La vida es camino

Creo que una buena imagen para comprender la vida es la del camino. Sí, la vida es un camino. Y vivir se trata de aprender a andar ese camino único y original que es la vida de cada uno.
Y si la vida es un camino -un camino lleno de paradojas- nuestra tarea de vida es simplemente aprender a caminar, aprender a vivir. Y como todo aprender, el vivir es también un proceso de vida.
Se trata entonces de aprender a caminar, aprender a dar nuestros propios pasos, a veces pequeños, otras veces más grandes. Se trata de aprender a caminar con otros, a veces aprender a esperarlos en el camino y otras veces dejarnos ayudar en el camino. Se trata de volver a levantarnos una y otra vez cuando nos caemos. Se trata de descubrir que este camino es una peregrinación con Jesucristo hacia el hogar, hacia el Padre.
Y la buena noticia es que si podemos aprender a caminar, entonces también podemos aprender a vivir, podemos aprender a amar... Podemos aprender a caminar con otros...
De eso se trata este espacio, de las paradojas del camino de la vida, del anhelo de aprender a caminar, aprender a vivir, aprender a amar. Caminemos juntos!

viernes, 26 de febrero de 2021

«El Espíritu Santo llevó a Jesús al desierto»

 

Domingo I de Cuaresma – Ciclo B – 2021

Mc 1, 12 – 15

«El Espíritu Santo llevó a Jesús al desierto»

           

Queridos hermanos y hermanas:

En este primer Domingo de Cuaresma, la Liturgia de la Palabra nos ofrece como texto evangélico un pasaje tomado del Evangelio según San Marcos (Mc 1, 12 – 15). Se trata de cuatro versículos que están redactados muy sencillamente, en el estilo de Marcos, pero que contienen una riqueza que no solamente vale la pena desentrañar sino que puede orientar este inicio de la Cuaresma.

«El Espíritu Santo llevó a Jesús al desierto»

En primer lugar quisiera llamar la atención sobre el primer versículo del texto: «El Espíritu Santo llevó a Jesús al desierto» (Mc 1, 12). Vemos que el Espíritu Santo actúa, el Espíritu guía, orienta, conduce. Es Él quien lleva a Jesús al desierto. Así mismo es importante notar que Jesús se deja guiar, Él es dócil a esa conducción del Espíritu Santo. A partir de este versículo podemos tomar conciencia de que la docilidad significa apertura y humildad. Ser dóciles significa estar abiertos al otro; ser humildes significa aceptar la orientación, la guía y la conducción de otro, y en ese otro percibir la conducción del mismo Espíritu.

Esta apertura de corazón, esta apertura de alma trae a mi mente una oración que está en el libro de oraciones Hacia el Padre. En una de esas estrofas dice: “Abre nuestras almas al Espíritu de Dios, y que Él nuevamente arrebate al mundo desde sus cimientos.”[1]

“Abre nuestras almas al Espíritu de Dios”. Pienso que esta debe ser nuestra petición y nuestra actitud constante en el inicio de esta Cuaresma. Que nuestra alma esté abierta al Espíritu de Dios, a sus inspiraciones y a su conducción.

En ese sentido, Cuaresma es el tiempo de la apertura y de la docilidad del alma a Dios. Y ese es el sentido profundo de las prácticas cuaresmales del ayuno, de la oración y de la limosna.

Siempre de nuevo necesitamos recordar cuál es el sentido de las prácticas cuaresmales. En primer lugar para no realizarlas como meros actos exteriores o como mero cumplimiento formal o ritual, y en segundo lugar, para realizar la experiencia a la cual quieren llevarnos estas prácticas cuaresmales.

En la oración colecta de este día el sacerdote le pide a Dios el poder conocer el misterio de Cristo en este tiempo de Cuaresma. Precisamente ese es el sentido de estas prácticas cuaresmales cuando las vivimos de corazón, cuando las vivimos con sinceridad: tener ese conocimiento vital del misterio de Cristo, estar más abiertos a la presencia y acción de Dios en nuestra vida y por ello ser dóciles a su conducción.

