Domingo de Ramos en la
Pasión del Señor – Ciclo A
¿Puede un Mesías
salvarnos?
Queridos hermanos y
hermanas:
Con la celebración del Domingo de Ramos en la Pasión del Señor iniciamos este tiempo
fuerte e intenso de la Semana Santa.
Tiempo fuerte e intenso para nuestra vida de fe, para nuestra vida toda, porque
nos adentramos en el Misterio pascual de
Cristo, en el núcleo de nuestra fe cristiana. Tiempo fuerte e intenso de
conversión y renovación personal y comunitaria.
La procesión del Domingo
de Ramos
La celebración que estamos viviendo tiene dos momentos
muy marcados: en primer lugar, la procesión
del Domingo de Ramos, con la cual se conmemora la entrada del Señor en
Jerusalén; y, en segundo lugar, la proclamación
del relato de la Pasión del Señor (Mt
26, 3-5.14 – 27,66), que pone ante nuestros ojos los hechos dramáticos de
la entrega de Jesús, quien «se humilló
hasta aceptar por obediencia la muerte y muerte de cruz» (Flp 2,8).
Esto se debe a que en esta celebración se conjugan el
reconocimiento de la “realeza” de Jesús –y con ello de su condición de Mesías-
y la “pasión” de Jesús, con lo cual se muestra el verdadero sentido y alcance
de su misión mesiánica.
Por lo tanto, ¿qué significa la procesión del Domingo de Ramos? ¿Cuál es el sentido de esta conmemoración
y su alcance para nosotros?
Procesión del Domingo de Ramos 2016. Santuario de Tupãrenda, Paraguay. |
Así lo hemos escuchado en el texto evangélico proclamado
para la procesión (Mt 21, 1-11): «Esto sucedió para que se cumpliera lo
anunciado por el Profeta: «Digan a la hija de Sion: Mira que tu rey viene hacia
ti, humilde y montado sobre una asna, sobre la cría de un animal de carga».»
(Mt 21,5). Jesús es el Cristo tan
esperado y tan amado, tan anhelado; el Cristo anunciado por los profetas.
Así lo reconocen las personas que acompañan a Jesús
aclamándolo y extendiendo mantos y ramas de árboles a su paso: «La multitud que iba delante de Jesús y la
que lo seguía gritaba: «¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en
nombre del Señor! ¡Hosanna en la alturas!».» (Mt 21,9).
Sí, ellos reconocieron a Jesús de Nazaret como Mesías, como Cristo, como «el Hijo de
Dios, el que debía venir al mundo» (Jn
11,27). Nosotros, al participar de la procesión del Domingo de Ramos, queremos
también reconocer a Jesús como nuestro Mesías, como nuestro Redentor y
Salvador. Y en este sentido, la procesión del Domingo de Ramos no es solamente
una conmemoración, sino una renovación de nuestra fe en Cristo Jesús y una
confesión de nuestra necesidad de ser salvados, de ser liberados y sanados.
¿En qué consiste el ser
Mesías de Jesús de Nazaret?
Dicho esto, es importante que nos preguntemos: ¿En qué
consiste el ser Mesías de Jesús? ¿Qué significa que Él sea el Mesías anunciado
y esperado?
El término castellano Mesías
proviene del hebreo, y al igual que el término Cristo, que proviene del griego, significa “ungido”.[2]
El ungido es el lleno del Espíritu Santo, el que ha recibido la unción del
Espíritu por parte de Dios para llevar adelante la misión salvífica. No en vano
Jesús se aplica a sí mismo el pasaje del profeta Isaías que dice: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque
me ha consagrado por la unción. Él me envió a llevar la Buena Noticia a los
pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dar
la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor» (Lc 4, 18-19).
Sin embargo, en tiempos de Jesús las expectativas
mesiánicas eran de las más variadas. Algunos esperaban un mesías político que
librara al pueblo de Israel del dominio romano; otros esperaban un mesías que
trajera la justicia de Dios por medio del cumplimiento riguroso de la Torá y el castigo de los pecadores, y,
todavía había quien esperaba un mesías más bien espiritual que no entrara en
conflicto con el poder dominante.
Es por ello que a lo largo del Evangelio vemos que Jesús
es más bien reservado a la hora de utilizar los títulos mesiánicos de Mesías (cf. Jn 4,25) o Hijo de David; y prefiere que no se
divulguen los signos de sanación que realiza (cf. Lc 4,41). A sus mismos discípulos tiene que decirles una y otra vez
que «el Hijo del hombre debe sufrir
mucho, ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser
condenado a muerte y resucitar al tercer día» (Lc 9,22).
Jesús tiene claro en qué consiste su ser y misión como Mesías; sin embargo, sus discípulos -los
de ayer y hoy- no comprendemos del todo en qué consiste la salvación que nos
trae y ofrece.
Ya
desde su concepción y nacimiento se nos dice en qué consiste su ser Mesías. Cuando el ángel se dirige en
sueños a José le dice: «no temas recibir
a María, tu esposa, porque lo que ha sigo engendrado en ella proviene del
Espíritu Santo. Ella dará a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús,
porque Él salvará a su Pueblo de todos sus pecados» (Mt 1, 20-21). “En este sentido, la explicación del nombre de Jesús
que se indicó a José en sueños es ya una aclaración fundamental de cómo se ha
de concebir la salvación del hombre, y en qué consiste por tanto la tarea
esencial del portador de la salvación.”[3]
¿Puede un Mesías
salvarnos?
