva la marca, el sello del César.
A partir de allí podríamos
preguntarnos: ¿Dónde ha dejado Dios su sello, su marca? Por la fe sabemos y
creemos que “el universo está lleno de la presencia de Dios, pero sobre todo ha
dejado la huella de su gloria en el hombre –varón y mujer-, creado a su
imagen.”[3]
Sí, por el acto creacional, cada uno de nosotros es imagen de Dios, cada uno de
nosotros lleva la huella de Dios.
Y por el acto salvador en Cristo,
cada uno de nosotros ha sido sellado por Dios. Como dice san Pablo: «[En Cristo], ustedes, los que escucharon la Palabra de la verdad, la
Buena Noticia de la salvación, y creyeron en ella, también han sido marcados
con un sello por el Espíritu Santo prometido.» (Ef 1, 13).
Sí, nosotros le pertenecemos a Dios.
Portamos su imagen y su sello. Cada persona, cada vida humana, le pertenece a
Dios. Cada persona humana es imagen de Dios y por ello tiene una dignidad
inalienable. Cada cristiano lleva en su interior el sello del Espíritu, es
pertenencia e instrumento de Dios.
Por ello es que Jesús tiene la
libertad interior de reconocer su espacio a la autoridad política, sin
confundir ese espacio con el ámbito de la fe, del Reinado de Dios. Las
relaciones sociales humanas necesitan instrumentos humanos que las rijan y
coordinen justamente, salvaguardando la dignidad inalienable de cada persona
humana y respetando y reconociendo la libertad de consciencia en cuestiones
religiosas y de fe.
El Señor sabe que tenemos la
libertad y el anhelo de entregar nuestro corazón a Dios, a quien le pertenece y
en quien descansa. Y precisamente, un corazón entregado a Dios está capacitado
para cooperar auténticamente al bien común de la sociedad porque “si el corazón
del hombre no es bueno, ninguna otra cosa puede llegar a ser buena. Y la bondad
de corazón solo puede venir de Aquel que es la bondad misma, el Bien.”[4]
Con
María, Reina de la Salud
Por ello, al celebrar hoy los 106
años de la Alianza de Amor con María invocándola como Reina de la Salud, con decisión, confianza y esperanza, renovamos
con Ella la Alianza de Amor, ese mutuo intercambio de corazones, bienes e
intereses.
Captura de pantalla de la transmisión de la Misa del 18 de Octubre en Tupãrenda. Iglesia Santa María de la Trinidad. 18 de Octubre de 20202. |
Como dice nuestro Padre Fundador, se trata de “una perfecta alianza de amor recíproca, es decir, un perfecto intercambio recíproco de bienes o de corazones, o una perfecta fusión de corazones entre los dos contrayentes de la alianza. (…) La actitud de ambos tiene el mismo espíritu: Totum pro toto, todo por todo; entrega total por entrega total, amor por amor, fidelidad por fidelidad.”[5]
Y esta perfecta Alianza de Amor,
esta entrega total a la Santísima Virgen María se realiza “por Dios, en Dios y
para Dios”[6]
y por ello la Alianza de Amor con María es renovación del Bautismo en Cristo y realización
de lo que hoy nos pide Jesús: «Den al César
lo que es del César, y a Dios, lo que es de Dios», el corazón.
A María, Reina de la Salud, le entregamos nuestro corazón consagrado para que
lo lleve “hasta el corazón mismo de Dios Trino, para que nazca Cristo de nuevo en
todos los paraguayos.”[7]
A María, Reina de
la Salud, le entregamos nuevamente la corona ofreciéndonos como instrumentos
para cuidar la vida y la familia.
Reina
de la Salud, ruega por nosotros.
Reina
de la Salud, cuenta con nosotros. Amén.
P. Oscar Iván Saldívar, I.Sch.
Rector del Santuario de Tupãrenda
[1] J. RATZINGER/BENEDICTO XVI, Jesús
de Nazaret. Desde el Bautismo a la Transfiguración (Editorial Planeta
Chilena S.A., Santiago de Chile 2007), 65.
[2] BENEDICTO XVI, Caritas in veritate 9
[3] Cf. MISAL ROMANO, Prefacio Común
IX.
[4] J. RATZINGER/BENEDICTO XVI, Jesús
de Nazaret. Desde el Bautismo a la Transfiguración (Editorial Planeta
Chilena S.A., Santiago de Chile 2007), 58.
[5] P. JOSÉ KENTENICH, El Secreto de
la vitalidad de Schoenstatt. 2° Parte. Espiritualidad de Alianza (Editorial
Nueva Patris S.A., Santiago de Chile 2011), 209.
[6] Ídem, 210.
[7] Oración María de la Trinidad.
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