Vigilia Pascual 2014
La Alegría de la
Resurrección
“Alégrese
en el cielo el coro de los ángeles… Alégrese la tierra inundada de tanta luz…
Alégrese la Iglesia…”.[1]
Es la invitación llena de gozo con la cual hemos iniciado esta Vigilia Pascual, y es el saludo con el
cual el Resucitado sale al encuentro de las mujeres que fueron a buscarlo al
sepulcro: “Alégrense” (Mt 28,9).
Triduo Pascual: acción de
Cristo y de su Iglesia
En este Sagrado
Triduo Pascual que hemos celebrado y vivido con intensidad de corazón,
hemos comprendido de qué se trata el Misterio
Pascual: lo que Jesús hizo y sigue haciendo por cada uno de nosotros, amarnos hasta el fin (cf. Jn 13,1). Y en estos días santos nos
hemos implicado en el actuar de Jesús: con Él nos arrodillamos para lavar con
humildad y cuidado los pies de nuestros hermanos; con Él compartimos su Cuerpo
y su Sangre; con Él nos postramos en tierra acompañándolo en su muerte, en su
entrega de amor. ¡Cuánto nos dolió verlo crucificado! ¡Cuánto nos duele la cruz
de nuestro pecado! ¡Cuán frágil lo vimos en el descendimiento de la cruz!
Pasado el sábado, al
amanecer del primer día de la semana, María Magdalena y la otra María fueron a
visitar el sepulcro (Mt 28,1)
Y como las mujeres
del evangelio, “pasado el sábado, al
amanecer del primer día de la semana” hemos venido a visitar el sepulcro
(cf. Mt 28,1). Sí, luego de la cruz
del pecado y de la oscuridad del aislamiento y la soledad que es la muerte
buscamos a Jesús… En estos días creo que muchos pudimos experimentar cuán
pesada y dolorosa es la cruz del pecado; cuán pesada y dolorosa es la cruz de
la “tristeza individualista”[2];
y así, pudimos tomar conciencia de la soledad y la oscuridad de la muerte a la
que nos conduce el pecado.
Sí, buscamos a Jesús, ¡pero Él no está en el sepulcro!
¡Él no está en la oscuridad de la muerte y en el temor! Él, que ha “resucitado de entre los muertos brilla
sereno para el género humano”[3],
como el Cirio Pascual que hemos consagrado hoy.
De pronto, Jesús salió a
su encuentro y las saludó, diciendo: «Alégrense» (Mt
28,9)
Queridos hermanos, hemos iniciado esta Vigilia Pascual en medio de la oscuridad
de la muerte, pero Jesús Resucitado sale a nuestro encuentro como Luz que
disipa las tinieblas del pecado y del dolor. Su presencia ilumina nuestra vida
y nos trae así la alegría de su resurrección. A cada uno y a todos, en esta
noche santa Él nos dice: “¡Alégrense!”.
¡Alégrense! Ésa es la luz que recibimos en esta noche
santa. La resurrección de Jesús es ya el inicio, la primicia, de nuestra propia
resurrección. El poder de amor y alegría que es su resurrección significa que
la oscuridad del pecado y el dolor no tienen la última palabra. Su resurrección
“nos permite levantar la cabeza y volver a empezar” siempre de nuevo.[5]
No importa lo oscuro de nuestro pecado y nuestra tristeza, Jesús ha resucitado
y nos regala su luz y su alegría. “No huyamos de la resurrección de Jesús,
nunca nos declaremos muertos, pase lo que pase.”[6]
Queridos hermanos, la luz de la alegría que recibimos hoy
debemos compartirla sin temor para que
así se acreciente en nuestros corazones. Cuanto más compartimos la alegría de
la resurrección, más luminoso se vuelve nuestro corazón, más luminoso se vuelve
nuestro rostro y más luminosa se vuelve nuestra vida toda.
A María, nuestra Madre, que recibió “el alegre consuelo
de la resurrección”, le pedimos que la alegría de la resurrección ilumine todas
las dimensiones de nuestra vida y llegue allí donde más necesitamos de
misericordia. Unidos a toda la Iglesia le decimos:
“Madre del
Evangelio viviente,
manantial de alegría para los
pequeños,
ruega por nosotros. Amén. Aleluya.”[7]
¡Alégrense!
¡Feliz Pascua de Resurrección!
P.
Oscar Iván Saldivar F., I.Sch.