La vida es camino

Creo que una buena imagen para comprender la vida es la del camino. Sí, la vida es un camino. Y vivir se trata de aprender a andar ese camino único y original que es la vida de cada uno.
Y si la vida es un camino -un camino lleno de paradojas- nuestra tarea de vida es simplemente aprender a caminar, aprender a vivir. Y como todo aprender, el vivir es también un proceso de vida.
Se trata entonces de aprender a caminar, aprender a dar nuestros propios pasos, a veces pequeños, otras veces más grandes. Se trata de aprender a caminar con otros, a veces aprender a esperarlos en el camino y otras veces dejarnos ayudar en el camino. Se trata de volver a levantarnos una y otra vez cuando nos caemos. Se trata de descubrir que este camino es una peregrinación con Jesucristo hacia el hogar, hacia el Padre.
Y la buena noticia es que si podemos aprender a caminar, entonces también podemos aprender a vivir, podemos aprender a amar... Podemos aprender a caminar con otros...
De eso se trata este espacio, de las paradojas del camino de la vida, del anhelo de aprender a caminar, aprender a vivir, aprender a amar. Caminemos juntos!

lunes, 27 de julio de 2015

Signo eucarístico

Signo eucarístico

17° Domingo durante el año – Ciclo B

Queridos hermanos y hermanas:
            
            El texto evangélico que acabamos de escuchar (Jn 6,1-15), tomado del Evangelio según san Juan, nos presenta un «signo» de Jesús. En el Evangelio de Juan intencionadamente se habla de «signos» y no de «milagros» para referirse a las acciones extraordinarias de Jesús en las cuales se manifiesta la presencia y cercanía del Reino de Dios.

            A través de estos «signos» Jesús muestra que ha sido enviado por el Padre (cf. Jn 4,34), y al mismo tiempo estos «signos» son una invitación a creer en Él (cf. Jn 2,11) y en su misión.


Hambre existencial

            Podríamos decir que el evangelio de hoy nos relata un «signo eucarístico». El mismo texto nos da señales de ello. El contexto es la cercanía de la «Pascua, la fiesta de los judíos» (Jn 6,4). Ante la multitud que se acerca a Jesús, Él pregunta a sus discípulos: «¿Dónde compraremos pan para darles de comer?» (Jn 6,5).

            Sabemos, por el mismo texto (cf. Jn 6,6), que Jesús estaba poniendo a prueba a sus discípulos. Pero también se expresa en esta pregunta la preocupación del Pastor por los suyos: ¿con qué los alimentaremos?, ¿con qué alimentaremos a tanta gente?, ¿con qué la saciaremos?

            Aquellos que siguen a Jesús tienen «hambre», un hambre material y concreta, pero también un «hambre espiritual», un «hambre de sentido para sus vidas». ¿Con qué se sacia esta hambre? ¿No es acaso también esa nuestra pregunta? ¿No experimentamos todos esa «hambre existencial»?

            Y en el contexto del «hambre» material y espiritual, Jesús realiza este signo eucarístico. «Aquí hay un niño que tiene cinco panes de cebada y dos pescados, pero ¿qué es eso para tanta gente?» (Jn 6,9).

            Es necesario saciar el hambre material, es necesario atender a las necesidades concretas y urgentes de los hombres; pero no es suficiente: «¿qué es eso para tanta gente?». «El hombre tiene hambre de algo más, necesita algo más. El don que alimenta al hombre debe ser superior, estar a otro nivel.»[1] Sí, necesitamos del alimento material, pero verdaderamente vivimos, verdaderamente nos alimentamos del encuentro con Dios en Cristo. Ese encuentro sacia nuestra «hambre existencial», nuestra hambre de amor y de sentido.

