La vida es camino

Creo que una buena imagen para comprender la vida es la del camino. Sí, la vida es un camino. Y vivir se trata de aprender a andar ese camino único y original que es la vida de cada uno.
Y si la vida es un camino -un camino lleno de paradojas- nuestra tarea de vida es simplemente aprender a caminar, aprender a vivir. Y como todo aprender, el vivir es también un proceso de vida.
Se trata entonces de aprender a caminar, aprender a dar nuestros propios pasos, a veces pequeños, otras veces más grandes. Se trata de aprender a caminar con otros, a veces aprender a esperarlos en el camino y otras veces dejarnos ayudar en el camino. Se trata de volver a levantarnos una y otra vez cuando nos caemos. Se trata de descubrir que este camino es una peregrinación con Jesucristo hacia el hogar, hacia el Padre.
Y la buena noticia es que si podemos aprender a caminar, entonces también podemos aprender a vivir, podemos aprender a amar... Podemos aprender a caminar con otros...
De eso se trata este espacio, de las paradojas del camino de la vida, del anhelo de aprender a caminar, aprender a vivir, aprender a amar. Caminemos juntos!

viernes, 7 de abril de 2017

¿Puede un Mesías salvarnos?

Domingo de Ramos en la Pasión del Señor – Ciclo A

¿Puede un Mesías salvarnos?

Queridos hermanos y hermanas:

            Con la celebración del Domingo de Ramos en la Pasión del Señor iniciamos este tiempo fuerte e intenso de la Semana Santa. Tiempo fuerte e intenso para nuestra vida de fe, para nuestra vida toda, porque nos adentramos en el Misterio pascual de Cristo, en el núcleo de nuestra fe cristiana. Tiempo fuerte e intenso de conversión y renovación personal y comunitaria.

La procesión del Domingo de Ramos

            La celebración que estamos viviendo tiene dos momentos muy marcados: en primer lugar, la procesión del Domingo de Ramos, con la cual se conmemora la entrada del Señor en Jerusalén; y, en segundo lugar, la proclamación del relato de la Pasión del Señor (Mt 26, 3-5.14 – 27,66), que pone ante nuestros ojos los hechos dramáticos de la entrega de Jesús, quien «se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte y muerte de cruz» (Flp 2,8).

            Esto se debe a que en esta celebración se conjugan el reconocimiento de la “realeza” de Jesús –y con ello de su condición de Mesías- y la “pasión” de Jesús, con lo cual se muestra el verdadero sentido y alcance de su misión mesiánica.

            Por lo tanto, ¿qué significa la procesión del Domingo de Ramos? ¿Cuál es el sentido de esta conmemoración y su alcance para nosotros?

           
Procesión del Domingo de Ramos 2016.
Santuario de Tupãrenda, Paraguay.
“El episodio de las palmas marca, en el Evangelio un momento decisivo, de extraordinaria importancia: Jesús es reconocido, es proclamado Mesías; es aclamado como  el Cristo tan esperado y tan amado.”[1]

            Así lo hemos escuchado en el texto evangélico proclamado para la procesión (Mt 21, 1-11): «Esto sucedió para que se cumpliera lo anunciado por el Profeta: «Digan a la hija de Sion: Mira que tu rey viene hacia ti, humilde y montado sobre una asna, sobre la cría de un animal de carga».» (Mt 21,5). Jesús es el Cristo tan esperado y tan amado, tan anhelado; el Cristo anunciado por los profetas.

            Así lo reconocen las personas que acompañan a Jesús aclamándolo y extendiendo mantos y ramas de árboles a su paso: «La multitud que iba delante de Jesús y la que lo seguía gritaba: «¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Hosanna en la alturas!».» (Mt 21,9).

            Sí, ellos reconocieron a Jesús de Nazaret como Mesías, como Cristo, como «el Hijo de Dios, el que debía venir al mundo» (Jn 11,27). Nosotros, al participar de la procesión del Domingo de Ramos, queremos también reconocer a Jesús como nuestro Mesías, como nuestro Redentor y Salvador. Y en este sentido, la procesión del Domingo de Ramos no es solamente una conmemoración, sino una renovación de nuestra fe en Cristo Jesús y una confesión de nuestra necesidad de ser salvados, de ser liberados y sanados.

¿En qué consiste el ser Mesías de Jesús de Nazaret?

            Dicho esto, es importante que nos preguntemos: ¿En qué consiste el ser Mesías de Jesús? ¿Qué significa que Él sea el Mesías anunciado y esperado?

            El término castellano Mesías proviene del hebreo, y al igual que el término Cristo, que proviene del griego, significa “ungido”.[2] El ungido es el lleno del Espíritu Santo, el que ha recibido la unción del Espíritu por parte de Dios para llevar adelante la misión salvífica. No en vano Jesús se aplica a sí mismo el pasaje del profeta Isaías que dice: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado por la unción. Él me envió a llevar la Buena Noticia a los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor» (Lc 4, 18-19).

            Sin embargo, en tiempos de Jesús las expectativas mesiánicas eran de las más variadas. Algunos esperaban un mesías político que librara al pueblo de Israel del dominio romano; otros esperaban un mesías que trajera la justicia de Dios por medio del cumplimiento riguroso de la Torá y el castigo de los pecadores, y, todavía había quien esperaba un mesías más bien espiritual que no entrara en conflicto con el poder dominante.

            Es por ello que a lo largo del Evangelio vemos que Jesús es más bien reservado a la hora de utilizar los títulos mesiánicos de Mesías (cf. Jn 4,25) o Hijo de David; y prefiere que no se divulguen los signos de sanación que realiza (cf. Lc 4,41). A sus mismos discípulos tiene que decirles una y otra vez que «el Hijo del hombre debe sufrir mucho, ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser condenado a muerte y resucitar al tercer día» (Lc 9,22).

