"Estás enteramente con tu ser
en el santuario de mi corazón..." (Hacia el Padre 143)
Con estas palabras nos invita a rezar José Kentenich luego de
haber recibido el Cuerpo y la Sangre de Cristo en la Eucaristía. "Estás enteramente con tu ser en el santuario
de mi corazón", son las palabras llenas de asombro y gratitud
del cristiano que ha recibido a Jesús en su corazón, ya sea en la comunión
sacramental o en la comunión espiritual. Se trata del encuentro personal con
Aquél que diariamente nos busca, nos llama, nos ama.
El corazón
¿Qué queremos decir con la palabra corazón? Normalmente designamos con
esta palabra la sede de nuestros sentimientos y emociones. A lo más graficamos
con esta palabra "el lugar" misterioso desde donde brota nuestro amor
por los demás... Sin embargo el corazón es eso y mucho más...
El lenguaje bíblico puede ayudarnos a comprender lo que decimos
cuando decimos corazón... Son conocidas las palabras del libro del Deuteronomio: "Amarás al Señor tu Dios con
todo el corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas"(Dt 6,5).
El amor que Dios pide, el amor que Dios espera; el amor que es respuesta a su amor, brota desde el corazón,
desde lo más propio de cada hombre y mujer. Se trata del núcleo personal,
aquello más propio, más auténtico, más verdadero y más vivo en cada uno.
"El corazón habla al corazón" dice el beato John Henry Newman; y no puede ser de otra
manera. Cuando hablamos, cuando dialogamos, cuando verdaderamente logramos
comunicarnos, lo hacemos desde el corazón hacia otro corazón. Desde nuestro
núcleo personal, desde nuestra autenticidad; sin máscaras.
Muchas veces nuestro propio corazón es un desconocido para
nosotros mismos. Sin embargo se nos revela a través de los sentimientos, de
reacciones espontáneas, de alegrías y dolores, de anhelos y amores... Nuestro
corazón también nos habla, y si somos capaces de escucharlo lograremos habitar
en él -lograremos adentrarnos en el misterio que llevamos dentro- , lograremos
habitar en nuestro propio interior, y si allí habitamos -con nuestras alegrías
y dolores- experimentaremos que Jesús está allí, que Él habita nuestro mundo
interior.
El pesebre
"En el pobre y pequeño
establo de Belén,
das a luz para todos nosotros
al Señor del mundo" (Hacia el
Padre 343)
El tiempo de Adviento es el tiempo de preparar el pesebre, ese
"pobre y pequeño establo de Belén" donde Jesús volverá a nacer,
volverá a hacerse presente, cercano y disponible para nosotros.
En el fondo el pobre y pequeño establo de Belén es signo de
nuestro propio corazón... Sí, ese corazón con sus paredes de alegría y
tristeza, con su techo de anhelos y sus grietas de dolor es el lugar donde
Jesús quiere volver a nacer, quiere volver a estar, quiere volver a habitar.
¡Qué paradoja! Muchas veces nos sucede como a San Agustín. Como
él le decimos a Dios: "...Tú
estabas dentro de mí y yo fuera. (...) Tú estabas conmigo, pero yo no estaba
contigo" (Confesiones X, 27, 38). Lo buscamos fuera
de nosotros mismos, sobre todo cuando no somos capaces de aceptar y asumir las
sombras y dolores que hay en nuestro propio corazón... Buscamos a Dios,
buscamos la felicidad fuera y no la encontramos... Porque la felicidad, la
plenitud, no está en no sufrir, en no tener limitaciones, sino más bien en
aceptar y asumir con confianza nuestras limitaciones y dolores, porque ellos
hacen parte de nuestra vida, de nuestro corazón, de nuestro pesebre... Y
precisamente allí quiere Jesús, el Dios-con-nosotros volver a nacer.
Por eso el Adviento es tiempo del corazón, tiempo para
reconocer y asumir con serenidad toda nuestra vida -nuestros dolores y
alegrías, nuestros temores y anhelos-, para que así preparemos en nuestro
corazón un pesebre. Así podremos decirle al Señor, al Niño que anhelamos y que
viene: "Así
como te preparaste una morada en tu Madre y Compañera al dar Ella su Sí, has
enriquecido mi corazón"(Hacia el Padre 141). Así como te
preparaste una morada en el corazón de María, prepárate una morada en mi
corazón.
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