Miércoles de Ceniza 2017
«Vuelvan a mí de todo
corazón»
Queridos hermanos y
hermanas:
La
Cuaresma inicia con un apremiante
llamado de Dios: «Ahora dice el Señor:
Vuelvan a mí de todo corazón» (Jl
2,12). ¿Cómo respondemos a este llamado? ¿Por qué la Iglesia nos propone el
ayuno, la limosna y la oración como caminos para responder a este llamado de
Dios?
Este
tiempo de Cuaresma se trata de “salir”
de nuestro ritmo cotidiano, sobre todo, salir de la inercia de la rutina
cotidiana.
Salir de la rutina
Vivimos la vida tan inmersos en nuestras ocupaciones que
la rutina puede anestesiar nuestra mente y nuestro corazón. Y esa inercia –ese vivir
indiferente y cómodamente en nuestra rutina- puede alejarnos de Dios, de los
demás e incluso de nuestro propio corazón, de nuestra propia interioridad y
núcleo personal.
¡Cuántas veces nuestra rutina nos lleva a una dispersión
interior en la cual perdemos nuestro arraigo en Dios! Estamos tan solicitados y
distraídos que ya no sabemos encontrarnos con los demás, con Dios y con
nosotros mismos. Muchas veces la dispersión interior produce desorden en
nuestro ritmo de vida y con ello inconstancia en nuestra vida espiritual y en
nuestras relaciones personales.
Por eso, si queremos responder al llamado de Dios: «Vuelvan a mí de todo corazón» (Jl 2,12), tenemos que aprovechar este
tiempo de Cuaresma para salir de
nuestra inercia, para salir de la rutina de la dispersión espiritual.
El ayuno, la oración más intensa y la limosna generosa y
desinteresada rompen nuestra rutina, rompen nuestra inercia; rompen nuestra
dispersión interior.
Ayuno, oración y limosna
El ayuno –que consiste en medirse a la hora de ingerir
alimentos y en renunciar a hacerlo en las cantidades habituales- nos ayuda a
tomar conciencia de la bondad de Dios para con nosotros; nos ayuda a
preguntarnos si cuando comemos lo hacemos para alimentarnos o solo para dar
gusto a nuestra voracidad. El ayuno también nos solidariza con los que pasan
hambre y nos recuerda que «el hombre no
vive solamente de pan, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios» (Mt 4,4).
Así el ayuno concreto nos ayuda a salir de la dispersión
y a volver a orientar nuestro corazón hacia Dios y los demás. Lo mismo ocurre
con la oración y la limosna.
¿Cuánto tiempo le dedicamos verdaderamente al diálogo con
el Señor? Nos pasamos el día enviando mensajes por redes sociales a nuestros
amigos y conocidos, pero, ¿cuántos mensajes le enviamos al Señor por medio de
la oración? ¿Cuántos mensajes recibimos de Él por medio de la lectura orante de
los evangelios? La intensa oración cuaresmal puede ser la oportunidad para
salir de nuestra rutina de dispersión interior para que así «fijemos la mirada en el iniciador y consumador
de nuestra fe, en Jesús» (Heb
12,2).
La limosna, cuando la realizamos de corazón, nos saca
también de nuestra cómoda rutina de indiferencia. La limosna, vivida con
madurez humana y espiritual; vivida como experiencia de encuentro con los
demás, puede ayudarnos a descubrir que el otro “es un don, un tesoro de valor
incalculable, un ser querido, amado, recordado por Dios”.[1]
En el fondo, la limosna, vivida como experiencia de encuentro
con los demás y con Dios, nos recuerda la inalienable dignidad de cada persona
humana, de cada hombre y mujer. Por eso “la Cuaresma es un tiempo propicio para
abrir la puerta a cualquier necesitado y reconocer en él o en ella el rostro de
Cristo.”[2]
Volver a Dios de todo
corazón
Comprendemos ahora cómo el ayuno, la
oración y la limosna nos ayudan a salir de la rutina de la dispersión y a
orientar nuestro corazón hacia Dios.
Se trata de volver a Dios de todo corazón, desde adentro,
desde nuestro interior. Por eso Jesús en el evangelio (Mt 6, 1-6. 16-18) nos dice: «Tengan cuidado de no practicar su
justica delante de los hombres para ser vistos por ellos: de lo contrario no
recibirán ninguna recompensa del Padre de ustedes que está en el cielo» (Mt 6,1).
La decisión
de salir de nuestra rutina de dispersión e indiferencia para poner nuestros
ojos y nuestros corazones fijos en Jesús y en nuestros hermanos, es una
decisión que tomamos en el corazón y que la vivimos día a día, en las pequeñas
y en las grandes cosas.
A veces un
pequeño gesto o acto de misericordia para con una persona –escucharla con
atención, aconsejarla con sabiduría o ayudarla de forma concreta en sus
necesidades-; es el inicio de un verdadero “éxodo”, un camino de liberación de
nuestro egoísmo hacia la liertad del amor. Gestos pequeños o grandes que el «Padre que ve en lo secreto» recompensará
(cf. Mt 6,4).
¿Y cómo nos
recompensará el Padre del cielo? En primer lugar con el regalo de un corazón
nuevo, un corazón renovado. Se hará realidad en nosotros la súplica del
salmista: «Crea en mí, Dios mío, un
corazón puro, y renueva la firmeza de mi espíritu» (Sal 50,12). Y en segundo lugar, iremos experimentando, de a poco,
un gozo sereno, la alegría de la salvación que se inicia en lo pequeño de la
vida cotidiana: «Devuélveme la alegría de
tu salvación, que tu espíritu generoso me sostenga» (Sal 50,14).
Al iniciar
la Cuaresma le pedimos a la Santísima
Virgen María que interceda para que “el Espíritu Santo nos guíe a realizar un
verdadero camino de conversión, para redescubrir el don de la Palabra de Dios,
ser purificados del pecado que nos ciega y servir a Cristo presente en los
hermanos.”[3] Amén.
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