Signo eucarístico
17° Domingo durante el año
– Ciclo B
Queridos hermanos y
hermanas:
El texto evangélico que acabamos de escuchar (Jn 6,1-15), tomado del Evangelio según
san Juan, nos presenta un «signo» de Jesús. En el Evangelio de Juan
intencionadamente se habla de «signos» y no de «milagros» para referirse a las
acciones extraordinarias de Jesús en las cuales se manifiesta la presencia y
cercanía del Reino de Dios.
A través de estos «signos» Jesús muestra que ha sido
enviado por el Padre (cf. Jn 4,34), y
al mismo tiempo estos «signos» son una invitación a creer en Él (cf. Jn 2,11) y en su misión.
Hambre existencial
Podríamos decir que el evangelio de hoy nos relata un
«signo eucarístico». El mismo texto nos da señales de ello. El contexto es la
cercanía de la «Pascua, la fiesta de los
judíos» (Jn 6,4). Ante la
multitud que se acerca a Jesús, Él pregunta a sus discípulos: «¿Dónde compraremos pan para darles de comer?» (Jn
6,5).
Sabemos, por el mismo texto (cf. Jn 6,6), que Jesús estaba poniendo a prueba a sus discípulos. Pero
también se expresa en esta pregunta la preocupación del Pastor por los suyos:
¿con qué los alimentaremos?, ¿con qué alimentaremos a tanta gente?, ¿con qué la
saciaremos?
Aquellos que siguen a Jesús tienen «hambre», un hambre
material y concreta, pero también un «hambre espiritual», un «hambre de sentido
para sus vidas». ¿Con qué se sacia esta hambre? ¿No es acaso también esa
nuestra pregunta? ¿No experimentamos todos esa «hambre existencial»?
Y en el contexto del «hambre» material y espiritual,
Jesús realiza este signo eucarístico. «Aquí
hay un niño que tiene cinco panes de cebada y dos pescados, pero ¿qué es eso
para tanta gente?» (Jn 6,9).
Es necesario saciar el hambre material, es necesario
atender a las necesidades concretas y urgentes de los hombres; pero no es
suficiente: «¿qué es eso para tanta
gente?». «El hombre tiene hambre de algo más, necesita algo más. El don que
alimenta al hombre debe ser superior, estar a otro nivel.»[1]
Sí, necesitamos del alimento material, pero verdaderamente vivimos,
verdaderamente nos alimentamos del encuentro con Dios en Cristo. Ese encuentro
sacia nuestra «hambre existencial», nuestra hambre de amor y de sentido.
Jesús tomó los panes, dio
gracias y los distribuyó
Jesús no niega la necesidad material y concreta; al
contrario, la hace suya y la orienta hacia Dios y hacia los demás. Es el
sentido de su acción en el evangelio: «Jesús
tomó los panes, dio gracias y los distribuyó» (Jn 6,11). Sí, Jesús toma los panes, toma nuestra necesidad concreta
y lo que podemos hacer para remediarla; pero la eleva a Dios –dio gracias- y la orienta hacia el
encuentro con los demás.
El «signo eucarístico» que Jesús realiza al multiplicar los panes y los peces, implica el tomar la necesidad humana y su capacidad de respuesta, hacerla entrar en comunión con Dios, orientarla hacia Dios para recibir de Él el don de su amor y así compartir ese don distribuyéndolo entre los demás. El don que Dios nos hace de su amor no puede quedar en la soledad del egoísmo.
Este relato de la multiplicación de los panes fue
comprendido muy pronto por la Iglesia como una alusión a la eucaristía
dominical. Es en la eucaristía donde Jesús mismo se nos regala como pan, como alimento
que sustenta nuestra vida, tanto en su palabra como en su cuerpo eucarístico.
En ese sentido la misma eucaristía que celebramos cada domingo es un «signo».
Signo de la presencia y acción de Jesús en medio de nosotros y a través de
nosotros.
Al ver el signo…
Pero todo signo
requiere ser comprendido, requiere ser interpretado. En el mismo texto
evangélico se nos señala que los presentes no comprendieron del todo el signo
que Jesús realizó: «Al ver el signo que
Jesús acababa de hacer, la gente decía: “Éste es verdaderamente el Profeta que
debe venir al mundo”. Jesús, sabiendo que querían apoderarse de él para hacerlo
rey, se retiró otra vez solo a la montaña.» (Jn 6,14-15).
En Juan 6,26
Jesús debate con los judíos en la sinagoga de Cafarnaúm y «llama la atención
sobre el hecho de que no han entendido la multiplicación de los panes como un
«signo», sino que todo su interés se centraba en lo referente al comer y
saciarse».[2]
Como se habían saciado materialmente, querían hacerlo rey.
También nosotros podemos reducir el significado real del
«signo eucarístico» que celebramos. Y lo podemos hacer no en un sentido
material, sino en un sentido intimista e individual. Muchas veces
experimentamos la alegría de recibir el Cuerpo de Cristo, experimentamos la alegría
de entrar en comunión con Él, pero olvidamos entrar en comunión con nuestros
hermanos. Olvidamos que recibir el Cuerpo de Cristo es ser parte de ese Cuerpo
que es la Iglesia y que son nuestros hermanos. Entrar en comunión con el Cuerpo
de Cristo es «con mucha humildad,
mansedumbre y paciencia, soportarnos mutuamente por amor» (cf. Ef 4,2).
El Papa Francisco lo ha dicho con palabras más fuertes en
su visita a nuestro país: «por más Misa de los domingos, si no tienes un
corazón solidario, si no sabes lo que pasa en tu pueblo, tu fe es muy débil o
es enferma o está muerta. Es una fe sin Cristo, la fe sin solidaridad es una fe
sin Cristo, es una fe sin Dios, es una fe sin hermanos.»[3]
Solamente con la solidaridad, con el compartir el don
recibido, se hace completo y patente el «signo eucarístico» que celebramos cada
domingo. Jesús toma nuestra hambre de sentido, la pone en manos del Padre y se
regala Él mismo para que nosotros lo compartamos con los demás; para que
nosotros nos demos como pan a los demás. Ahí se sacia entonces nuestra hambre
existencial, nuestra hambre de amor y de sentido.
Que María, mujer eucarística y Madre de la Ternura,
eduque nuestro corazón para que alimentándonos de Jesús nos transformemos por
la solidaridad en alimento para nuestros hermanos. Amén.
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