A medida que vayamos realizando con sinceridad estás prácticas, ellas nos abrirán a la presencia de Dios. El ayuno nos señala la primacía de Dios en nuestras vidas, ya que como está en el Evangelio de Mateo: «El hombre no vive solamente de pan, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios» (Mt 4, 4). Por eso el ayuno quiere señalarnos que en último término, si bien el alimento físico es necesario, nuestro alimento más profundo es la relación con Dios y por tanto, verdaderamente en nuestra vida hay una primacía, una prioridad de Dios. Prioridad que muchas veces nosotros mismos olvidamos. La oración apunta a la apertura del corazón hacia Dios, esa apertura íntima que se da en el diálogo y la escucha de su Palabra. Y la limosna nos invita a abrir el corazón hacia nuestros hermanos, a salir de nosotros mismos hacia su encuentro con sinceridad y generosidad.

Por eso, al iniciar este tiempo de Cuaresma es bueno que llenemos de sentido nuestras prácticas cuaresmales para vivirlas como experiencias de apertura a Dios y de docilidad a su Espíritu y a sus mociones.

Por eso les invito a volver a mirar estas tres prácticas cuaresmales y preguntarnos cómo las vamos a realiza, cómo las vamos a vivir. ¿Cómo va a ser en este tiempo de Cuaresma mi ayuno, cómo va hacer mi oración, en qué circunstancias o situaciones voy a poder practicar esa generosidad a la que me llama la limosna?

 También podemos cuestionarnos con sinceridad de qué tenemos que ayunar para estar más abierto a Dios y ser más libres y dóciles a su conducción en mi vida.

Cuando hablamos del ayuno, sin duda lo hacemos concretamente del ayuno corporal, donde se nos invita a renunciar a alimentarnos durante un tiempo de alimentos físicos, para volver a recordar que necesitamos alimentarlos de la Palabra y la presencia de Dios.

Así mismo, la práctica del ayuno implica fortalecer nuestra débil voluntad de sacrificio y animarnos a hacer el bien. Aquel que no educa su propia voluntad difícilmente va a realizar el bien que quiere realizar, porque realizar el bien siempre requiere cierto sacrificio, cierta renuncia del yo. Por ello, el ayuno también apunta a fortalecer la propia personalidad, pero en último tiempo a recordar que nuestro alimento es la presencia y la Palabra de Dios, y por eso, además del ayuno físico, preguntémonos también de qué situaciones, de qué actitudes mías, de qué costumbres, tengo yo que ayunar, ya que muchas veces, al realizar estas actitudes, al realizar estos actos, al vivir esas costumbres, nos vamos cerrando a la presencia de Dios y a su conducción.

«Al desierto»

«El Espíritu Santo llevó a Jesús al desierto». Para la Sagrada Escritura el desierto como realidad e imagen es muy importante. El desierto es soledad y silencio. Nos cuesta imaginar un paraje desierto, porque no tenemos una experiencia de primera mano, pero podemos entender lo que un lugar físico como el desierto implica y cuáles son también sus implicancias espirituales.

En primer lugar el desierto, en el sentido espiritual, apunta hacia la soledad y el silencio. El desierto es un lugar exigente y rústico, sin comodidades, y sobre todo sin distracciones.

El texto evangélico menciona tres realidades que Jesús encuentra en el desierto: las tentaciones, la convivencia con las fieras -es decir animales-, y la compañía y el servicio de los ángeles de Dios. ¿De qué nos hablan estas tres realidades?

Si bien las tentaciones no están desarrolladas en la versión de Marcos (Mc 1, 12 – 15), por Lucas (Lc 4, 1 – 13) y Mateo (Mt 4, 1 – 11) conocemos el contenido de las mismas. Pero más allá del contenido, la realidad de la tentación nos habla de la necesidad del autoconocimiento y de la integración de nuestra personalidad humana.

Jesús tentado en el desierto
Mosaico. Marko Ivan Rupnik.

Muchas veces miramos la tentación solamente desde el punto de vista moral -que es necesario-, pero también tenemos que mirar la tentación desde el punto de vista del autoconocimiento, porque nuestras tentaciones nos hablan de las grietas que hay en nuestra alma, en nuestra personalidad. Grietas que van a estar siempre presentes, que nos van a acompañar en el camino de la vida y, en ese sentido, necesitamos aprovechar la tentación para desarrollar un autoconocimiento: ¿qué cosas y situaciones, qué personas y realidades abren esas grietas que hay en mi alma y que necesito integrar por medio del autoconocimiento y de la autoeducación? Recordémoslo: la tentación, en último término, apunta a la necesidad de integración de la personalidad humana.

