EL PAPA NOS QUIERE
Queridos amigos y amigas,
Luego
de haber vivido los intensos días de la visita del Papa Francisco a Paraguay, creo
que cada uno de nosotros necesita decantar todo lo vivido. ¡Cuántas emociones!
¡Cuántas experiencias hemos vivido en estos días! Han sido días de una profunda
alegría. Nuestros corazones se han desbordado de la “alegría del Evangelio” y
de la alegría de experimentarnos como Pueblo de Dios (cf. EG 268-273).
Encuentros con el Papa
El
día viernes 10 de julio, junto a un numeroso grupo de la Juventud Masculina de
Schoenstatt, esperé al Papa Francisco sobre la Avda. Mcal. López, a la altura
del cementerio de La Recoleta. Con la JM, y unidos a muchos servidores, formamos
parte del “cordón humano” que debía saludar al Papa y contener a las personas
que querían verlo pasar a bordo del papamóvil.
Expectantes
esperamos el arribo del Papa a Paraguay. El júbilo estalló a lo largo de las
calles y avenidas cuando llegó la noticia de que su avión había tocado suelo
guaraní. La espera se vivió con alegría y anhelo. Personas de todas las edades
estaban expectantes del paso del papamóvil.
Finalmente
cuando el Papa Francisco pasó raudamente a bordo del papamóvil la alegría fue
indescriptible. La alegría de ver llegar al Papa, de tenerlo en nuestro país,
de tenerlo entre nosotros. Para mí, ese
primer encuentro fugaz con el Papa fue intenso. Lo vi por segundos, pero su
imagen quedó grabada en mis ojos y en mi mente. Vi a un hombre de rostro sonriente,
vestido de blanco, saludando y bendiciendo. Transmitía alegría, la alegría de
Cristo Jesús, la alegría de estar entre nosotros.
Por
segunda vez, pude verlo a lo lejos, en la Catedral Metropolitana de Asunción,
cuando el sábado 11 de julio se reunió con los obispos, sacerdotes, consagrados
y laicos de movimientos eclesiales para rezar los salmos de las Vísperas. La atmósfera en la Catedral era de gran alegría, ¡el
Vicario de Cristo estaba en medio de nosotros!
Pero
el momento más intenso fue para mí el de la Misa celebrada en Ñu Guasu el día
domingo 12 de julio. Impresionante la experiencia de vivir una fiesta de fe,
una fiesta como Pueblo de Dios.
Desde
la tarde del sábado muchas personas peregrinaron hacia el templo abierto de Ñu
Guasu. Un templo con un techo de nubes –por momentos amenazantes de lluvia- y
un imponente retablo de maíz, coco y calabazas. Un templo con pisos de barro,
pero que los fieles, llenos de fe y fortaleza, supieron transformar en lugar de
esperanza y oración.
Las
horas de la noche y la madrugada –en vigilia de preparación para la Eucaristía-
pasaron entre cantos, alabanzas, oraciones y el rezo del Santo Rosario a cargo
de la Campaña Juvenil del Rosario. La alegría explotó con la llegada del Papa
Francisco y el canto del himno “Gracias
Santo Padre”.
En su homilía el
Papa nos dijo que “cristiano
es aquel que aprendió a hospedar, que
aprendió a alojar”, y que “el camino del cristiano es simplemente
transformar el corazón. El suyo y ayudar a transformar el de los demás”. Por
eso, él nos recordó que “la
Iglesia es madre, como María. En ella tenemos un modelo. Alojar, como María,
que no dominó ni se adueñó de la Palabra de Dios sino que, por el contrario, la
hospedó, la gestó, y la entregó.”
Al
final de la Eucaristía y antes del rezo del Angelus,
el Papa Francisco nos emocionó al decirnos: “yo sé muy bien cuánto se quiere al
Papa en Paraguay. También les llevo en mi corazón y rezo por ustedes y su
país.”
Finalmente,
pude verlo por última vez cuando se dirigía al aeropuerto. La imagen que
retengo de ese momento es verlo de espaldas, alejándose y saludando a tantos
que salían a su encuentro y que parecían decirle: “quédate con nosotros que se
hace tarde” (cf. Lc 24,29). Sentí una
fuerte emoción y la nostalgia por la partida del Papa.
Nos miró con amor
Les
confieso que yo mismo me sorprendí al descubrirme tan emocionado por la
presencia del Papa Francisco entre nosotros. No tuve la oportunidad de
saludarlo personalmente, de dirigirle una palabra, de abrazarlo o de pedirle su
bendición. Sin embargo sentí su presencia y esa alegría y amor que irradia.
Pero
sobre todo pude experimentar en estos días que el Papa Francisco nos quiere; el
Papa quiere al Paraguay y a los paraguayos, nos quiere en serio, de verdad.
Y
pienso que esa es la razón de tanta emoción, de tanto cariño. Nos hemos
experimentado amados por el Papa; valorados, elegidos; tal como lo expresa su lema personal: miserando atque eligendo. Mirándonos con
amor nos eligió.
Sí,
el Papa Francisco miró con amor al Paraguay. Miró con amor a los niños e
indígenas que lo recibieron en el aeropuerto; miró con amor a los miles de
jóvenes que alinearon su ruta a través de las ciudades que visitó; miró con
amor a los enfermos y ancianos; miró con amor a María, Nuestra Señora de los
milagros de Caacupé; miró con amor a la mujer paraguaya; miró con amor a los
consagrados; miró con amor a la sociedad y sus luchas; miró con amor a al
Pueblo de Dios que peregrina en esta tierra guaraní; miró con amor a los
jóvenes y sus inquietudes.
Sí,
a todos y cada uno nos miró con amor y nos eligió. Y al hacerlo nos transmitió
la misericordia y la predilección de Dios. Sí, a través de Francisco el Señor
Jesús miró nuestra pequeñez y nos eligió por nuestra sencillez. (cf. Lc 1,48).
Excelente Padre Oscar !!
ResponderEliminarMuy buena reflexión Padre Oscar! Viva el Papa!
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