Jueves de la Cena del Señor – Ciclo A
La cena del Mesías
Queridos hermanos y hermanas:
Al celebrar la Misa vespertina de la Cena del Señor
damos inicio al Sagrado Triduo Pascual
y así nos adentramos con Jesús en “los días santos de su Pasión salvadora y de
su gloriosa Resurrección; en los cuales celebramos el triunfo sobre el mal y se
renueva el misterio de nuestra redención”[1].
Al vivir las celebraciones de los días santos con
un corazón dispuesto, iremos profundizando en la compresión del Misterio Pascual de Jesucristo y de su
misión mesiánica.
En efecto, la misión
mesiánica de Jesús es inseparable de su Misterio
Pascual, de su paso por la muerte en cruz para llegar a la vida plena de la
resurrección, y con ello, dar nueva vida a los hombres, vida en abundancia (cf.
Jn 10,10).
Misa de la Cena del Señor
Cuando celebramos esta Misa de la Cena del Señor, nuestra mente
–y sobre todo nuestra imaginación- se transporta al momento en que «el Señor Jesús, la noche en que fue
entregado, tomó el pan, dio gracias, lo partió y dijo: “Esto es mi Cuerpo, que
se entrega por ustedes. Hagan esto en memoria mía”. De la misma manera, después
de cenar, tomó la copa, diciendo: “Esta copa es la Nueva Alianza que se sella
con mi sangre. Siempre que la beban, háganlo en memoria mía”.» (1Co 11, 23-25).
"Última Cena". Santuario de Juan Pablo II, Cracovia, Polonia, 2013. |
En segundo lugar, a lo largo de los evangelios
encontramos narraciones que nos muestran la costumbre de Jesús de compartir la
mesa con muchas personas, y en particular con los pecadores. Un hermoso ejemplo
de esto es el que encontramos en Mateo 9,
9-13. Se trata de la vocación de Mateo y la subsiguiente comida en su casa. Según
el mencionado texto evangélico, «mientras
Jesús estaba comiendo en la casa, acudieron muchos publicanos y pecadores, y se
sentaron a comer con Él y sus discípulos» (Mt 9,10). Cuando los escribas y fariseos recriminan esto a los
discípulos de Jesús, Él responde: «No son
los sanos los que tienen necesidad del médico, sino los enfermos. Vayan y
aprendan qué significa: “Yo quiero misericordia y no sacrificios”. Porque no he
venido a llamar a justos, sino a pecadores» (Mt 9, 12-13).
Finalmente encontramos un tercer tipo de relatos,
aquellos que testimonian comidas con el Resucitado. Los textos más conocidos
son: “el encuentro del Resucitado con los discípulos de Emaús” (Lc 24, 13-35), y “el encuentro de Pedro
y el Resucitado a orillas del lago Tiberíades” (Jn 21, 1-14). En ambos casos se trata de experimentar que la
comunión con el Resucitado que se da por medio de la comida, es figura del
banquete definitivo, el banquete de bodas eterno, tantas veces anunciado por el
mismo Jesús como imagen festiva del Reino de los cielos (cf. Mt 22, 1-14).
La cena del Mesías
Tomar conciencia de todo esto nos ayuda a
comprender la riqueza de nuestra celebración eucarística, la cual es, memorial de la Cena y del Sacrificio del
Señor; comida de reconciliación, encuentro y comunión con Cristo y su Iglesia; y “anticipación del banquete de bodas del Cordero (cf. Ap 19,9) en la Jerusalén celestial.”[2]
La Eucaristía se nos presenta así como “banquete
mesiánico”, como la cena del Mesías.
Y con ello comprendemos aún más profundamente la misión mesiánica de Jesús.
En esta cena del Mesías que es nuestra
Eucaristía, Jesucristo, que «fue
entregado por nuestros pecados y resucitado para nuestra justificación» (Rm 4,25) sigue presente y actuante en su
Palabra, en sus ministros y en su Cuerpo y Sangre. Así, es Jesús el que en cada
celebración nos dice: «Hagan esto en
conmemoración mía»; y Él mismo, que ofreció su vida por nosotros en la
cruz, se ofrece ahora por ministerio de sus sacerdotes[3]. Es
Jesús el que acoge e invita a todos a sentarse a su mesa. Es Jesús el que nos
preside en este banquete mesiánico y así nos anticipa la gloria celestial.
El Mesías que se ofrece como alimento
Sin embargo, lo más
propio y característico de este banquete mesiánico es que el mismo Mesías se nos ofrece como alimento. Y al
hacerlo se cumplen las palabras contenidas en el Evangelio según san Juan: «Yo
soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas. El Padre me ama
porque Yo doy mi vida para recobrarla. Nadie me la quita, sino que la doy por
mí mismo» (Jn 10,11. 17-18).
Así la acción de Cristo
en el banquete mesiánico se convierte en criterio de juicio para distinguir al
verdadero Mesías de los falsos
mesías; o, en palabras del citado texto, distinguir al buen Pastor de los
asalariados o ladrones: «El ladrón no
viene sino para robar, matar y destruir. Pero yo he venido para que las ovejas
tengan Vida, y la tengan en abundancia» (Jn 10, 10). El verdadero Mesías
alimenta a sus ovejas, a su Pueblo; en cambio, los falsos mesías se alimentan
del pueblo y sus necesidades.
Por lo tanto, si
participamos de la Cena del Mesías,
si nos alimentamos como discípulos suyos de su Palabra, de su Cuerpo y de su
Sangre; entonces también nosotros tenemos que aprender a ofrecernos como
alimento a los demás. Ofrecer nuestras capacidades para saciar las necesidades
de los demás; ofrecer nuestro tiempo y nuestra compañía para saciar la soledad
de los demás; ofrecer nuestro perdón para saciar el hambre de misericordia de
los demás; ofrecer nuestra lucidez y veracidad para saciar el hambre de paz y
justicia de nuestra sociedad.
Entonces, alimentados por el Mesías en su cena; seremos enviados a nuestra vida cotidiana para donarnos como alimento a nuestros hermanos, asemejarnos a nuestro Salvador, y así, crecer en la esperanza y en la certeza de que quien entrega su vida en la verdad, en la justicia y en el amor, la recobrará en plenitud con el Mesías Resucitado, Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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