            Jesús tiene claro en qué consiste su ser y misión como Mesías; sin embargo, sus discípulos -los de ayer y hoy- no comprendemos del todo en qué consiste la salvación que nos trae y ofrece.

Ya desde su concepción y nacimiento se nos dice en qué consiste su ser Mesías. Cuando el ángel se dirige en sueños a José le dice: «no temas recibir a María, tu esposa, porque lo que ha sigo engendrado en ella proviene del Espíritu Santo. Ella dará a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús, porque Él salvará a su Pueblo de todos sus pecados» (Mt 1, 20-21). “En este sentido, la explicación del nombre de Jesús que se indicó a José en sueños es ya una aclaración fundamental de cómo se ha de concebir la salvación del hombre, y en qué consiste por tanto la tarea esencial del portador de la salvación.”[3]  

¿Puede un Mesías salvarnos?

            Así, a Jesús se le asigna “un alto cometido teológico, pues sólo Dios mismo puede perdonar los pecados. Se le pone por tanto en relación inmediata con Dios, se le vincula directamente con el poder sagrado y salvífico de Dios. Pero, por otro lado, esta definición de la misión del Mesías podría también aparecer decepcionante. (…) La promesa del perdón de los pecados parece demasiado poco (…); demasiado poco porque parece que no se toma en consideración el sufrimiento concreto de Israel y su necesidad real de salvación.”[4]

            También hoy esa promesa de salvación por medio del perdón de los pecados parece poco. También hoy el mensaje de Cristo y de su Iglesia parece poco. ¿Puede un Mesías así salvarnos hoy? ¿Puede un Mesías que perdona los pecados mostrar caminos de salvación para nuestra sociedad?

            Hace unos días, un joven manifestante en las plazas del Congreso Nacional decía: “No hay un líder que nos va salvar; no hay un mesías que nos va a venir a salvar. No hay. Es mentira. Estamos acostumbrados a pensar eso, estamos acostumbrados y no hay.”[5] Evidentemente este joven se refería a la situación política y social de nuestro país. Y diciendo esto señalaba con lucidez que la situación de un país no depende solamente de una persona; no depende solamente de sus autoridades; sino que depende del conjunto de la sociedad.

            Es por ello que a nivel político no podemos esperar un “mesías”; no podemos delegar en una sola persona, o en un solo grupo de personas, la conducción de nuestro país. Nuestras autoridades y los distintos actores políticos, deben aprender a renunciar a su “mesianismo”; pues, el acaparar espacios de poder no construye conciencia cívica y corresponsabilidad, sino que debilita las instituciones democráticas y tensiona la convivencia social.

El  Papa Francisco nos enseña que  “el tiempo es superior al espacio”, y que “uno de los pecados que a veces se advierte en la actividad sociopolítica consiste en privilegiar los espacios de poder en lugar de los tiempos de los procesos”. Autoridades maduras y lúcidas no intentarán acaparar espacios de poder y autoafirmación, sino que buscarán “iniciar procesos más que poseer espacios”. “Se trata de privilegiar las acciones que generan dinamismos nuevos en la sociedad e involucran a otras personas y grupos que las desarrollarán, hasta que fructifiquen en importantes acontecimientos históricos.”[6]

Pero para que aprendamos a dejar de lado los “mesianismos” de todo tipo, necesitamos reconocer nuestra propia necesidad de ser salvados, de ser redimidos, de ser liberados. Necesitamos reconocer que “si se trastoca la primera y fundamental relación del hombre –la relación con Dios- entonces ya no queda nada más que pueda estar verdaderamente en orden.”[7] Necesitamos dejarnos salvar por el verdadero Mesías, Jesús de Nazaret.

Solo Él puede tocar nuestros corazones, liberarlos del pecado y el egoísmo y así transformarlos; ya que “si el corazón del hombre no es bueno, ninguna otra cosa puede llegar a ser buena. Y la bondad de corazón sólo puede venir de Aquel que es la Bondad misma, el Bien.”[8]


       Salvados por Jesucristo, liberados y transformados por Él, podremos entonces contribuir día a día, con nuestras decisiones y acciones, en la construcción de una sociedad justa y fraterna, “una sociedad a medida del hombre, de su dignidad y de su vocación”[9], una sociedad donde ya está presente y actuante la semilla del Reino de Dios que vino a traer «el que viene en nombre del Señor» (Mt 21,9). Amén.



[1] PABLO VI, Homilía en la Celebración Litúrgica del Domingo de Ramos, 3 de abril de 1977; citado en MISAL ROMANO COTIDIANO, Domingo de Ramos en la Pasión del Señor (CEA – Oficina del Libro, Buenos Aires 2011), 405.
[2] Cf. X. LEÓN-DUFOUR, Vocabulario de Teología Bíblica (Editorial Herder, Barcelona 1993), 529.
[3] BENEDICTO XVI/J. RATZINGER, La infancia de Jesús (Planeta, Buenos Aires 2012), 51.
[4] BENEDICTO XVI/J. RATZINGER, La infancia de Jesús..., 49.
[5] “No hay líder que nos salve” [en línea]. [fecha de consulta: 5 de abril de 2017]. Disponible en: <http://www.abc.com.py/nacionales/no-hay-un-lider-que-nos-va-a-salvar-1580707.html>
[6] PAPA FRANCISCO, Evangelii Gaudium 222-223.
[7] BENEDICTO XVI/J. RATZINGER, La infancia de Jesús..., 50.
[8] BENEDICTO XVI/J. RATZINGER, Jesús de Nazaret. Desde el Bautismo a la Transfiguración (Planeta, Santiago de Chile 2007), 58.
[9] BENEDICTO XVI, Caritas in Veritate 9.

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