La vida es camino

Creo que una buena imagen para comprender la vida es la del camino. Sí, la vida es un camino. Y vivir se trata de aprender a andar ese camino único y original que es la vida de cada uno.
Y si la vida es un camino -un camino lleno de paradojas- nuestra tarea de vida es simplemente aprender a caminar, aprender a vivir. Y como todo aprender, el vivir es también un proceso de vida.
Se trata entonces de aprender a caminar, aprender a dar nuestros propios pasos, a veces pequeños, otras veces más grandes. Se trata de aprender a caminar con otros, a veces aprender a esperarlos en el camino y otras veces dejarnos ayudar en el camino. Se trata de volver a levantarnos una y otra vez cuando nos caemos. Se trata de descubrir que este camino es una peregrinación con Jesucristo hacia el hogar, hacia el Padre.
Y la buena noticia es que si podemos aprender a caminar, entonces también podemos aprender a vivir, podemos aprender a amar... Podemos aprender a caminar con otros...
De eso se trata este espacio, de las paradojas del camino de la vida, del anhelo de aprender a caminar, aprender a vivir, aprender a amar. Caminemos juntos!

miércoles, 12 de abril de 2017

La cena del Mesías

Jueves  de la Cena del Señor – Ciclo A

La cena del Mesías

Queridos hermanos y hermanas:

            Al celebrar la Misa vespertina de la Cena del Señor damos inicio al Sagrado Triduo Pascual y así nos adentramos con Jesús en “los días santos de su Pasión salvadora y de su gloriosa Resurrección; en los cuales celebramos el triunfo sobre el mal y se renueva el misterio de nuestra redención”[1].

Al vivir las celebraciones de los días santos con un corazón dispuesto, iremos profundizando en la compresión del Misterio Pascual de Jesucristo y de su misión mesiánica.

            En efecto, la misión mesiánica de Jesús es inseparable de su Misterio Pascual, de su paso por la muerte en cruz para llegar a la vida plena de la resurrección, y con ello, dar nueva vida a los hombres, vida en abundancia (cf. Jn 10,10).

Misa de la Cena del Señor

            Cuando celebramos esta Misa de la Cena del Señor, nuestra mente –y sobre todo nuestra imaginación- se transporta al momento en que «el Señor Jesús, la noche en que fue entregado, tomó el pan, dio gracias, lo partió y dijo: “Esto es mi Cuerpo, que se entrega por ustedes. Hagan esto en memoria mía”. De la misma manera, después de cenar, tomó la copa, diciendo: “Esta copa es la Nueva Alianza que se sella con mi sangre. Siempre que la beban, háganlo en memoria mía”.» (1Co 11, 23-25).

           
"Última Cena". Santuario de Juan Pablo II, Cracovia, Polonia, 2013.
Con ello tendemos a ubicar la raíz de nuestra Eucaristía exclusivamente en la llamada Última Cena. Sin embargo, el Nuevo Testamento, y en particular los Evangelios, nos muestran que la Eucaristía cristiana, nuestra Santa Misa, tiene raíces en varios episodios de la vida de Jesús; a saber, en tres tipos distintos de episodios o relatos: en primer lugar se encuentran los relatos que nos transmiten la cena pascual de Jesús y sus discípulos –la Última Cena-. Estos relatos se encuentran fundamentalmente en los evangelios de Mateo, Marcos y Lucas (cf. Mt 26, 26-29; Mc 14, 22-25; Lc 22, 15-20). Así mismo, la Primera carta de san Pablo a los Corintios nos trae las palabras de Jesús sobre el pan y el vino, donados como su Cuerpo y su Sangre, «la noche en que fue entregado» (1Co 11, 23-25).

En segundo lugar, a lo largo de los evangelios encontramos narraciones que nos muestran la costumbre de Jesús de compartir la mesa con muchas personas, y en particular con los pecadores. Un hermoso ejemplo de esto es el que encontramos en Mateo 9, 9-13. Se trata de la vocación de Mateo y la subsiguiente comida en su casa. Según el mencionado texto evangélico, «mientras Jesús estaba comiendo en la casa, acudieron muchos publicanos y pecadores, y se sentaron a comer con Él y sus discípulos» (Mt 9,10). Cuando los escribas y fariseos recriminan esto a los discípulos de Jesús, Él responde: «No son los sanos los que tienen necesidad del médico, sino los enfermos. Vayan y aprendan qué significa: “Yo quiero misericordia y no sacrificios”. Porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores» (Mt 9, 12-13).

