Miércoles de Ceniza – 2021
Mt 6, 1 – 6. 16 – 18
Cuaresma: tiempo de interioridad
Queridos hermanos y hermanas:
Nuevamente
la Liturgia de nuestra fe nos
introduce en el tiempo de Cuaresma a
través de esta celebración del Miércoles
de Ceniza. La imposición de la ceniza bendecida significa el inicio de un
tiempo y de una actitud de conversión. Como sabemos, la Cuaresma se nos ofrece como “un tiempo de renovación para la
Iglesia, para las comunidades y para cada creyente.”[1]
Si
bien la Cuaresma es un ofrecimiento,
un don, un «tiempo favorable, un día de
salvación» (2 Cor 6, 2), depende
de cada uno de nosotros el aceptar y acoger este don auténticamente. Depende de
cada uno, de cada corazón, el vivir este tiempo de renovación con una actitud
de conversión. Tiempo y actitud son acontecimientos que se deciden en el
corazón humano.
«Desgarren el corazón y no sus vestiduras»
Por
eso, los textos de la Liturgia de la
Palabra apuntan hacia el corazón humano, hacia nuestra interioridad: «Vuelvan a mí de todo corazón… Desgarren su
corazón y no sus vestiduras» (Jl
2, 12. 13), dice el Señor por boca del profeta Joel. En la misma línea se
expresa Jesús en el evangelio: «Tengan
cuidado de no practicar su justicia delante de los hombres para ser vistos por
ellos: de lo contrario, no recibirán ninguna recompensa del Padre de ustedes
que está en el cielo» (Mt 6, 1).
Tanto
la limosna como la oración y el ayuno se realizan auténticamente cuando se
hacen en presencia del Padre «que ve en
lo secreto» (cf. Mt 6, 1-6.
16-18), es decir, que ve el corazón.
Cuando
vivimos la Cuaresma como tiempo de
conversión y con actitud de conversión, “la vía de la pobreza y de la privación
(el ayuno), la mirada y los gestos de
amor hacia el hombre herido (la limosna)
y el diálogo filial con el Padre (la
oración) nos permiten encarnar una fe sincera, una esperanza viva y una
caridad operante.”[2]
La
actitud de conversión nace de un corazón sincero, de un corazón manso y
humilde. El corazón que reza con el salmista: «yo reconozco mis faltas y mi pecado está siempre ante mí»; es el
mismo que es capaz de pedir: «crea en mí,
Dios mío, un corazón puro, y renueva la firmeza de mi espíritu» (Salmo 50, 5. 12).
Del
corazón brotan “los sentimientos, las actitudes y las decisiones de quien desea
seguir a Cristo.”[3]
Por ello, no nos engañemos, no seamos ingenuos ni irresponsables. El mero paso
del tiempo cuaresmal no nos transformará. La mera práctica exterior de
penitencias y renuncias no nos convertirá al Señor.
Lo
que nos transformará interiormente, por obra del Espíritu Santo, es el
decidirnos día a día por Jesús y su seguimiento; es el volver a comenzar todos
los días. Cada día de este tiempo cuaresmal será «día de la salvación» si en
nuestro corazón elegimos el amor a Dios y a nuestros hermanos por sobre el
egoísmo que nos encierra en nosotros mimos: si elegimos la oración por sobre la
distracción; el ayuno por sobre los excesos y la comodidad; la limosna por
sobre las excusas y la indiferencia.
Recordémoslo:
en el corazón tenemos la capacidad de elegir cómo vivir; de elegir qué realizar
y qué evitar. Tenemos la capacidad del amor y de la libertad.
«Para ser vistos por ellos»
Aún en
las condiciones exigentes y a veces inciertas del tiempo actual debido a la pandemia
de Covid-19, podemos elegir en nuestro corazón cómo vivir cada situación y circunstancia.
De hecho,
la actual situación sanitaria nos da diversas oportunidades para llenar de sentido
cristiano lo que hacemos o evitamos. En este tiempo, el amor al prójimo, el encuentro
con Cristo en el hermano, puede expresarse no sólo en la limosna, sino también en
el cuidado paciente y respetuoso de nuestros enfermos, ancianos y niños; en el cumplimiento
consciente y responsable de las medidas sanitarias de prevención; en las palabras
de aliento a los enfermos y a los trabajadores de la salud; en el soportar con rostro
y corazón sereno las pequeñas contrariedades de la vida cotidiana.
Y todo
ello, no para ser «vistos por los hombres»
(cf. Mt 6, 1) sino por amor al «Padre que ve en lo secreto» (cf. Mt 6, 4. 6. 18) y para formar nuestro corazón
a semejanza del corazón de Jesús, ya que “quien desea un corazón misericordioso
necesita un corazón fuerte, firme, cerrado al tentador, pero abierto a Dios. Un
corazón que se deje impregnar por el Espíritu y guiar por los caminos del amor que
nos llevan a los hermanos y hermanas. En definitiva, un corazón pobre, que conoce
sus propias pobrezas y lo da todo por el otro.”[4]
Tiempo de interioridad
Por ello,
en este «tiempo favorable» volvamos a
nuestro corazón, a nuestro mundo interior, para poder abrirnos desde adentro a Dios
y a nuestros hermanos, para poder renovar nuestra actitud, cultivar nuestro espíritu
y así asumir auténticamente un estilo de vida cristiano que irradie desde el corazón
lo que «el Padre que está en el cielo»
ha puesto en cada uno de nosotros: la vocación de hijos y hermanos en Cristo.
A María,
Refugium peccatorum – Refugio de los pecadores,
encomendamos el itinerario cuaresmal que nos lleva a adentrarnos en el propio corazón,
para allí ser renovados en Cristo, y desde allí, caminar junto a nuestros hermanos
hacia la noche santa de la Pascua, en la cual “Jesucristo resucitado brillará sereno
para el género humano.”[5]Amén.
P. Oscar Iván Saldívar, I.Sch.P.
Rector del Santuario Tupãrenda -
Schoenstatt
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