La vida es camino

Creo que una buena imagen para comprender la vida es la del camino. Sí, la vida es un camino. Y vivir se trata de aprender a andar ese camino único y original que es la vida de cada uno.
Y si la vida es un camino -un camino lleno de paradojas- nuestra tarea de vida es simplemente aprender a caminar, aprender a vivir. Y como todo aprender, el vivir es también un proceso de vida.
Se trata entonces de aprender a caminar, aprender a dar nuestros propios pasos, a veces pequeños, otras veces más grandes. Se trata de aprender a caminar con otros, a veces aprender a esperarlos en el camino y otras veces dejarnos ayudar en el camino. Se trata de volver a levantarnos una y otra vez cuando nos caemos. Se trata de descubrir que este camino es una peregrinación con Jesucristo hacia el hogar, hacia el Padre.
Y la buena noticia es que si podemos aprender a caminar, entonces también podemos aprender a vivir, podemos aprender a amar... Podemos aprender a caminar con otros...
De eso se trata este espacio, de las paradojas del camino de la vida, del anhelo de aprender a caminar, aprender a vivir, aprender a amar. Caminemos juntos!

domingo, 2 de diciembre de 2012

Adviento, tiempo de anhelo


Adviento, tiempo de anhelo

Adviento
          
Pareciera ser que todos coinciden en que el origen etimológico de la palabra Adviento viene del latín adventus, que significa venida, llegada[1]. Al mismo tiempo, intuyo que adventus proviene de ad venire, es decir, de la idea “ir hacia” –ad- y de la idea de “venir desde” –venire-. Así se trata tano del movimiento hacia un lugar, como del venir, llegar a un lugar. Dos movimientos: el de salir al encuentro, y el de llegar a ese encuentro.

Generalmente entendemos el Adviento sobre todo como el movimiento que hace el que viene, el que llega, Él es el que adviene. Pero también ad venire nos puede hablar del movimiento que nosotros hacemos –ad- hacia el que viene –venire-. El Adviento cristiano es, en ese sentido, no sólo una espera pasiva, sino más bien, una espera activa. El Adviento es nuestro movimiento hacia Aquél a quien esperamos. Por eso el Adviento es también anhelo.

Anhelo

El anhelo no es otra cosa que esa moción interior, ese movimiento del corazón hacia algo que nos llama –una meta, un sueño, un ideal, un proyecto-, pero el anhelo es sobre todo movimiento hacia alguien, hacia otro, hacia un , hacia una persona.

Todos experimentamos ese movimiento interior hacia un . Lo experimentamos cuando buscamos la cercanía y amistad de nuestros amigos y amigas, de nuestros hermanos y hermanas, de nuestros padres y seres queridos… Lo experimentamos en la nostalgia que sentimos por una persona, por un lugar o por tiempos eternos que siguen atesorados en nuestro corazón. Lo experimentamos cuando a pesar de todos nuestros esfuerzos consumistas, paradojalmente, nada nos llena, nada nos sacia.

Experimentamos esta moción hacia un , hacia el amor, también en el egoísmo –en nuestras debilidades y pecados-… Paradojalmente, el egoísmo, que se manifiesta como unilateral búsqueda del propio yo, no es sino una búsqueda equivocada de un … Incluso luego del más vergonzoso –y por eso más doloroso- de los pecados nos damos cuenta de nuestra soledad y nuestro vacío… Entonces comprendemos vivencialmente al salmista que dice: “los dioses y señores de la tierra no me satisfacen” (Salmo 15, Completas del día jueves).

Aprender con el corazón que nuestro anhelo no se sacia con el egoísmo lleva su tiempo –tiempo del corazón-. Y en realidad, el anhelo, cuando es anhelo de un , no se sacia, no desaparece. El –la persona amada- no hace sino aumentar nuestro anhelo. Y así tiene que ser, pues el anhelo nos hace tomar conciencia de que sólo somos cuando somos con otros. El anhelo nos abre a la búsqueda de otros, al éxtasis de salir de uno mismo y entrar en relación con otros. Allí comprendemos que la verdadera vida siempre es relación y no aislamiento autosuficiente (cf. Spe Salvi 27). Así el anhelo no se acaba, porque nuestra necesidad de ser complementados por otros es constante y constitutiva.

Adviento, tiempo de anhelo

Pero detrás de cada tú humano, en lo profundo anhelamos también el Tú divino, el de Dios, el de Jesucristo, el Dios-con-nosotros. Y no puede ser de otra manera, pues, Dios nos ha creado para Él, y nuestro corazón verdaderamente está inquieto hasta que descanse en Él (cf. Confesiones I, 1).

Por eso el Adviento es un tiempo de anhelo. Un tiempo para cultivar el anhelo que tenemos de Jesús, esa nostalgia de Él. Es un tiempo para experimentar cuánto nos duele su ausencia, pero también para experimentar cuán presente está en ese no estar. Si anhelamos a alguien es porque no está con nosotros físicamente; pero, al anhelarlo él está presente, está ya presente en nuestro corazón.

Adviento, tiempo de anhelo. Tiempo de cultivar ese movimiento interior hacia Jesús; tiempo de experimentar con gozo que no somos sin Él; tiempo de aprender a conducir todos nuestros anhelos hacia la espera de Aquél “que sacia bondadosamente mi anhelo” (Hacia el Padre, 157).


Adviento, tiempo de aprender a esperar anhelando… Tal vez, en este sentido podemos interpretar las palabras de Jesús en el Evangelio: “Velad, pues, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor” (Mt 24,42). Velemos, sigamos anhelando y esperando, para que así se haga realidad lo que en la Eucaristía pedimos al Padre Dios para nosotros, para la Iglesia: “Que tu Iglesia sea un vivo testimonio de verdad y libertad, de paz y justicia, para que todos los hombres se animen con una nueva esperanza” (Plegaria Eucarística D4); para que todos los hombres nos animemos con un nuevo y más profundo anhelo de Dios.




[1] ALDAZÁBAL, J., Vocabulario básico de liturgia (Biblioteca Litúrgica 3; Centre de Pastoral Litúrgica, Barcelona 1994), 19s.

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