La vida es camino

Creo que una buena imagen para comprender la vida es la del camino. Sí, la vida es un camino. Y vivir se trata de aprender a andar ese camino único y original que es la vida de cada uno.
Y si la vida es un camino -un camino lleno de paradojas- nuestra tarea de vida es simplemente aprender a caminar, aprender a vivir. Y como todo aprender, el vivir es también un proceso de vida.
Se trata entonces de aprender a caminar, aprender a dar nuestros propios pasos, a veces pequeños, otras veces más grandes. Se trata de aprender a caminar con otros, a veces aprender a esperarlos en el camino y otras veces dejarnos ayudar en el camino. Se trata de volver a levantarnos una y otra vez cuando nos caemos. Se trata de descubrir que este camino es una peregrinación con Jesucristo hacia el hogar, hacia el Padre.
Y la buena noticia es que si podemos aprender a caminar, entonces también podemos aprender a vivir, podemos aprender a amar... Podemos aprender a caminar con otros...
De eso se trata este espacio, de las paradojas del camino de la vida, del anhelo de aprender a caminar, aprender a vivir, aprender a amar. Caminemos juntos!

domingo, 9 de diciembre de 2012

Adviento, tiempo del corazón


"Estás enteramente con tu ser
en el santuario de mi corazón..."  (Hacia el Padre 143)

Con estas palabras nos invita a rezar José Kentenich luego de haber recibido el Cuerpo y la Sangre de Cristo en la Eucaristía. "Estás enteramente con tu ser en el santuario de mi corazón", son las palabras llenas de asombro y gratitud del cristiano que ha recibido a Jesús en su corazón, ya sea en la comunión sacramental o en la comunión espiritual. Se trata del encuentro personal con Aquél que diariamente nos busca, nos llama, nos ama.

El corazón
¿Qué queremos decir con la palabra corazón? Normalmente designamos con esta palabra la sede de nuestros sentimientos y emociones. A lo más graficamos con esta palabra "el lugar" misterioso desde donde brota nuestro amor por los demás... Sin embargo el corazón es eso y mucho más...

El lenguaje bíblico puede ayudarnos a comprender lo que decimos cuando decimos corazón... Son conocidas las palabras del libro del Deuteronomio: "Amarás al Señor tu Dios con todo el corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas"(Dt 6,5). El amor que Dios pide, el amor que Dios espera; el amor que es respuesta a su amor, brota desde el corazón, desde lo más propio de cada hombre y mujer. Se trata del núcleo personal, aquello más propio, más auténtico, más verdadero y más vivo en cada uno.

"El corazón habla al corazón" dice el beato John Henry Newman; y no puede ser de otra manera. Cuando hablamos, cuando dialogamos, cuando verdaderamente logramos comunicarnos, lo hacemos desde el corazón hacia otro corazón. Desde nuestro núcleo personal, desde nuestra autenticidad; sin máscaras.

Muchas veces nuestro propio corazón es un desconocido para nosotros mismos. Sin embargo se nos revela a través de los sentimientos, de reacciones espontáneas, de alegrías y dolores, de anhelos y amores... Nuestro corazón también nos habla, y si somos capaces de escucharlo lograremos habitar en él -lograremos adentrarnos en el misterio que llevamos dentro- , lograremos habitar en nuestro propio interior, y si allí habitamos -con nuestras alegrías y dolores- experimentaremos que Jesús está allí, que Él habita nuestro mundo interior.

El pesebre

"En el pobre y pequeño
establo de Belén,
das a luz para todos nosotros
al Señor del mundo" (Hacia el Padre 343)

El tiempo de Adviento es el tiempo de preparar el pesebre, ese "pobre y pequeño establo de Belén" donde Jesús volverá a nacer, volverá a hacerse presente, cercano y disponible para nosotros.

En el fondo el pobre y pequeño establo de Belén es signo de nuestro propio corazón... Sí, ese corazón con sus paredes de alegría y tristeza, con su techo de anhelos y sus grietas de dolor es el lugar donde Jesús quiere volver a nacer, quiere volver a estar, quiere volver a habitar.

¡Qué paradoja! Muchas veces nos sucede como a San Agustín. Como él le decimos a Dios: "...Tú estabas dentro de mí y yo fuera. (...) Tú estabas conmigo, pero yo no estaba contigo" (Confesiones X, 27, 38). Lo buscamos fuera de nosotros mismos, sobre todo cuando no somos capaces de aceptar y asumir las sombras y dolores que hay en nuestro propio corazón... Buscamos a Dios, buscamos la felicidad fuera y no la encontramos... Porque la felicidad, la plenitud, no está en no sufrir, en no tener limitaciones, sino más bien en aceptar y asumir con confianza nuestras limitaciones y dolores, porque ellos hacen parte de nuestra vida, de nuestro corazón, de nuestro pesebre... Y precisamente allí quiere Jesús, el Dios-con-nosotros volver a nacer.

Por eso el Adviento es tiempo del corazón, tiempo para reconocer y asumir con serenidad toda nuestra vida -nuestros dolores y alegrías, nuestros temores y anhelos-, para que así preparemos en nuestro corazón un pesebre. Así podremos decirle al Señor, al Niño que anhelamos y que viene: "Así como te preparaste una morada en tu Madre y Compañera al dar Ella su Sí, has enriquecido mi corazón"(Hacia el Padre 141). Así como te preparaste una morada en el corazón de María, prepárate una morada en mi corazón.

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