Vigilia Pascual en la
Noche del Sábado Santo – Ciclo A
El Mesías Resucitado
Queridos hermanos y
hermanas:
El texto evangélico que ha sido proclamado en esta Vigilia Pascual nos introduce en la
vivencia de las mujeres que, «pasado el
sábado, al amanecer del primer día de la semana, fueron a visitar el sepulcro»
(cf. Mt 28,1). Se trata de «María Magdalena y la otra María». Con
ellas, también nosotros, pasado el sábado y esperando el amanecer del primer
día, queremos ponernos en camino para buscar a Jesús, nuestro Mesías que entregó su vida en la cruz.
Buscando al Mesías Crucificado
¿Quiénes son estas mujeres que fielmente acuden al
sepulcro de Jesús? Si bien es cierto y claro que “Jesús escogió entre sus
discípulos a doce hombres” para instituirlos como Apóstoles, “columnas de la
Iglesia”, “fueron escogidas también muchas mujeres en el grupo de los
discípulos.”[1]
Ellas
forman parte de los seguidores de Jesús, acompañándolo e incluso ayudando con
su servicio y sus bienes a la proclamación del Evangelio del Reino de Dios
(cf. Lc 8, 1-3). Por lo tanto,
podemos suponer que también ellas han acompañado al Señor durante los días de
su Pasión y Muerte, como en efecto testimonian los Evangelios cuando relatan la crucifixión de Jesús (cf. Mt 27, 55-56; Jn 19, 25-27).
En
su fidelidad de discípulas van al sepulcro buscando, de alguna manera, al Mesías crucificado. Acuden al sepulcro
para untar con óleos y perfumes el maltratado cuerpo de Jesús (cf. Lc 23,56). Podríamos decir que se trata
de una “obra de misericordia” para con Jesús.
Y
no podía ser de otra manera. Ellas mismas, al igual que los demás discípulos y
tantos otros que seguían a Jesús, han experimentado la misericordia de Dios en
Jesús. Ellas mismas han experimentado en Jesús al Mesías Misericordioso anunciado por los profetas: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque
me ha consagrado por la unción. Él me envió a llevar la Buena Noticia a los
pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dar
la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor» (Lc 4, 18-19).
Por
eso, ahora ellas son capaces de misericordia. Luego de haber recibido de Jesús
el bálsamo de la misericordia, se transforman ellas mismas en bálsamo de
misericordia para otros.
Sin
embargo, lo más asombroso de todo esto es que buscando al Mesías Crucificado encuentran al Mesías Resucitado: «De
pronto, se produjo un gran temblor de tierra: El Ángel del Señor bajó del
cielo, hizo rodar la piedra del sepulcro y se sentó sobre ella. El Ángel dijo a
las mujeres: “No teman, yo sé que ustedes buscan a Jesús, el Crucificado. No
está aquí, porque ha resucitado como lo había dicho.”» (Mt 28, 2. 5-6a).
Se
trata de la dinámica pascual siempre presente en la vida de Jesús y de sus
discípulos: si buscamos la cruz encontraremos la resurrección, la vida nueva y
abundante. Pero si evitamos la cruz, entonces perdemos nuestra orientación y
con ello el camino hacia la resurrección. No en vano dice Jesús a sus discípulos:
«El que quiera seguirme, que renuncie a
sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Porque el que quiera salvar su
vida, la perderá; y el que pierda su vida a causa de mí, la encontrará.» (Mt 16, 24-25).
¿A qué Mesías buscamos?
Por eso, en esta Noche
santa “en que por toda la tierra, los que confiesan su fe en Cristo,
arrancados de los vicios del mundo y de la oscuridad del pecado, son
restituidos a la gracia y agregados a los santos”[2];
preguntémonos sinceramente en nuestros corazones: ¿a qué mesías busco? Como las
santas mujeres, ¿busco al Mesías
Crucificado, o busco mesianismos que eviten el camino de la cruz?
Buscamos mesianismos que eviten la cruz, mesianismos
ilusorios y falsos, cuando en lugar de elegir el camino del servicio
desinteresado al otro; el camino de la misericordia y la ternura; el camino del
perdón y la reconciliación; el camino de la verdad y la justicia; elegimos
caminos de indiferencia, odio, rencor, mentira e injusticia.
Así somos como Judas Iscariote y nos engañamos a nosotros
mismos pensando que el camino rápido al éxito y al poder es el camino para
establecer el Reino de Dios en medio nuestro, el Reino del Mesías de Dios. En realidad, quien hace esta opción, se coloca a sí
mismo como pobre sustituto del auténtico Mesías,
del auténtico Salvador.
El Mesías Resucitado
Nosotros no queremos caer en la tentación de Judas, la
tentación de confundir al auténtico Mesías
con el poder que se presenta como salvador, como mesiánico. Más bien queremos
ser como los discípulos de Jesús, y en particular, como las fieles mujeres que
fueron al sepulcro buscando al Mesías
Crucificado.
Buscamos al Mesías
Crucificado cuando siguiendo su ejemplo hacemos con los demás lo mismo que
Él hizo con nosotros (cf. Jn 13,15):
arrodillarnos para servirlos. Cuando guardando su memoria pascual (cf. 1Co 11, 24-25) entregamos nuestros
bienes, y nos entregamos nosotros mismos, para alimentar y nutrir a los demás. Cuando
confortamos “a los que están cansados y agobiados; (…), siguiendo el ejemplo y
el mandato de Cristo.”[3]
Buscamos al Mesías Crucificado cuando
en fidelidad a nuestra dignidad y conciencia, optamos en nuestras decisiones
personales y sociales por el camino de la verdad y la justicia.
Y buscando al Mesías
Crucificado en el servicio a nuestros hermanos, encontraremos al Mesías Resucitado, pues, Él mismo ha
dicho: «Les aseguro que cada vez que lo
hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo» (Mt 25,40).
Entonces comprenderemos que «era necesario que el Mesías soportara esos sufrimientos para entrar en
su gloria» (Lc 24,26); que es
necesario el bienaventurado sufrimiento del servicio desinteresado, de la entrega
sincera y del seguimiento de la verdad, para participar de la gloria de la vida
plena. Si seguimos este camino, si hacemos esta opción de vida, entonces
escucharemos en nuestros corazones el saludo del Mesías Resucitado: «Alégrense.
No teman» (Mt 28, 9.10).
Con esta feliz esperanza renovamos nuestra decisión y nuestro compromiso de seguir cotidianamente a nuestro Mesías, Jesucristo, “que resucitado de entre los muertos brilla sereno para el género humano, y vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.”[4]
[1]
BENEDICTO XVI, Audiencia general,
Miércoles 14 de febrero del 2007 [en línea].
[Fecha
de consulta: 12 de abril de 2017]. Disponible en: <http://w2.vatican.va/content/benedict-xvi/es/audiences/2007/documents/hf_ben-xvi_aud_20070214.html>
[2]
MISAL ROMANO, Pregón pascual.
[3]
MISAL ROMANO, Plegaria Eucarística para
Diversas Circunstancias IV. Jesús, que pasó haciendo el bien.
[4]
MISAL ROMANO, Pregón Pascual.
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