La vida es camino

Creo que una buena imagen para comprender la vida es la del camino. Sí, la vida es un camino. Y vivir se trata de aprender a andar ese camino único y original que es la vida de cada uno.
Y si la vida es un camino -un camino lleno de paradojas- nuestra tarea de vida es simplemente aprender a caminar, aprender a vivir. Y como todo aprender, el vivir es también un proceso de vida.
Se trata entonces de aprender a caminar, aprender a dar nuestros propios pasos, a veces pequeños, otras veces más grandes. Se trata de aprender a caminar con otros, a veces aprender a esperarlos en el camino y otras veces dejarnos ayudar en el camino. Se trata de volver a levantarnos una y otra vez cuando nos caemos. Se trata de descubrir que este camino es una peregrinación con Jesucristo hacia el hogar, hacia el Padre.
Y la buena noticia es que si podemos aprender a caminar, entonces también podemos aprender a vivir, podemos aprender a amar... Podemos aprender a caminar con otros...
De eso se trata este espacio, de las paradojas del camino de la vida, del anhelo de aprender a caminar, aprender a vivir, aprender a amar. Caminemos juntos!

domingo, 16 de abril de 2017

El Mesías Resucitado

Vigilia Pascual en la Noche del Sábado Santo – Ciclo A

El Mesías Resucitado

Queridos hermanos y hermanas:

            El texto evangélico que ha sido proclamado en esta Vigilia Pascual nos introduce en la vivencia de las mujeres que, «pasado el sábado, al amanecer del primer día de la semana, fueron a visitar el sepulcro» (cf. Mt 28,1). Se trata de «María Magdalena y la otra María». Con ellas, también nosotros, pasado el sábado y esperando el amanecer del primer día, queremos ponernos en camino para buscar a Jesús, nuestro Mesías que entregó su vida en la cruz.

Buscando al Mesías Crucificado

            ¿Quiénes son estas mujeres que fielmente acuden al sepulcro de Jesús? Si bien es cierto y claro que “Jesús escogió entre sus discípulos a doce hombres” para instituirlos como Apóstoles, “columnas de la Iglesia”, “fueron escogidas también muchas mujeres en el grupo de los discípulos.”[1]

Ellas forman parte de los seguidores de Jesús, acompañándolo e incluso ayudando con su servicio y sus bienes a la proclamación del Evangelio del Reino de Dios (cf. Lc 8, 1-3). Por lo tanto, podemos suponer que también ellas han acompañado al Señor durante los días de su Pasión y Muerte, como en efecto testimonian los Evangelios cuando relatan la crucifixión de Jesús (cf. Mt 27, 55-56; Jn 19, 25-27).

En su fidelidad de discípulas van al sepulcro buscando, de alguna manera, al Mesías crucificado. Acuden al sepulcro para untar con óleos y perfumes el maltratado cuerpo de Jesús (cf. Lc 23,56). Podríamos decir que se trata de una “obra de misericordia” para con Jesús.

Y no podía ser de otra manera. Ellas mismas, al igual que los demás discípulos y tantos otros que seguían a Jesús, han experimentado la misericordia de Dios en Jesús. Ellas mismas han experimentado en Jesús al Mesías Misericordioso anunciado por los profetas: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado por la unción. Él me envió a llevar la Buena Noticia a los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor» (Lc 4, 18-19).

Por eso, ahora ellas son capaces de misericordia. Luego de haber recibido de Jesús el bálsamo de la misericordia, se transforman ellas mismas en bálsamo de misericordia para otros.

Sin embargo, lo más asombroso de todo esto es que buscando al Mesías Crucificado encuentran al Mesías Resucitado: «De pronto, se produjo un gran temblor de tierra: El Ángel del Señor bajó del cielo, hizo rodar la piedra del sepulcro y se sentó sobre ella. El Ángel dijo a las mujeres: “No teman, yo sé que ustedes buscan a Jesús, el Crucificado. No está aquí, porque ha resucitado como lo había dicho.”» (Mt 28, 2. 5-6a).

