La vida es camino

Creo que una buena imagen para comprender la vida es la del camino. Sí, la vida es un camino. Y vivir se trata de aprender a andar ese camino único y original que es la vida de cada uno.
Y si la vida es un camino -un camino lleno de paradojas- nuestra tarea de vida es simplemente aprender a caminar, aprender a vivir. Y como todo aprender, el vivir es también un proceso de vida.
Se trata entonces de aprender a caminar, aprender a dar nuestros propios pasos, a veces pequeños, otras veces más grandes. Se trata de aprender a caminar con otros, a veces aprender a esperarlos en el camino y otras veces dejarnos ayudar en el camino. Se trata de volver a levantarnos una y otra vez cuando nos caemos. Se trata de descubrir que este camino es una peregrinación con Jesucristo hacia el hogar, hacia el Padre.
Y la buena noticia es que si podemos aprender a caminar, entonces también podemos aprender a vivir, podemos aprender a amar... Podemos aprender a caminar con otros...
De eso se trata este espacio, de las paradojas del camino de la vida, del anhelo de aprender a caminar, aprender a vivir, aprender a amar. Caminemos juntos!

domingo, 16 de diciembre de 2012

Adviento, tiempo de filialidad


“Porque un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado. Lleva al hombro el principado, y es su nombre: (…) Príncipe de Paz.”
Is 9,5

Las palabras del profeta Isaías marcan el tono de este tiempo de Adviento cada vez más cercano a la Navidad. “Un niño nos ha nacido” dice el profeta; “un niño nos nacerá, un niño esperamos” podemos decir nosotros. De eso se trata el Adviento, esperamos el nacimiento de un niño, del Niño. Esperamos su nacimiento en el pesebre, pero sobre todo esperamos su nacimiento en nuestras vidas, en nuestros corazones… Y de alguna manera esperamos también volver a nacer con Él, volver a ser niños, volver a empezar. Por eso el Adviento es también tiempo de filialidad, tiempo de ser niños.

Filialidad
La cercanía de la Navidad vuelve a poner ante nuestros ojos uno de los misterios más grandes y hermosos de la fe cristiana: la Encarnación. En Jesús, Dios se hizo hombre, se hizo niño, se hizo hijo.

Junto con el mensaje de la paternidad de Dios, Jesús predicó y vivió el mensaje de la filialidad del hombre. El episodio evangélico en el cual los discípulos dicen: “Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1) es el paradigma del doble mensaje de la paternidad y filialidad. A la petición de los discípulos Jesús responde sencillamente con una oración que se inicia con la invocación “Padre nuestro” (cf. Lc 11,1-4). No se trata sólo de una nueva manera de nombrar a Dios. Se trata sobre todo de una actitud de vida, de un sentimiento vital. Desde ese momento seguir a Jesús, seguir a Cristo, al Hijo del Dios vivo (Mt 16,16), no se trata en primer lugar de cumplir una serie de normas éticas  ni de adquirir nuevos conocimientos. Se trata más bien de adentrarse en la filialidad de Jesús, se trata de incorporarse a su vida y sobre todo de entrar en esa relación íntima, tierna y personal que el Hijo tiene con su Padre. Es esta realidad la que quiere expresar la Iglesia cuando confiesa que por el Bautismo somos hechos hijos en el Hijo.

Desde el día del Bautismo valen para nosotros las palabras del Salmo: “Tú eres mi hijo, hoy te he engendrado” (Salmo 2,7). Sin embargo a lo largo de nuestra vida muchas veces olvidamos que somos hijos, olvidamos que somos amados y que podemos amar… Olvidamos que tenemos un corazón de niño… Entonces volvemos a suplicar: “Crea en mí, oh Dios, un corazón puro, renueva en mi interior un espíritu firme” (Salmo 50,12).

Corazón de niño, corazón abierto
El corazón nuevo (cf. Ez 36,26), el corazón puro que Dios nos quiere regalar es el corazón filial, el corazón de niño… Pero, ¿qué significa tener un corazón de niño? Por un lado se trata de hacer nuestro el sentimiento vital de Jesús, saber con el corazón –y no sólo intelectualmente- que Dios nos ama profunda e incondicionalmente; pero, por otro lado, se trata de aprender a amar incondicionalmente, aprender a abrir nuestro corazón sin poner condiciones previas.

Muchas veces cuando escuchamos el mensaje de la filialidad, cuando recibimos la invitación a ser niños, tendemos a imaginar que somos abrazados por Dios y que nuestros anhelos son completamente saciados… En parte esto es cierto… Pero sólo en parte. Si sólo esperamos ser abrazados y saciados estaremos viviendo en un estado de infantilismo espiritual y no de infancia espiritual.

A la larga descubrimos que tenemos un corazón de niño, un corazón como el de Jesús, no tanto cuando somos abrazados sino cuando somos capaces de abrazar a otros, cuando somos capaces de acoger a otros, en especial a aquellos que piensan distinto a nosotros… Un corazón de niño es un corazón abierto, un corazón que ama sin poner condiciones.

Por eso el niñito Jesús que esperamos en nuestros pesebres es el niñito de manitas y bracitos abiertos; el Niñito dispuesto a acoger a pastores y reyes; dispuesto a acogernos a cada uno de nosotros para que también nosotros estemos dispuestos a abrir nuestros corazones y nuestras vidas a muchos.  

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