La vida es camino

Creo que una buena imagen para comprender la vida es la del camino. Sí, la vida es un camino. Y vivir se trata de aprender a andar ese camino único y original que es la vida de cada uno.
Y si la vida es un camino -un camino lleno de paradojas- nuestra tarea de vida es simplemente aprender a caminar, aprender a vivir. Y como todo aprender, el vivir es también un proceso de vida.
Se trata entonces de aprender a caminar, aprender a dar nuestros propios pasos, a veces pequeños, otras veces más grandes. Se trata de aprender a caminar con otros, a veces aprender a esperarlos en el camino y otras veces dejarnos ayudar en el camino. Se trata de volver a levantarnos una y otra vez cuando nos caemos. Se trata de descubrir que este camino es una peregrinación con Jesucristo hacia el hogar, hacia el Padre.
Y la buena noticia es que si podemos aprender a caminar, entonces también podemos aprender a vivir, podemos aprender a amar... Podemos aprender a caminar con otros...
De eso se trata este espacio, de las paradojas del camino de la vida, del anhelo de aprender a caminar, aprender a vivir, aprender a amar. Caminemos juntos!

domingo, 14 de febrero de 2021

«Lo quiero, queda purificado»

 

Domingo 6° del tiempo durante el año – Ciclo B - 2021

Mc 1, 40 – 45

«Lo quiero, queda purificado»

 

Queridos hermanos y hermanas:

            En el evangelio de hoy (Mc 1, 40 – 45) se nos presenta el encuentro entre un hombre que padecía lepra y Jesús. Como sabemos la lepra “era símbolo de impureza: el leproso tenía que estar fuera de los centros habitados e indicar su presencia a los que pasaban. Era marginado por la comunidad civil y religiosa. Era como un muerto ambulante.”[1]

            Lo hemos escuchado en la primera lectura, tomada del Libro del Levítico: «La persona afectada de lepra llevará la ropa desgarrada y los cabellos sueltos; se cubrirá hasta la boca e irá gritando: «¡Impuro, impuro!». Será impuro mientras dure su afección. Por ser impuro, vivirá apartado y su morada estará fuera del campamento.» (Lv 13, 45 – 46).

            Podemos imaginar lo duro de la vida de un leproso. Al dolor propio de la enfermedad, se suma el sufrimiento que causan la estigmatización y marginación social y el aislamiento. Y por estas mismas razones podemos apreciar la fuerza interior de este hombre que busca a Jesús y se acerca a Él, venciendo prejuicios y temores.

            Sólo un auténtico encuentro entre personas es capaz de vencer prejuicios y temores. Contemplemos cómo se da este encuentro en el texto evangélico de hoy.

«Se le acercó un leproso»  

            Según nos relata el evangelio: «se le acercó un leproso a Jesús para pedirle ayuda y, cayendo de rodillas, le dijo: “Si quieres, puedes purificarme”» (Mc 1, 40). Consideremos con atención este sencillo versículo. El leproso se acerca, se pone de rodillas y expresa con palabras su petición. Acercarse, arrodillarse y hablar, pedir, orar; expresar con palabras lo que hay en el corazón.

            Repitámoslo: acercarse a Jesús, arrodillarse con humildad y orar con confianza. Estos actos del leproso del evangelio son como tres pasos para hacer oración. Es como si el leproso, con sus acciones y actitudes, nos estuviese mostrando el camino hacia la oración que es encuentro con Jesús.

El primer paso que nos muestra este hombre es el acercarse a Jesús, el buscarle a Él con sinceridad, insistencia y valentía. Por ello, vale la pena que nos preguntemos: ¿cómo acercamos al Señor, cómo buscarle a Él?

            En primer lugar debemos buscar tiempos y espacios de intimidad con Él. Aprender a cultivar una sana soledad llena de la presencia de Jesús. Para ello “debemos en primer lugar colocarnos a la escucha de la Palabra de Dios. Esto significa recuperar el valor del silencio para meditar la Palabra que se nos dirige.”[2]

           

Cristo purifica al leproso
Mosaico Bizantino
Wikimedia Commons
Sí, necesitamos no solamente recuperar el valor del silencio, sino atrevernos a hacer silencio, tanto exterior como interiormente. El espacio de silencio interior puede ser un espacio para percibir la presencia de Jesús y así estar en intimidad con Él sin distracciones, sin dispersiones ni ansiedades.

            En el silencio lleno de su presencia descubrimos que Él está siempre cercano a nosotros, Él está cerca de los que lo buscan, de los que lo invocan con sinceridad (cf. Salmo 145, 18) “y cuando alguien da un pequeño paso hacia Jesús, descubre que Él ya esperaba su llegada con los brazos abiertos.”[3]

            No deja de ser interesante que el leproso, por su condición de enfermo, vivía ya en soledad, en aislamiento. Y en esa soledad, él supo buscar a Jesús, supo llenar su soledad de su búsqueda. ¿Con qué llenamos nosotros nuestra soledad? ¿Es una soledad sana o un aislamiento nocivo que nos encierra más y más en nosotros mismos y en nuestras obsesiones?