Se trata de la dinámica pascual siempre presente en la vida de Jesús y de sus discípulos: si buscamos la cruz encontraremos la resurrección, la vida nueva y abundante. Pero si evitamos la cruz, entonces perdemos nuestra orientación y con ello el camino hacia la resurrección. No en vano dice Jesús a sus discípulos: «El que quiera seguirme, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida a causa de mí, la encontrará.» (Mt 16, 24-25).   

¿A qué Mesías buscamos?

            Por eso, en esta Noche santa “en que por toda la tierra, los que confiesan su fe en Cristo, arrancados de los vicios del mundo y de la oscuridad del pecado, son restituidos a la gracia y agregados a los santos”[2]; preguntémonos sinceramente en nuestros corazones: ¿a qué mesías busco? Como las santas mujeres, ¿busco al Mesías Crucificado, o busco mesianismos que eviten el camino de la cruz?

            Buscamos mesianismos que eviten la cruz, mesianismos ilusorios y falsos, cuando en lugar de elegir el camino del servicio desinteresado al otro; el camino de la misericordia y la ternura; el camino del perdón y la reconciliación; el camino de la verdad y la justicia; elegimos caminos de indiferencia, odio, rencor, mentira e injusticia.

            Así somos como Judas Iscariote y nos engañamos a nosotros mismos pensando que el camino rápido al éxito y al poder es el camino para establecer el Reino de Dios en medio nuestro, el Reino del Mesías de Dios. En realidad, quien hace esta opción, se coloca a sí mismo como pobre sustituto del auténtico Mesías, del auténtico Salvador.          

El Mesías Resucitado

            Nosotros no queremos caer en la tentación de Judas, la tentación de confundir al auténtico Mesías con el poder que se presenta como salvador, como mesiánico. Más bien queremos ser como los discípulos de Jesús, y en particular, como las fieles mujeres que fueron al sepulcro buscando al Mesías Crucificado.

            Buscamos al Mesías Crucificado cuando siguiendo su ejemplo hacemos con los demás lo mismo que Él hizo con nosotros (cf. Jn 13,15): arrodillarnos para servirlos. Cuando guardando su memoria pascual (cf. 1Co 11, 24-25) entregamos nuestros bienes, y nos entregamos nosotros mismos, para alimentar y nutrir a los demás. Cuando confortamos “a los que están cansados y agobiados; (…), siguiendo el ejemplo y el mandato de Cristo.”[3] Buscamos al Mesías Crucificado cuando en fidelidad a nuestra dignidad y conciencia, optamos en nuestras decisiones personales y sociales por el camino de la verdad y la justicia.

            Y buscando al Mesías Crucificado en el servicio a nuestros hermanos, encontraremos al Mesías Resucitado, pues, Él mismo ha dicho: «Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo» (Mt 25,40).

            Entonces comprenderemos que «era necesario que el Mesías soportara esos sufrimientos para entrar en su gloria» (Lc 24,26); que es necesario el bienaventurado sufrimiento del servicio desinteresado, de la entrega sincera y del seguimiento de la verdad, para participar de la gloria de la vida plena. Si seguimos este camino, si hacemos esta opción de vida, entonces escucharemos en nuestros corazones el saludo del Mesías Resucitado: «Alégrense. No teman» (Mt 28, 9.10).

            Con esta feliz esperanza renovamos nuestra decisión y nuestro  compromiso de seguir cotidianamente a nuestro Mesías, Jesucristo, “que resucitado de entre los muertos brilla sereno para el género humano, y vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.”[4]



[1] BENEDICTO XVI, Audiencia general, Miércoles 14 de febrero del 2007 [en línea]. [Fecha de consulta: 12 de abril de 2017]. Disponible en: <http://w2.vatican.va/content/benedict-xvi/es/audiences/2007/documents/hf_ben-xvi_aud_20070214.html>
[2] MISAL ROMANO, Pregón pascual.
[3] MISAL ROMANO, Plegaria Eucarística para Diversas Circunstancias IV. Jesús, que pasó haciendo el bien.
[4] MISAL ROMANO, Pregón Pascual.

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