Jueves Santo 2014
Memorial del amor
Queridos hermanos y
hermanas:
Con
la celebración de la Misa vespertina de
la Cena del Señor iniciamos el Sagrado
Triduo Pascual, “en él se actualiza la pasión, muerte y resurrección del
Señor”[1].
Así, esta celebración es como la puerta de entrada a estos días santos en los
cuales queremos estar más cerca de Jesús para contemplar su vida, para vivir y
sentir con Él los acontecimientos dramáticos que nos narran los evangelios y para
dejarnos tocar y sanar por su gran amor.
Jesús, que había amado a los suyos que quedaban en el mundo, los amó hasta el fin (cf. Jn 13,1).
La misa que celebramos hoy, podríamos decir que está
marcada por el evangelio de Juan que narra el lavado de los pies (Jn 13, 1-15) y por el gesto mismo del Lavatorio
de los pies que realizaremos luego de la homilía.
¿Por qué año tras año volvemos a escuchar una y otra vez
este evangelio? ¿Por qué año tras año volvemos a realizar el gesto del Lavatorio de los pies? ¿Se trata acaso
de una simple costumbre o de un rito que se debe cumplir? ¿O hay algo más
profundo en esta celebración, algo que quiere hablarnos al corazón?
La perícopa evangélica que hemos escuchado inicia
diciendo que Jesús “que había amado a los
suyos que quedaban en el mundo, los amó hasta el fin” (Jn 13,1). Se trata del amor de Jesús; del amor de Jesús por sus
discípulos; del amor de Jesús por todos y cada uno de nosotros. Ese amor que se
expresa en el gesto humilde y delicado del lavado de los pies.
Pero este gesto humilde y delicado es como un sacramento
–como un símbolo- de “todo el misterio de Cristo en su conjunto –de su vida y
de su muerte-, en el que Él se acerca a nosotros los hombres”[2].
Sí, toda la vida de Jesús ha sido un acercarse a la humanidad. Sí, Jesús
siempre de nuevo se acerca a nosotros para lavar nuestros pies, para refrescar
esos pies secos y cansados por el caminar cotidiano; para limpiar el polvo que
va ensuciando y cansando nuestro caminar: el polvo del pecado, de la tristeza,
del vacío interior y del aislamiento.[3]
¡Qué bien nos hace recordar una y otra vez que Jesús nos
amó hasta el fin! ¡Hasta el extremo! Él no se cansa de amar, Él no se cansa de
amarnos. Por eso, año tras año escuchamos este evangelio, por eso, año tras año
celebramos esta misa; porque el amor de Jesús nos hace bien, nos sana, y ese
amor no sólo limpia nuestros pies sino sobre todo nuestro corazón.
Queridos amigos, esta celebración que estamos viviendo no
se trata sólo de una costumbre piadosa o de un rito que hay que cumplir, se
trata de recordar el gran amor que Jesús nos tiene, ¡se trata de un memorial
del amor!
A cada uno de nosotros –en algún momento de nuestra
vida-, Jesús se acercó y ante nuestra mirada atónita e incrédula se arrodilló y
empezó a lavar nuestros pies, tal vez como Pedro estuvimos tentados de decir: “¿Tú, Señor, me vas a lavar los pies a mí?”
(Jn 13, 6). Pero el amor de Jesús fue
más fuerte que nuestra resistencia y desconfianza, y, al lavar nuestros pies,
al lavar nuestro corazón, nos unió a su vida para siempre.
Queridos
hermanos y hermanas, les invito a recordar en esta celebración, los momentos en
que han experimentado que Jesús salió a su encuentro y les lavó los pies. Tal
vez haya sido a través de una persona cercana, un familiar, un amigo que se
hizo presente en un momento de necesidad, o tal vez Jesús quiso acercarse a
alguno a través de una palabra de su Evangelio
o a través del sacramento de la
Reconciliación. El amor de Jesús siempre nos toca, y al tocarnos, lava
nuestros pies y refresca nuestro corazón. ¿En qué situación Jesús me amó hasta
el fin?
Les he dado el ejemplo,
para que hagan lo mismo que yo hice con ustedes (Jn 13, 15).
Queridos amigos, “ser cristiano es ante todo un don, pero
que luego se desarrolla en la dinámica del vivir y poner en práctica este don.”[4]
Por eso, el gran don del amor de Jesús que hemos recibido al transformarnos
interiormente –al lavar y refrescar nuestro corazón-, transforma también
nuestra vida, nuestro actuar. Aquel amor en el cual hemos creído y nos ha
abierto un nuevo horizonte[5]
nos permite a su vez donarnos a los demás. ¡Porque somos amados podemos también
amar! A eso se refiere el Señor cuando nos dice: “Les he dado el ejemplo, para que hagan lo mismo que yo hice con
ustedes” (Jn 13, 15).
El memorial del
amor que celebramos hoy –y que celebramos en cada Eucaristía- se transforma
en tarea de amor que debemos realizar
los unos con los otros para mantener vivo este amor de Jesús en nosotros. Sólo
el amor que obra permanece vivo y actual.
Queridos hermanos y hermanas, si queremos experimentar
una y otra vez que Jesús nos amó hasta el fin, animémonos también nosotros a
amar hasta el fin. ¡No nos cansemos de amar! ¡Que los esposos no se cansen de
amar! ¡Que los papás y mamás no se cansen de amar! ¡Que los hijos no se cansen
de amar! ¡Que los hermanos no se cansen de amar! ¡Que los sacerdotes y consagrados
no se cansen de amar!
Que el amor hasta el fin de Jesús nos vuelva a tocar en
estos días santos y que así, cada vez que celebremos Eucaristía y cada vez que
amemos hasta el fin, lo hagamos en memoria de Jesús (cf. 1 Co 11, 24-25), en memoria de su amor. Que así sea.
[1]
CONFERENCIA EPISCOPAL ARGENTINA, Misal
Romano Cotidiano, página 470.
[2] J.
RATZINGER/BENEDICTO XVI, Jesús de
Nazaret. Desde la entrada en Jerusalén hasta la Resurrección (Ediciones
Encuentro, Madrid 2011), página 80.
[3]
Cf. PAPA FRANCISCO, Exhortación
Apostólica Evangelii Gaudium, 1: “La
alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se
encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado,
de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Con Jesucristo siempre
naca y renace la alegría.”
[4] J.
RATZINGER/BENEDICTO XVI, Jesús de
Nazaret…, página 83.
[5]
Cf. BENEDICTO XVI, Deus Caritas est 1.
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