Finalmente encontramos un tercer tipo de relatos, aquellos que testimonian comidas con el Resucitado. Los textos más conocidos son: “el encuentro del Resucitado con los discípulos de Emaús” (Lc 24, 13-35), y “el encuentro de Pedro y el Resucitado a orillas del lago Tiberíades” (Jn 21, 1-14). En ambos casos se trata de experimentar que la comunión con el Resucitado que se da por medio de la comida, es figura del banquete definitivo, el banquete de bodas eterno, tantas veces anunciado por el mismo Jesús como imagen festiva del Reino de los cielos (cf. Mt 22, 1-14).
  
La cena del Mesías

Tomar conciencia de todo esto nos ayuda a comprender la riqueza de nuestra celebración eucarística, la cual es, memorial de la Cena y del Sacrificio del Señor; comida de reconciliación, encuentro y comunión con Cristo y su Iglesia; y “anticipación del banquete de bodas del Cordero (cf. Ap 19,9) en la Jerusalén celestial.”[2]  

La Eucaristía se nos presenta así como “banquete mesiánico”, como la cena del Mesías. Y con ello comprendemos aún más profundamente la misión mesiánica de Jesús.

            En esta cena del Mesías que es nuestra Eucaristía, Jesucristo, que «fue entregado por nuestros pecados y resucitado para nuestra justificación» (Rm 4,25) sigue presente y actuante en su Palabra, en sus ministros y en su Cuerpo y Sangre. Así, es Jesús el que en cada celebración nos dice: «Hagan esto en conmemoración mía»; y Él mismo, que ofreció su vida por nosotros en la cruz, se ofrece ahora por ministerio de sus sacerdotes[3]. Es Jesús el que acoge e invita a todos a sentarse a su mesa. Es Jesús el que nos preside en este banquete mesiánico y así nos anticipa la gloria celestial.  

El Mesías que se ofrece como alimento

            Sin embargo, lo más propio y característico de este banquete mesiánico es que el mismo Mesías se nos ofrece como alimento. Y al hacerlo se cumplen las palabras contenidas en el Evangelio según san Juan: «Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas. El Padre me ama porque Yo doy mi vida para recobrarla. Nadie me la quita, sino que la doy por mí mismo» (Jn 10,11. 17-18).

            Así la acción de Cristo en el banquete mesiánico se convierte en criterio de juicio para distinguir al verdadero Mesías de los falsos mesías; o, en palabras del citado texto, distinguir al buen Pastor de los asalariados o ladrones: «El ladrón no viene sino para robar, matar y destruir. Pero yo he venido para que las ovejas tengan Vida, y la tengan en abundancia» (Jn 10, 10). El verdadero Mesías alimenta a sus ovejas, a su Pueblo; en cambio, los falsos mesías se alimentan del pueblo y sus necesidades.

            Por lo tanto, si participamos de la Cena del Mesías, si nos alimentamos como discípulos suyos de su Palabra, de su Cuerpo y de su Sangre; entonces también nosotros tenemos que aprender a ofrecernos como alimento a los demás. Ofrecer nuestras capacidades para saciar las necesidades de los demás; ofrecer nuestro tiempo y nuestra compañía para saciar la soledad de los demás; ofrecer nuestro perdón para saciar el hambre de misericordia de los demás; ofrecer nuestra lucidez y veracidad para saciar el hambre de paz y justicia de nuestra sociedad.

              Entonces, alimentados por el Mesías en su cena; seremos enviados a nuestra vida cotidiana para donarnos como alimento a nuestros hermanos, asemejarnos a nuestro Salvador, y así, crecer en la esperanza y en la certeza de que quien entrega su vida en la verdad, en la justicia y en el amor, la recobrará en plenitud con el Mesías Resucitado, Jesucristo, nuestro Señor. Amén.



[1] MISAL ROMANO, Prefacio de la Pasión del Señor II. La victoria de la Pasión.
[2] CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA, 1329.
[3] Cf. CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA, 1367.

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