            El segundo paso que realiza el leproso del evangelio es arrodillarse. Este hombre no sólo se acerca a Jesús, no sólo lo busca, sino que una vez ante Él, se arrodilla. Con su cuerpo, con su postura, expresa su alma, su corazón. Arrodillarse significa abajarse, abandonar toda pretensión de superioridad y auto-suficiencia. Significa reconocerse desvalido y necesitado, y mostrarse como tal.

            Finalmente, el leproso del evangelio confía en Jesús y por ello le pide y le implora su purificación. La oración confiada se expresa con los labios: «si quieres, puedes purificarme» (Mc 1, 40); es decir, “Señor, yo sé que tú tienes el poder de purificarme. Yo sé que si tú lo quieres, puedes hacerlo.” En esta petición confiada hay una impresionante certeza de fe.

El hombre que se expresa así no está probando para ver si logra algo; muy por el contrario, sabe que es posible, sabe que el Señor puede hacerlo; sólo depende de la voluntad del Señor, que su voluntad se mueva a misericordia y que su sabiduría estime que es el momento adecuado para esta sanación.

Acercarse, arrodillarse y orar. Este es el movimiento exterior, pero sobre todo interior del hombre aquejado de lepra.   

«Jesús, conmovido, extendió la mano»

            Así como en el leproso hay un movimiento exterior que expresa un movimiento interior, también en Jesús, el encuentro con el hombre leproso genera un movimiento tanto exterior como interior.

            El encuentro con este hombre leproso y su oración humilde y confiada conmueven interiormente a Jesús. El evangelio nos muestra un movimiento que parte desde el corazón, pasa por las manos y se expresa plenamente por medio de la palabra sanadora y purificadora. La oración conmueve el corazón, y esto se expresa en la mano que se acerca y toca, para llegar a su plenitud en la palabra sanadora: «Lo quiero, queda purificado» (Mc 1, 41).

            ¡Qué experiencia de oración! ¡Qué encuentro con Jesús!

            Aquí podemos ver verdaderamente que la auténtica oración es encuentro entre Dios y el hombre; es peregrinación del hombre hacia Dios y de Dios que sale a su encuentro. Constantemente caminamos el uno hacia el otro. Se trata de una peregrinación de amor, de una búsqueda y encuentro de amor.

«Lo quiero, queda purificado»

            El encuentro con Jesús restituye al hombre leproso no sólo la pureza de su cuerpo, sino también de su alma y corazón. Es decir, restablece la relación de comunión con Dios, con los demás y consigo mismo. El encuentro con Jesús sana, reconcilia, purifica y nos abre a relaciones plenas con Dios, con los demás y con nosotros mismos.

            No olvidemos que “no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento,  con una Persona, que da un nuevo horizonte  a la vida y, con ello, una orientación decisiva.”[4]

            Sí, es la experiencia del encuentro con Jesús lo que nos sana y transforma, lo que nos va haciendo plenamente cristianos, discípulos y testigos de Jesús y su acción salvadora. “Sólo gracias a ese encuentro –o reencuentro- con el amor de Dios, que se convierte en feliz amistad, somos rescatados de nuestra conciencia aislada y de nuestra autorreferencialidad. Llegamos a ser plenamente humanos cuando somos más que humanos, cuando le pedimos a Dios que nos lleve más allá de nosotros mismos para alcanzar nuestro ser más verdadero.”[5]

            ¡Cuánto necesitamos de ese auténtico encuentro con el Señor!

            ¡Cuánto necesitamos acercarnos de verdad a Él!

            ¡Cuánto necesitamos arrodillarnos y orar con humildad y confianza!

            ¡Cuánto necesitamos que él purifique nuestro corazón!

            En la cercanía del inicio de la Cuaresma volvamos a despertar en nuestros corazones el anhelo de un auténtico y renovador encuentro con Jesús. La Cuaresma “es el momento para decirle a Jesucristo:

            «Señor, me he dejado engañar, de mil maneras escapé de tu amor, pero aquí estoy otra vez para renovar mi alianza contigo. Te necesito. Rescátame de nuevo, Señor, acéptame una vez más entre tus brazos redentores».[6]

            Que María, Mater misericordiae – Madre de misericordia, nos eduque y nos lleve hacia un auténtico y sanador encuentro con su hijo Jesús. Amén.

 

P. Oscar Iván Saldívar, I.Sch.P.

Rector del Santuario Tupãrenda - Schoenstatt  

[1] FRANCISCO, Ángelus, 15 de febrero de 2015.

[2] FRANCISCO, Misericordiae Vultus, 13.

[3] FRANCISCO, Evangelii Gaudium, 3.

[4] BENEDICTO XVI, Deus caritas est, 1.

[5] FRANCISCOS, Evangelii Gaudium, 8.

[6] FRANCISCOS, Evangelii Gaudium, 3.

2 comentarios:

  1. Gracias Padre!
    Yo, con mis lepras, pido postrada a los pies de Jesús, si quieres, saname.

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  2. Querría ser como el impuro, y tener esa fe ciega porque es sabido que Jesús misericordioso nos sanará y nos levantará en brazos si estamos agobiados cansados porque él también nos prometió que acudiendo en esa circunstancia nos haría descansar

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