La vida es camino

Creo que una buena imagen para comprender la vida es la del camino. Sí, la vida es un camino. Y vivir se trata de aprender a andar ese camino único y original que es la vida de cada uno.
Y si la vida es un camino -un camino lleno de paradojas- nuestra tarea de vida es simplemente aprender a caminar, aprender a vivir. Y como todo aprender, el vivir es también un proceso de vida.
Se trata entonces de aprender a caminar, aprender a dar nuestros propios pasos, a veces pequeños, otras veces más grandes. Se trata de aprender a caminar con otros, a veces aprender a esperarlos en el camino y otras veces dejarnos ayudar en el camino. Se trata de volver a levantarnos una y otra vez cuando nos caemos. Se trata de descubrir que este camino es una peregrinación con Jesucristo hacia el hogar, hacia el Padre.
Y la buena noticia es que si podemos aprender a caminar, entonces también podemos aprender a vivir, podemos aprender a amar... Podemos aprender a caminar con otros...
De eso se trata este espacio, de las paradojas del camino de la vida, del anhelo de aprender a caminar, aprender a vivir, aprender a amar. Caminemos juntos!

viernes, 14 de abril de 2017

El Mesías de la cruz

Viernes Santo de la Pasión del Señor – Ciclo A

El Mesías de la cruz

Queridos hermanos y hermanas:

El Domingo de Ramos reconocimos a Jesús de Nazaret como el Mesías, como el Cristo “ungido con el óleo de la alegría y enviado a evangelizar a los pobres”[1]. Así nos hemos unido a las multitudes que lo aclamaban como Hijo de David (cf. Mt 21,9) y hemos hecho nuestra la confesión de fe de Pedro: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo» (Mt 16,16).

Sin embargo, una y otra vez necesitamos preguntarnos ¿en qué consiste la misión mesiánica de Jesús? Una y otra vez necesitamos preguntarnos si comprendemos de verdad el modo en que Jesús vive su misión y las consecuencias que ello tiene para nosotros: «Ustedes saben que los jefes de las naciones dominan sobre ellas y los poderosos les hacen sentir su autoridad. Entre ustedes no debe suceder así. Al contrario, el que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes; y el que quiera ser el primero que se haga su esclavo: como el Hijo del hombre, que no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud» (Mt 20, 25-28).  

La desfiguración de la misión mesiánica de Jesús es una tentación que aparece una y otra vez a lo largo de la historia humana. Está presente en los evangelios, está presente en la historia de la Iglesia y de las naciones; está presente, incluso, en nuestro corazón.  

Al igual que a Pedro, nos cuesta comprender que el Mesías debe asumir nuestro sufrimiento, miseria y pecado para redimirnos. Cuando Jesús nos muestra el camino de la cruz y nos invita a seguirlo, le decimos: «Dios no lo permita, Señor, eso no sucederá»; y, al igual que a Pedro, con dureza el Señor nos corrige diciéndonos: «¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás! Tú eres para mí un obstáculo, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres» (Mt 16, 22-23).
 
¿Cómo lleva adelante su misión el Mesías?

            Precisamente la celebración de la Acción Litúrgica de la Pasión del Señor nos permite adentrarnos en la concepción mesiánica de Jesús; nos permite comprender cómo concibe Jesús su misión mesiánica y cómo la lleva a término. Ese es el sentido de los textos que hemos escuchado con recogimiento y veneración durante la Liturgia de la Palabra de esta celebración.

            El texto del profeta Isaías (Is  52,13 – 53,12) presenta al Mesías como el “Servidor de Dios”; es más, lo presenta como el “Siervo sufriente”. Él es el que «soportaba nuestros sufrimientos y cargaba con nuestras dolencias», el que «fue traspasado por nuestras rebeldías y triturado por nuestras iniquidades», el que «ofrece su vida en sacrificio de reparación» (Is 53, 4a. 5a. 10b). Por ello, dice Dios de su Mesías: «Mi Servidor justo justificará a muchos y cargará sobre sí las faltas de ellos» (Is 53,11b).

            La Carta a los Hebreos nos presenta un Mesías obediente cuando dice: «aunque era Hijo de Dios, aprendió, por medio de sus propios sufrimientos qué significa obedecer. De este modo, él alcanzó la perfección y llegó a ser causa de salvación eterna para todos los que lo obedecen» (Hb 5, 8-9).

            Mesías sufriente y obediente, pero precisamente por eso, Mesías que libera, que sana y que salva. Esta es la imagen interior y profunda que nos ofrece la Sagrada Escritura sobre el mesianismo de Jesús. Esta es la concepción mesiánica que Cristo tiene en su mente y en su corazón cuando lleva adelante su misión.

             También cuando meditamos los misterios dolorosos del Santo Rosario vemos que el Mesías asume en sí mismo nuestros pecados y dolores; Él los expía con su vida y sufrimiento; Él los asume hasta la cruz.

            Lo vemos orando en el huerto de Getsemaní, y allí en oración y lucha interior asume plenamente su misión mesiánica: la angustia no lo aparta de la voluntad del Padre ni de su decisión de entregar su vida por los hombres. Atado a la columna y flagelado asume nuestra sensualidad egoísta y enferma, y expía por ella para liberarla. Al ser coronado con espinas nos sana de nuestra arrogancia con su mansedumbre de corazón (cf. Mt 11,29). En el camino al Gólgota carga con “la cruz que le impuso nuestra aversión al sufrimiento” (Hacia el Padre 349). Finalmente en la cruz se entrega por nuestros pecados. Con su muerte asume nuestra muerte, asume el fruto del egoísmo y del pecado para liberarnos de la oscuridad de la muerte eterna.

