Domingo 3° de Pascua –
Ciclo A
En el camino
Queridos hermanos y
hermanas:
En este Domingo 3°
de Pascua la Liturgia de la Palabra
propone para nuestra meditación el texto evangélico de “Los discípulos de Emaús”
(Lc 24, 13-35). Como acabamos de
escuchar, «el primer día de la semana,
dos de los discípulos iban a un pequeño pueblo llamado Emaús, situado a unos
diez kilómetros de Jerusalén» (Lc
24,13). También nosotros queremos unirnos a su caminar y con ellos, meditar a
partir de este evangelio.
En el camino
Lo primero que llama la atención es el lugar donde se
desarrolla la narración, según la traducción castellana del texto, «en el camino hablaban sobre lo que había ocurrido»
(Lc 24, 14).
Es interesante encontrar a estos dos discípulos «en el camino». Luego de la Pasión y
Muerte de su Maestro, estos hombres vuelven a ponerse en camino. Sin duda que
iban tristes por todo lo que había acontecido con Jesús (cf. Lc 24, 17); sin embargo siguen caminando.
Eso significa que los discípulos de Jesús están siempre
en camino; es decir, se mantienen en movimiento a pesar de su tristeza, no se
dejan paralizar por el desánimo. Caminan juntos –no solitariamente-; y
caminando juntos tratan de comprender todo lo que ha ocurrido. Y precisamente
en ese caminar, «mientras conversaban y
discutían, el mismo Jesús se acercó y caminó con ellos» (Lc 24, 15).
"Mane nobiscum, Domine". Capilla de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos. Roma, Italia, 2005. |
Jesús sabe acoger la tristeza, la frustración y el
desconcierto. Sentimientos y experiencias que no solamente forman parte del
camino de los discípulos de Emaús, sino del camino de la vida humana.
Les interpretó las
Escrituras
Así Jesús Resucitado acoge los sentimientos y
experiencias de sus discípulos y, por medio de las Escrituras, los coloca en un marco más amplio, el marco de la historia de salvación, y les da un
sentido. Con ello el Señor nos muestra que en la Sagrada Escritura encontramos el sentido de nuestra vida, el
sentido de nuestro caminar.
Y al darnos un sentido, la Escritura también nos orienta. Es lo que el salmista expresa
bellamente al decir: «me harás conocer el
camino de la vida» (Sal 15,11).
Sí, a través de su Palabra, Dios nos da a conocer el camino de la vida plena.
También el Salmo 118,
que es un “elogio de la Ley del Señor”, nos habla de la experiencia del
creyente que busca su orientación y su camino en la Palabra de Dios:
«Mi alma está postrada en el polvo: devuélveme
la vida conforme a tu palabra.
Te expuse mi conducta y tú me
escuchaste: enséñame tus preceptos.
Instrúyeme en el camino de tus leyes,
y yo meditaré tus maravillas.
Mi alma llora de tristeza: consuélame
con tu palabra.
Apártame del camino de la mentira, y
dame la gracia de conocer tu ley.
Elegí el camino de la verdad, puse tus
decretos delante de mí.
Abracé tus prescripciones: no me
defraudes, Señor.
Correré por el camino de tus
mandamientos, porque tú me infundes ánimo.» (Sal 118, 25-32).
Se
trata de aprender a caminar con la Palabra de Dios, es más, se trata de aprender
a caminar en la Palabra de Dios: «Dichoso el que, con vida intachable, camina
en la voluntad del Señor» (Sal
118,1). Y este caminar con la Palabra y en la Palabra, ocurre cuando nos acercamos
con actitud orante a los textos del Evangelio
y de toda la Escritura. Cuando día a día
nos hacemos de un tiempo para, en la oración personal o comunitaria, poner en presencia
de Dios nuestra vida, nuestros anhelos y angustias, y dejar que Dios responda a
ellos a través de su Palabra.
Cuando
nos sentimos desorientados, desesperanzados o angustiados, tomemos un pasaje del
Evangelio, leámoslo con fe e insistentemente
preguntémosle al Señor: “¿Por dónde quieres guiarme? ¿Por dónde quieres que camine?
¡Muéstrame la senda, y camina conmigo Señor!”.
Lo reconocieron al partir el pan
Y así el caminar en la Palabra de Dios nos prepara para reconocer
a Jesús Resucitado en la Eucaristía. Escuchando, leyendo, meditando y orando la
Palabra, surge en nosotros el anhelo: «Quédate
con nosotros» (Lc 24,29). Y este anhelo
de Jesús se sacia precisamente en la Eucaristía. Allí, en el íntimo diálogo que
se da con el Señor le decimos:
“Señor,
ahora puedo descansar en tu pecho según el profundo deseo de mi corazón; puedo cuidar
por tu reino de paz, igual que tu discípulo amado.
Estás
enteramente con tu ser en el santuario de mi corazón, así como reinas en el cielo
y habitas glorioso junto al Padre.” (Hacia
el Padre 142-143).
El
camino de los discípulos de Emaús y su experiencia de encuentro con el Resucitado,
nos enseña que para reconocer a Jesús necesitamos ponernos en camino –dejar de estar
quietos: sumidos en el desánimo, la tristeza, la indiferencia o la comodidad-; buscar
en la Palabra de Dios el sentido de nuestra vida y la orientación de nuestro caminar.
Entonces
en cada Eucaristía reconoceremos a Jesús,
“que está presente en medio de nosotros, cuando somos congregados por su amor, y
como hizo en otro tiempo con sus discípulos, nos explica las Escrituras y parte
para nosotros el pan.”[1]
Con
la certeza pascual de que el Resucitado camina con nosotros, avancemos día a día,
y pidámosle a María, Madre de los peregrinos,
que nos eduque y nos enseñe a caminar en la fe, a buscar la orientación de nuestra
vida en la Escritura y a reconocer a Jesucristo
«al partir el pan» (Lc 24,35). Amén. Aleluya.