La vida es camino

Creo que una buena imagen para comprender la vida es la del camino. Sí, la vida es un camino. Y vivir se trata de aprender a andar ese camino único y original que es la vida de cada uno.
Y si la vida es un camino -un camino lleno de paradojas- nuestra tarea de vida es simplemente aprender a caminar, aprender a vivir. Y como todo aprender, el vivir es también un proceso de vida.
Se trata entonces de aprender a caminar, aprender a dar nuestros propios pasos, a veces pequeños, otras veces más grandes. Se trata de aprender a caminar con otros, a veces aprender a esperarlos en el camino y otras veces dejarnos ayudar en el camino. Se trata de volver a levantarnos una y otra vez cuando nos caemos. Se trata de descubrir que este camino es una peregrinación con Jesucristo hacia el hogar, hacia el Padre.
Y la buena noticia es que si podemos aprender a caminar, entonces también podemos aprender a vivir, podemos aprender a amar... Podemos aprender a caminar con otros...
De eso se trata este espacio, de las paradojas del camino de la vida, del anhelo de aprender a caminar, aprender a vivir, aprender a amar. Caminemos juntos!

viernes, 24 de marzo de 2017

Quien cree ve

Domingo 4° de Cuaresma – Ciclo A

Quien cree ve

Queridos hermanos y hermanas:

            En este Domingo 4° de Cuaresma el Evangelio nos presenta el relato de la “curación de un ciego de nacimiento”. La Liturgia de la Palabra propone la posibilidad de proclamar la forma extensa del texto (Jn 9, 1-41) o la forma breve (Jn 9,1. 6-9. 13-17. 34-38). Hemos escuchado la proclamación de la forma breve del texto evangélico. Sin embargo, esto no disminuye la riqueza del mismo, sino que nos permite concentrar nuestra atención en sus puntos esenciales.  

«Jesús vio a un hombre ciego de nacimiento»

El relato inicia diciendo que «Jesús vio a un hombre ciego de nacimiento» (Jn 9,1). Algunas traducciones incluso dicen: «Vio, al pasar, a un hombre ciego de nacimiento». Esto significa que Jesús, dirigiéndose hacia algún lugar, en su camino, ve a este hombre ciego.

No sabemos de dónde venía Jesús ni hacia dónde iba. En todo caso, sabemos que vio a este hombre ciego de nacimiento. Puede parecer un detalle, pero me parece importante señalarlo. El hombre ciego es incapaz de ver a Jesús; es incapaz de ver a cualquier persona, es incapaz de ver lo que sucede a su alrededor.

Sin embargo, Jesús lo ve; Jesús lo mira. Esto puede recordarnos a otro pasaje del Evangelio donde se nos describe la mirada de Jesús. En el pasaje del hombre rico que pregunta por la vida eterna (Mc 10, 17-22), se nos dice que al invitarlo a su seguimiento «Jesús lo miró con amor» (Mc 10,21).

El hombre ciego desde su nacimiento.
Centro Hospitalario de San Benito Menni. Roma, Italia, 2012. 
Sí, a pesar de su ceguera, «Jesús lo miró con amor». A pesar de nuestra propia ceguera ante su presencia, Jesús nos mira con amor. ¡Qué gran consuelo nos da este versículo del Evangelio! Aunque muchas veces no vemos a Jesús, aunque muchas veces somos incapaces de percibir su presencia en nuestra vida, Él nos ve y nos mira con amor.

Esa mirada de amor lleva a Jesús a acercarse a este hombre ciego, a entrar en contacto con él, con su vida y con su realidad. Jesús toma la iniciativa y se acerca al hombre ciego para sanarlo: «escupió en la tierra, hizo barro con la saliva y lo puso sobre los ojos del ciego, diciéndole: “Ve a lavarte a la piscina de Siloé”, que significa “Enviado”. El ciego fue, se lavó y, al regresar, ya veía» (Jn 9, 6-7).

El relato del signo que realiza Jesús en este hombre ciego de nacimiento es relativamente claro y sencillo. Jesús lo ve, se acerca, realiza un gesto y lo envía a la “piscina de Siloé” para lavarse, y así, el hombre ciego recibe el don de la visión. Lo importante y complejo será el reconocer e interpretar correctamente este signo, esta sanación realizada por Jesús.

La ceguera de los fariseos

            Y precisamente esa es la dificultad con la cual tropiezan los fariseos. ¿Cómo interpretar este signo realizado por Jesús? ¿Cómo interpretar este signo tan patente, y qué implicancias tiene el mismo?

            El texto del evangelio pone ante nuestros ojos la complejidad de la situación: «El que había sido ciego fue llevado ante los fariseos. Era sábado cuando Jesús hizo barro y le abrió los ojos» (Jn 9, 13-14). Ante la confusión de sus propios vecinos, éstos recurren a los representantes oficiales de la religión, y se nos señala, que la curación había sido realizada en sábado, día de descanso religioso. Así se nos advierte del conflicto que suscitará este hecho.