            Sí, el verdadero Mesías, Jesús de Nazaret, lleva adelante su misión mesiánica a través de la cruz. Y así nos muestra una vez más que ser Mesías, ser Ungido, ser Cristo, significa asumir los pecados, dolores y limitaciones de la existencia humana. Ser Mesías significa asumir la existencia de los demás y cargar con ella. El verdadero Mesías es el Mesías de la cruz. 

Dos tipos de mesianismo

A pesar de todo esto, una y otra vez aparece la tentación de buscar otro tipo de mesías, un mesías que pueda evitar -y evitarnos- el camino de la cruz, un mesías que se presente no débil y sufriente, sino poderoso y exitoso.

Lo hemos escuchado en el relato de la Pasión de nuestro Señor Jesucristo según san Juan (Jn 18,1 – 19,42). Pilato, no encontrando motivo suficiente para condenar a Jesús, propone a la multitud dejarlo en libertad, sin embargo «ellos comenzaron a gritar, diciendo: “¡A él no, a Barrabás”.» (Jn 18,40).

Si bien el Evangelio según san Juan consigna simplemente que Barrabás era un bandido (cf. Jn 18,40), “la palabra griega que corresponde a «bandido» podía tener un significado específico en la situación política de entonces en Palestina. Quería decir algo así como «combatiente de la resistencia». (…) En otras palabras, Barrabás era una figura mesiánica. La elección entre Jesús y Barrabás no es casual: dos figuras mesiánicas, dos formas de mesianismo frente a frente.”[2]   

Por lo tanto la elección se establece entre un mesías que es caudillo, que lidera una lucha violenta y promete éxito a cualquier precio –Barrabás-, “y este misterioso Jesús que anuncia la negación de sí mismo como camino hacia la vida.”[3] A lo largo de la historia mundial, a lo largo de la historia nacional y personal, se presenta siempre de nuevo esta elección. ¿A qué mesías elegimos seguir? ¿A qué mesías reconocemos como tal? ¿En quién ponemos nuestra confianza? ¿A quién imitamos?

La pregunta puede formularse todavía de otra manera: ¿qué tipos de liderazgos proponemos y seguimos? ¿Imitamos y seguimos al caudillo exitoso o al servidor obediente a la verdad?

Seguir al Mesías de la cruz

            Como cristianos, como bautizados, queremos seguir a Jesucristo, el Mesías de Dios. Profesamos nuestra fe en Él, y es por ello que queremos seguirlo no sólo de palabra sino también con nuestras obras, con nuestras decisiones, con nuestro corazón, con toda nuestra vida.

           
Cruz de la Unidad.
Santuario de 
Tupãrenda, Paraguay.
Seguir a Jesús, Mesías de Dios, implica renunciar al poder mundano: el poder que se sirve de los demás y los domina. Significa renunciar a la prepotencia y la mentira. Significa renunciar al triunfo a costa de la verdad y la paz.

            Seguir a Jesús es asumir la debilidad de este Mesías de la cruz. Y en esa debilidad, la debilidad del amor, de la entrega por los demás, de la verdad y de la justicia encontrar la verdadera fortaleza.

            Seguir a Jesús significa vivir en el día a día nuestra condición de cristianos, nuestra condición de “ungidos”, asumiendo la realidad de nuestros hermanos y sirviéndolos allí donde ellos necesitan. Significa asumir el dolor y el límite. Asumir los errores y los anhelos humanos. Asumir que el tiempo es necesario para los procesos de crecimiento. Significa tomar de la mano a los nuestros y guiarlos hacia el verdadero Mesías para que de Él reciban la libertad de los hijos de Dios, la libertad plena del amor que libera.

Seguir al Mesías de la cruz es andar su via crucis, es asumir que siguiéndolo a Él caminaremos también por la vía de la cruz: la cruz de la incomprensión, de la calumnia y de la persecución. Es andar el camino de la cruz sabiendo que cuando seguimos sus pasos somos bienaventurados, pues Él mismo nos dice: «Felices ustedes, cuando sean insultados y perseguidos, y cuando se los calumnie en toda forma a causa de mí. Alégrense y regocíjense entonces, porque ustedes tendrán una gran recompensa en el cielo» (Mt 5, 11-12a).

            Seguir al Mesías de la cruz significa caminar con la esperanza de que Dios nos sostiene siempre; caminar con la confianza de que la cruz del Mesías es el camino para participar de la Resurrección del Mesías.

            Por eso, en este Viernes Santo, renovamos nuestra confianza en Cristo y le dirigimos nuestra oración comprometida:

            “Contigo humildemente hasta el Calvario,
            contigo por la vía dolorosa,
            y al final, oh Jesús, por tu promesa,
            contigo viviremos en tu gloria. Amén”[4].




[1] MISAL ROMANO COTIDIANO, Prefacio del Bautismo del Señor (CEA – Oficina del Libro, Buenos Aires 2011), 808.
[2] BENEDICTO XVI/J. RATZINGER, Jesús de Nazaret. Desde el Bautismo a la Transfiguración (Planeta, Santiago de Chile 2007), 65s.
[3] BENEDICTO XVI/J. RATZINGER, Jesús de Nazaret…, 66.
[4] LITURGIA DE LA HORAS, Tiempo de Cuaresma, Himno de la hora Sexta.

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