La convivencia con los animales nos habla de la comunión con la realidad creada. En la primera lectura, tomada del libro del Génesis (Gn 9, 8 – 15), hemos escuchado sobre el arca de Noé y los animales que estaban en ella, y cómo el Señor renueva su alianza con todo el género humano, pero también con toda la realidad creada representada en los animales. También nosotros como personas estamos llamados a entrar en esa comunión con la creación, con la realidad que nos rodea. En efecto, todo  pecado es siempre una ruptura de esa comunión con Dios, con las personas que nos rodean, con la realidad en la cual vivimos y con nosotros mismos.

En ese sentido, la experiencia del desierto le permite a Jesús mostrarnos que es necesario primero integrar nuestra personalidad, en segundo lugar renovar nuestra comunión con la realidad creada, con el ambiente en el cual vivimos, y finalmente, por medio de la compañía y el servicio de los ángeles, nos habla de la necesidad de renovar también siempre la comunión con Dios.

Así el desierto se nos muestra como lugar exigente, pero precisamente por ello, como lugar de madurez y de crecimiento, como lugar de integración y de comunión, como lugar de experiencia y preparación.

Es interesante que la Liturgia ponga en el primer Domingo de Cuaresma este episodio de Jesús guiado por el Espíritu hacia el desierto, y que en el desierto encontremos este lugar de integración de la personalidad humana, de la relación con la creación y de la comunión con Dios. En el fondo, esto es lo que necesitamos hacer en este tiempo de Cuaresma.

Así el tiempo de Cuaresma se nos brinda como una oportunidad para que vayamos integrando nuestra personalidad, con ayuda de la gracia de Dios y también con nuestra propia colaboración. Aquellos pecados, aquellos defectos, aquellas tentaciones que parecen siempre desordenar  nuestra vida, debemos integrarlas en la relación con Jesús. Eso nos llevará a integrarnos en el ambiente en el cual vivimos de forma sana y auténtica; y eso nos llevará también a la comunión con Dios.

Así el desierto, lugar exigente pero lugar de la integración, es lugar de preparación. Porque la conducción del Espíritu y la estancia en el desierto se transforman para Jesús -y por lo tanto para cada bautizado- en experiencia de la cercanía del Reino de Dios.

«El Reino de Dios está cerca»

Antes de iniciar su misión, Jesús es conducido por el Espíritu a la experiencia del desierto y eso es como una preparación a lo que Él tiene que realizar posteriormente. Luego de esa experiencia puede Jesús anuncia que «el tiempo se ha cumplido: el Reino de Dios está cerca. Conviértanse y crean en la Buena Noticia».

También nosotros necesitamos dejarnos conducir  por el Espíritu en este tiempo, dejarnos llevar al desierto para así experimentar la cercanía del Reino de Dios y la llamada del Señor a la conversión.

Por eso quisiera invitarles a que hagamos de esta Cuaresma un auténtico desierto espiritual, un auténtico tiempo de apertura a Dios y de docilidad a su Espíritu. Cuando sintamos en nuestro corazón que el Espíritu nos invita a hacer silencio, a retirarnos de repente a la soledad para poder facilitar el encuentro con Dios, sigamos esa moción del Espíritu Santo.

El Espíritu Santo se manifiesta muchas veces como una pequeña brisa, por ello tenemos que estar atentos. Si vivimos constantemente distraídos y dispersos no percibiremos esa pequeña brisa del Espíritu.

Esa moción del Espíritu en nuestro interior muchas veces nos invita a buscar la oración, a buscar el silencio, a buscar la lectura de los Evangelios, a buscar la reconciliación con Dios. Cuando sintamos esa moción, ese soplo del Espíritu de Dios en el corazón, no dejemos que pase, sigamos esa moción y busquemos esos espacios de desierto espiritual. El Señor nos está llamando, Él quiere que le abramos el corazón para que Él pueda conducirnos en el día a día.

Por todo ello, una vez más, a nuestra querida Mater, Mujer de corazón dócil y abierto, le pedimos: “abre nuestras almas al Espíritu de Dios, y que Él nuevamente arrebate al mundo desde sus cimientos”. Amén.

 

P. Oscar Iván Saldívar, I.Sch.P.

Rector del Santuario Tupãrenda - Schoenstatt



[1] P. JOSÉ KENTENICH, Hacia el Padre, estrofa 353.

No hay comentarios:

Publicar un comentario