            En efecto, «algunos fariseos decían: “Ese hombre no viene de Dios, porque no observa el sábado”. Otros replicaban: “¿Cómo un pecador puede hacer semejantes signos?”. Y se produjo una división entre ellos» (Jn 9,16).

            Vemos cómo se da una división entre los mismos fariseos confrontados con el signo que realizó Jesús. Algunos optan por descartar completamente el signo: “no puede ser de Dios, ha quebrantado el sábado”; otros se animan a dudar: “alguien que no venga de Dios, ¿puede realizar semejante signo?”. Se cumplen así las palabras que Simeón dirigió a María cuando ésta presentó al niño Jesús en el templo: «Este niño será causa de caída y de elevación para muchos en Israel; será signo de contradicción» (Lc 2,34).

            Pero finalmente los fariseos eligen no ver ni reconocer el signo realizado por Jesús. Ante el testimonio que brinda el hombre que era ciego de nacimiento: «Es un profeta» (Jn 9,17); los fariseos responden con dureza: «”Tú naciste lleno de pecado, y ¿quieres darnos lecciones?”. Y lo echaron» (Jn 9,34).

            Así se nos muestra el drama de la ceguera de los fariseos, se trata de una ceguera voluntaria. A pesar de haber visto el signo realizado por Jesús, a pesar de contar con el testimonio de un hombre ciego de nacimiento que ha sido curado, no logran ver. No pueden ver, o, en realidad, no quieren ver, y así permanecen en su ceguera.

Los signos y la fe

El signo realizado por Jesús y el drama de la ceguera voluntaria de los fariseos nos muestran la dinámica interna de la fe y el desafío que ella supone para cada uno de nosotros.

Los signos requieren de una interpretación y con ello de una definición de parte nuestra. Creemos en esos signos, en esos indicios de la presencia de Jesús, o no creemos en ellos. Esa es la opción que debemos tomar ante Jesús y ante los signos de su presencia en nuestra vida y la vida de los demás.

La fe no se trata de una “certeza” científica o empírica, una certeza en la cual no hay ninguna duda y en la que todo está demostrado. Más bien, la certeza que proporciona la fe es de otra índole: se trata de una certeza moral, la certeza del corazón.

En ese sentido podríamos definir la fe como la interpretación extraordinaria de hechos ordinarios. Y precisamente allí radica la grandeza de la fe. En la capacidad que confiere al hombre de avanzar desde signos ordinarios a una realidad extraordinaria; desde signos cotidianos y tangibles a la realidad eterna y espiritual de Dios.

Y esta interpretación que hacemos de la hechos cotidianos, la hacemos confiando en Aquél que ilumina nuestra vida, Aquél que mientras está en el mundo es Luz del mundo (cf. Jn 9,5). Se trata de un riesgo que tomamos confiando en Aquél que hemos aceptado como Luz para nuestra vida. De eso se trata la fe: de ver creyendo, de ver confiando. El que no confía no puede ver, no puede creer.

Comprendemos ahora esa bienaventuranza contenida en el Evangelio según san Juan: «¡Felices los que creen sin haber visto!» (Jn 20,29); porque en realidad, cuando comienzan a creer, comienzan a ver, pues, “quien cree ve; ve con una luz que ilumina todo el trayecto del camino, porque llega a nosotros desde Cristo resucitado, estrella de la mañana que no conoce ocaso”.[1]

En este tiempo de Cuaresma queremos volver a renovar nuestra fe en Cristo Jesús, queremos volver a creer en Él y su Evangelio. Por eso les propongo que mirando con atención nuestra vida y la vida de nuestros hermanos nos preguntemos: “¿Cuáles son los signos de la presencia y acción de Jesús en mi vida?”; “¿Cuáles son los signos de la presencia y acción de Jesús en la vida de los que me rodean?”; “¿Me animo a creer en esos signos; me animo a creer que Jesús se manifiesta para mí en ellos?”.

Entonces podremos hacer la experiencia del hombre ciego de nacimiento que recibió de Jesús el don de la visión: «Jesús se enteró de que lo habían echado y, al encontrarlo, le preguntó: “¿Crees en el Hijo del hombre?”. Él respondió: “¿Quién es, Señor, para que crea en Él?”. Jesús le dijo: “Tú lo has visto: es el que te está hablando”. Entonces él exclamó: “Creo, Señor”, y se postró ante Él» (Jn 9, 35-39).

A María, Madre de nuestra fe, le suplicamos:

“¡Madre, ayuda nuestra fe!
Enséñanos a mirar con los ojos de Jesús, para que Él sea luz en nuestro camino.
Y que esta luz de la fe crezca continuamente en nosotros, hasta que llegue el día sin ocaso, que es el mismo Cristo, tu Hijo, nuestro Señor.”[2]
Amén.





[1] PAPA FRANCISCO, Carta encíclica Lumen fidei 1.
[2] PAPA FRNACISCO, Carta encíclica Lumen fidei 60.

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