La vida es camino

Creo que una buena imagen para comprender la vida es la del camino. Sí, la vida es un camino. Y vivir se trata de aprender a andar ese camino único y original que es la vida de cada uno.
Y si la vida es un camino -un camino lleno de paradojas- nuestra tarea de vida es simplemente aprender a caminar, aprender a vivir. Y como todo aprender, el vivir es también un proceso de vida.
Se trata entonces de aprender a caminar, aprender a dar nuestros propios pasos, a veces pequeños, otras veces más grandes. Se trata de aprender a caminar con otros, a veces aprender a esperarlos en el camino y otras veces dejarnos ayudar en el camino. Se trata de volver a levantarnos una y otra vez cuando nos caemos. Se trata de descubrir que este camino es una peregrinación con Jesucristo hacia el hogar, hacia el Padre.
Y la buena noticia es que si podemos aprender a caminar, entonces también podemos aprender a vivir, podemos aprender a amar... Podemos aprender a caminar con otros...
De eso se trata este espacio, de las paradojas del camino de la vida, del anhelo de aprender a caminar, aprender a vivir, aprender a amar. Caminemos juntos!

jueves, 17 de abril de 2014

Memorial del amor - Jueves Santo 2014

Jueves Santo 2014

Memorial del amor

Queridos hermanos y hermanas:

Con la celebración de la Misa vespertina de la Cena del Señor iniciamos el Sagrado Triduo Pascual, “en él se actualiza la pasión, muerte y resurrección del Señor”[1]. Así, esta celebración es como la puerta de entrada a estos días santos en los cuales queremos estar más cerca de Jesús para contemplar su vida, para vivir y sentir con Él los acontecimientos dramáticos que nos narran los evangelios y para dejarnos tocar y sanar por su gran amor.  

Jesús, que había amado a los suyos que quedaban en el mundo, los amó hasta el fin (cf. Jn 13,1).

            La misa que celebramos hoy, podríamos decir que está marcada por el evangelio de Juan que narra el lavado de los pies (Jn 13, 1-15) y por el gesto mismo del Lavatorio de los pies que realizaremos luego de la homilía.

            ¿Por qué año tras año volvemos a escuchar una y otra vez este evangelio? ¿Por qué año tras año volvemos a realizar el gesto del Lavatorio de los pies? ¿Se trata acaso de una simple costumbre o de un rito que se debe cumplir? ¿O hay algo más profundo en esta celebración, algo que quiere hablarnos al corazón?

            La perícopa evangélica que hemos escuchado inicia diciendo que Jesús “que había amado a los suyos que quedaban en el mundo, los amó hasta el fin” (Jn 13,1). Se trata del amor de Jesús; del amor de Jesús por sus discípulos; del amor de Jesús por todos y cada uno de nosotros. Ese amor que se expresa en el gesto humilde y delicado del lavado de los pies.

            Pero este gesto humilde y delicado es como un sacramento –como un símbolo- de “todo el misterio de Cristo en su conjunto –de su vida y de su muerte-, en el que Él se acerca a nosotros los hombres”[2]. Sí, toda la vida de Jesús ha sido un acercarse a la humanidad. Sí, Jesús siempre de nuevo se acerca a nosotros para lavar nuestros pies, para refrescar esos pies secos y cansados por el caminar cotidiano; para limpiar el polvo que va ensuciando y cansando nuestro caminar: el polvo del pecado, de la tristeza, del vacío interior y del aislamiento.[3]

            ¡Qué bien nos hace recordar una y otra vez que Jesús nos amó hasta el fin! ¡Hasta el extremo! Él no se cansa de amar, Él no se cansa de amarnos. Por eso, año tras año escuchamos este evangelio, por eso, año tras año celebramos esta misa; porque el amor de Jesús nos hace bien, nos sana, y ese amor no sólo limpia nuestros pies sino sobre todo nuestro corazón.

            Queridos amigos, esta celebración que estamos viviendo no se trata sólo de una costumbre piadosa o de un rito que hay que cumplir, se trata de recordar el gran amor que Jesús nos tiene, ¡se trata de un memorial del amor!

            A cada uno de nosotros –en algún momento de nuestra vida-, Jesús se acercó y ante nuestra mirada atónita e incrédula se arrodilló y empezó a lavar nuestros pies, tal vez como Pedro estuvimos tentados de decir: “¿Tú, Señor, me vas a lavar los pies a mí?” (Jn 13, 6). Pero el amor de Jesús fue más fuerte que nuestra resistencia y desconfianza, y, al lavar nuestros pies, al lavar nuestro corazón, nos unió a su vida para siempre.

Queridos hermanos y hermanas, les invito a recordar en esta celebración, los momentos en que han experimentado que Jesús salió a su encuentro y les lavó los pies. Tal vez haya sido a través de una persona cercana, un familiar, un amigo que se hizo presente en un momento de necesidad, o tal vez Jesús quiso acercarse a alguno a través de una palabra de su Evangelio o a través del sacramento de la Reconciliación. El amor de Jesús siempre nos toca, y al tocarnos, lava nuestros pies y refresca nuestro corazón. ¿En qué situación Jesús me amó hasta el fin?            

Les he dado el ejemplo, para que hagan lo mismo que yo hice con ustedes (Jn 13, 15).

            Queridos amigos, “ser cristiano es ante todo un don, pero que luego se desarrolla en la dinámica del vivir y poner en práctica este don.”[4] Por eso, el gran don del amor de Jesús que hemos recibido al transformarnos interiormente –al lavar y refrescar nuestro corazón-, transforma también nuestra vida, nuestro actuar. Aquel amor en el cual hemos creído y nos ha abierto un nuevo horizonte[5] nos permite a su vez donarnos a los demás. ¡Porque somos amados podemos también amar! A eso se refiere el Señor cuando nos dice: “Les he dado el ejemplo, para que hagan lo mismo que yo hice con ustedes” (Jn 13, 15).

            El memorial del amor que celebramos hoy –y que celebramos en cada Eucaristía- se transforma en tarea de amor que debemos realizar los unos con los otros para mantener vivo este amor de Jesús en nosotros. Sólo el amor que obra permanece vivo y actual.

            Queridos hermanos y hermanas, si queremos experimentar una y otra vez que Jesús nos amó hasta el fin, animémonos también nosotros a amar hasta el fin. ¡No nos cansemos de amar! ¡Que los esposos no se cansen de amar! ¡Que los papás y mamás no se cansen de amar! ¡Que los hijos no se cansen de amar! ¡Que los hermanos no se cansen de amar! ¡Que los sacerdotes y consagrados no se cansen de amar!

            Que el amor hasta el fin de Jesús nos vuelva a tocar en estos días santos y que así, cada vez que celebremos Eucaristía y cada vez que amemos hasta el fin, lo hagamos en memoria de Jesús (cf. 1 Co 11, 24-25), en memoria de su amor. Que así sea.  
  




[1] CONFERENCIA EPISCOPAL ARGENTINA, Misal Romano Cotidiano, página 470.
[2] J. RATZINGER/BENEDICTO XVI, Jesús de Nazaret. Desde la entrada en Jerusalén hasta la Resurrección (Ediciones Encuentro, Madrid 2011), página 80.
[3] Cf. PAPA FRANCISCO, Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, 1: “La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Con Jesucristo siempre naca y renace la alegría.”
[4] J. RATZINGER/BENEDICTO XVI, Jesús de Nazaret…, página 83.
[5] Cf. BENEDICTO XVI, Deus Caritas est 1.

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