Jesús tomó los panes, dio gracias y los distribuyó

            Jesús no niega la necesidad material y concreta; al contrario, la hace suya y la orienta hacia Dios y hacia los demás. Es el sentido de su acción en el evangelio: «Jesús tomó los panes, dio gracias y los distribuyó» (Jn 6,11). Sí, Jesús toma los panes, toma nuestra necesidad concreta y lo que podemos hacer para remediarla; pero la eleva a Dios –dio gracias- y la orienta hacia el encuentro con los demás.

           
El «signo eucarístico» que Jesús realiza al multiplicar los panes y los peces, implica el tomar la necesidad humana y su capacidad de respuesta, hacerla entrar en comunión con Dios, orientarla hacia Dios para recibir de Él el don de su amor y así compartir ese don distribuyéndolo entre los demás. El don que Dios nos hace de su amor no puede quedar en la soledad del egoísmo.

            Este relato de la multiplicación de los panes fue comprendido muy pronto por la Iglesia como una alusión a la eucaristía dominical. Es en la eucaristía donde Jesús mismo se nos regala como pan, como alimento que sustenta nuestra vida, tanto en su palabra como en su cuerpo eucarístico. En ese sentido la misma eucaristía que celebramos cada domingo es un «signo». Signo de la presencia y acción de Jesús en medio de nosotros y a través de nosotros.          

Al ver el signo…

            Pero todo signo requiere ser comprendido, requiere ser interpretado. En el mismo texto evangélico se nos señala que los presentes no comprendieron del todo el signo que Jesús realizó: «Al ver el signo que Jesús acababa de hacer, la gente decía: “Éste es verdaderamente el Profeta que debe venir al mundo”. Jesús, sabiendo que querían apoderarse de él para hacerlo rey, se retiró otra vez solo a la montaña.» (Jn 6,14-15).

            En Juan 6,26 Jesús debate con los judíos en la sinagoga de Cafarnaúm y «llama la atención sobre el hecho de que no han entendido la multiplicación de los panes como un «signo», sino que todo su interés se centraba en lo referente al comer y saciarse».[2] Como se habían saciado materialmente, querían hacerlo rey.

            También nosotros podemos reducir el significado real del «signo eucarístico» que celebramos. Y lo podemos hacer no en un sentido material, sino en un sentido intimista e individual. Muchas veces experimentamos la alegría de recibir el Cuerpo de Cristo, experimentamos la alegría de entrar en comunión con Él, pero olvidamos entrar en comunión con nuestros hermanos. Olvidamos que recibir el Cuerpo de Cristo es ser parte de ese Cuerpo que es la Iglesia y que son nuestros hermanos. Entrar en comunión con el Cuerpo de Cristo es «con mucha humildad, mansedumbre y paciencia, soportarnos mutuamente por amor» (cf. Ef 4,2).

            El Papa Francisco lo ha dicho con palabras más fuertes en su visita a nuestro país: «por más Misa de los domingos, si no tienes un corazón solidario, si no sabes lo que pasa en tu pueblo, tu fe es muy débil o es enferma o está muerta. Es una fe sin Cristo, la fe sin solidaridad es una fe sin Cristo, es una fe sin Dios, es una fe sin hermanos.»[3]

            Solamente con la solidaridad, con el compartir el don recibido, se hace completo y patente el «signo eucarístico» que celebramos cada domingo. Jesús toma nuestra hambre de sentido, la pone en manos del Padre y se regala Él mismo para que nosotros lo compartamos con los demás; para que nosotros nos demos como pan a los demás. Ahí se sacia entonces nuestra hambre existencial, nuestra hambre de amor y de sentido.

            Que María, mujer eucarística y Madre de la Ternura, eduque nuestro corazón para que alimentándonos de Jesús nos transformemos por la solidaridad en alimento para nuestros hermanos. Amén.






[1] J. RATZINGER/BENEDICTO XVI, Jesús de Nazaret. Desde el Bautismo a la Transfiguración (Planeta, Chile 2007), 315.
[2] Ibídem
[3] PAPA FRANCISCO, Discurso en la capilla San Juan Bautista en la visita a la población del Bañado Norte, domingo 12 de julio de 2015.

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