Yo soy la Resurrección y
la Vida…
¿Crees esto? Entonces
quita la piedra
Queridos hermanos y
hermanas:
En este Domingo V
de Cuaresma, la Liturgia de la Palabra pone ante nuestros ojos la fe en la
resurrección y nos recuerda que “la comunión con Cristo en esta vida nos
prepara a cruzar la frontera de la muerte, para vivir sin fin en Él”[1].
Tomamos conciencia así del sentido de nuestra existencia: Dios nos ha creado
para la resurrección, para la vida, para la comunión con Él.[2]
Yo voy a abrir las tumbas
de ustedes, los haré salir de ellas
Sí, Dios –Padre Bueno y Misericordioso- nos ha creado
para la comunión con Él, para la vida con Él. Por eso toda nuestra vida, todas nuestras
alegrías y tristezas adquieren sentido en la medida en que las vivimos con Él.
Esta comunión, esta unión de amor con Él que alcanza su
plenitud en la resurrección y en la vida eterna, se inicia ya aquí y ahora, en
esta vida, en nuestra vida cotidiana. Así, todas nuestras experiencias, y
especialmente aquellas que dejan una fuerte impresión en nuestra alma, deberían
ser caminos que nos lleven a unirnos más a Él, el Dios bueno y tierno, el Dios
que a cada uno nos conoce y ama personalmente.
También el dolor, la cruz y el sufrimiento debemos
vivirlos como caminos que nos conducen a Dios. Es el sentido que quisiera dar a
las palabras que escuchamos en la primera
lectura (Eze 37,12-14): “Yo voy a abrir las tumbas de ustedes, los
haré salir de ellas”.
Dios nos promete que Él mismo nos sacará de nuestras
tumbas, de nuestros sepulcros, de nuestros encierros. Y quisiera que pensemos
en las tumbas en que frecuentemente nos encerramos nosotros mismos: el
aislarnos de los demás, la desconfianza en los otros, el rencor que impide el
perdón, la indiferencia, el egoísmo y el pecado… Piedras pesadas que cierran
nuestros corazones a Cristo y los demás. Sepulcros en los que yacemos como
muertos en vida.
“No es menos preocupante la miseria moral, que consiste en convertirse en esclavos del vicio y
del pecado. ¡Cuántas familias viven angustiadas porque alguno de sus miembros –a
menudo joven- tiene dependencia del alcohol, las drogas, el juego o la
pornografía! ¡Cuántas personas han perdido el sentido de la vida, están
privadas de perspectivas para el futuro y han perdido la esperanza! (…) En
estos casos la miseria moral bien podría llamarse casi suicidio incipiente.”[3]
¿Cuáles son esas piedras pesadas que cierran mi corazón y
ahogan mi vida? ¿Cuáles son los sepulcros que Jesús tiene que abrir para
hacernos salir de ellos?
En la oración constante y confiada pidámosle a Jesús que
Él nos saque de nuestras tumbas, de nuestros encierros y hagamos nuestras las
palabras del Salmo de hoy: “Desde lo más
profundo te invoco, Señor. ¡Señor, oye mi voz! Estén tus oídos atentos al
clamor de mi plegaria” (Sal 129,
1-2).
Yo soy la Resurrección y
la Vida… ¿Crees esto? Entonces quita la piedra
Jesús escuchará nuestro clamor, Él escuchará nuestra
oración y nos responderá: “Yo soy la
Resurrección y la Vida”… Frente a todo aquello que en vida nos hace morir y
nos quita alegría y esperanza, Jesús se presenta con su rostro sereno y lleno
de amor y nos dice: “Yo soy la
Resurrección y la Vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que
vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?” (Jn 11,25-26).
Si nuestra respuesta es: “Sí, Señor, creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que debía
venir al mundo” (Jn 11,27);
entonces, confiando en que Jesús puede sacarnos de nuestros sepulcros –ya ahora
y en el día final- debemos quitar esas piedras que cierran nuestros corazones
(cf. Jn 11,39); quitar la
desconfianza, el rencor, la indiferencia y la pesada piedra del pecado.
A nuestra fe en Jesús debemos unir un gesto sencillo pero
profundo: mover las piedras que cierran nuestros corazones para que Jesús nos
regale la vida nueva, la vida del Hijo Resucitado.
Cada pequeña o gran piedra que quitamos, cada pequeña o
gran resurrección que Jesús nos concede en esta vida, nos preparan para la gran
Resurrección al final del tiempo donde nos presentaremos ante Dios como “santos
entre los santos del cielo, con María, la Virgen Madre de Dios, con los
apóstoles y con todos los santos, y con nuestros hermanos difuntos.”[4] Que así sea.
[1]
BENEDICTO XVI, Mensaje para la Cuaresma
2011. Con Cristo sois sepultados en el Bautismo, con él también habéis
resucitado (cf. Col 2,12).
[2]
Cf. Ídem
[3]
PAPA FRANCISCO, Mensaje para la Cuaresma 2014.
Se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza (cfr. 2 Cor 8,9).
[4] MISAL
ROMANO, Plegaria Eucarística de la
Reconciliación I.
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