Así, a Jesús se le asigna “un alto cometido teológico,
pues sólo Dios mismo puede perdonar los pecados. Se le pone por tanto en
relación inmediata con Dios, se le vincula directamente con el poder sagrado y
salvífico de Dios. Pero, por otro lado, esta definición de la misión del Mesías
podría también aparecer decepcionante. (…) La promesa del perdón de los pecados
parece demasiado poco (…); demasiado poco porque parece que no se toma en
consideración el sufrimiento concreto de Israel y su necesidad real de
salvación.”[4]
También hoy esa promesa de salvación por medio del perdón
de los pecados parece poco. También hoy el mensaje de Cristo y de su Iglesia
parece poco. ¿Puede un Mesías así salvarnos hoy? ¿Puede un Mesías que perdona
los pecados mostrar caminos de salvación para nuestra sociedad?
Hace unos días, un joven manifestante en las plazas del
Congreso Nacional decía: “No hay un líder que nos va salvar; no hay un mesías
que nos va a venir a salvar. No hay. Es mentira. Estamos acostumbrados a pensar
eso, estamos acostumbrados y no hay.”[5]
Evidentemente este joven se refería a la situación política y social de nuestro
país. Y diciendo esto señalaba con lucidez que la situación de un país no
depende solamente de una persona; no depende solamente de sus autoridades; sino
que depende del conjunto de la sociedad.
Es por ello que a nivel político no podemos esperar un
“mesías”; no podemos delegar en una sola persona, o en un solo grupo de
personas, la conducción de nuestro país. Nuestras autoridades y los distintos
actores políticos, deben aprender a renunciar a su “mesianismo”; pues, el
acaparar espacios de poder no construye conciencia cívica y corresponsabilidad,
sino que debilita las instituciones democráticas y tensiona la convivencia
social.
El
Papa Francisco nos enseña que “el tiempo es superior al espacio”, y que “uno
de los pecados que a veces se advierte en la actividad sociopolítica consiste
en privilegiar los espacios de poder en lugar de los tiempos de los procesos”.
Autoridades maduras y lúcidas no intentarán acaparar espacios de poder y
autoafirmación, sino que buscarán “iniciar procesos más que poseer espacios”.
“Se trata de privilegiar las acciones que generan dinamismos nuevos en la sociedad
e involucran a otras personas y grupos que las desarrollarán, hasta que
fructifiquen en importantes acontecimientos históricos.”[6]
Pero
para que aprendamos a dejar de lado los “mesianismos” de todo tipo, necesitamos
reconocer nuestra propia necesidad de ser salvados, de ser redimidos, de ser
liberados. Necesitamos reconocer que “si se trastoca la primera y fundamental
relación del hombre –la relación con Dios- entonces ya no queda nada más que
pueda estar verdaderamente en orden.”[7]
Necesitamos dejarnos salvar por el verdadero Mesías, Jesús de Nazaret.
Solo
Él puede tocar nuestros corazones, liberarlos del pecado y el egoísmo y así
transformarlos; ya que “si el corazón del hombre no es bueno, ninguna otra cosa
puede llegar a ser buena. Y la bondad de corazón sólo puede venir de Aquel que
es la Bondad misma, el Bien.”[8]
Salvados por Jesucristo,
liberados y transformados por Él, podremos entonces contribuir día a día, con
nuestras decisiones y acciones, en la construcción de una sociedad justa y fraterna,
“una sociedad a medida del hombre, de su dignidad y de su vocación”[9],
una sociedad donde ya está presente y actuante la semilla del Reino de Dios que
vino a traer «el que viene en nombre del
Señor» (Mt 21,9). Amén.
[1]
PABLO VI, Homilía en la Celebración
Litúrgica del Domingo de Ramos, 3 de abril de 1977; citado en MISAL ROMANO
COTIDIANO, Domingo de Ramos en la Pasión
del Señor (CEA – Oficina del Libro, Buenos Aires 2011), 405.
[2]
Cf. X. LEÓN-DUFOUR, Vocabulario de
Teología Bíblica (Editorial Herder, Barcelona 1993), 529.
[3]
BENEDICTO XVI/J. RATZINGER, La infancia
de Jesús (Planeta, Buenos Aires 2012), 51.
[4]
BENEDICTO XVI/J. RATZINGER, La infancia
de Jesús..., 49.
[5] “No hay líder que nos salve” [en
línea]. [fecha de consulta: 5 de abril de 2017]. Disponible en: <http://www.abc.com.py/nacionales/no-hay-un-lider-que-nos-va-a-salvar-1580707.html>
[6]
PAPA FRANCISCO, Evangelii Gaudium
222-223.
[7]
BENEDICTO XVI/J. RATZINGER, La infancia
de Jesús..., 50.
[8]
BENEDICTO XVI/J. RATZINGER, Jesús de
Nazaret. Desde el Bautismo a la Transfiguración (Planeta, Santiago de Chile
2007), 58.
[9]
BENEDICTO XVI, Caritas in Veritate 9.
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