La vida es camino

Creo que una buena imagen para comprender la vida es la del camino. Sí, la vida es un camino. Y vivir se trata de aprender a andar ese camino único y original que es la vida de cada uno.
Y si la vida es un camino -un camino lleno de paradojas- nuestra tarea de vida es simplemente aprender a caminar, aprender a vivir. Y como todo aprender, el vivir es también un proceso de vida.
Se trata entonces de aprender a caminar, aprender a dar nuestros propios pasos, a veces pequeños, otras veces más grandes. Se trata de aprender a caminar con otros, a veces aprender a esperarlos en el camino y otras veces dejarnos ayudar en el camino. Se trata de volver a levantarnos una y otra vez cuando nos caemos. Se trata de descubrir que este camino es una peregrinación con Jesucristo hacia el hogar, hacia el Padre.
Y la buena noticia es que si podemos aprender a caminar, entonces también podemos aprender a vivir, podemos aprender a amar... Podemos aprender a caminar con otros...
De eso se trata este espacio, de las paradojas del camino de la vida, del anhelo de aprender a caminar, aprender a vivir, aprender a amar. Caminemos juntos!

domingo, 27 de agosto de 2017

«Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi iglesia»

21° Domingo del tiempo durante el año – Ciclo A

Mt 16, 13 – 20

«Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi iglesia»

Queridos hermanos y hermanas:

            En el evangelio de hoy (Mt 16, 13 – 20) somos testigos de una conversación profunda e interesante entre Jesús y sus discípulos. Este diálogo tuvo lugar cuando Jesús y los suyos llegaron «a la región de Cesarea de Filipo» (Mt 16,13).

«Y ustedes, les preguntó, ¿quién dicen que soy?»

            En un primer momento el Señor pregunta: «¿Qué dice la gente sobre el Hijo del hombre? ¿Quién dicen que es?» (Mt 16,13). Mientras van caminando, pareciera ser que Jesús quiere saber qué piensa la gente de él; o, para ser más precisos, cómo la gente lo percibe a él y su ministerio. Los discípulos le responden: «Unos dicen que es Juan el Bautista; otros Elías; y otros, Jeremías o alguno de los profetas» (Mt 16,14).

           
San Pedro deja la barca y las redes.
Capilla de la Nunciatura Apostólica.
París, Francia. 2003 - 2004. 
                Como podemos ver, la “opinión pública” sitúa a Jesús en el nivel de los profetas; pareciera ser que él es simplemente un profeta más en la larga historia religiosa de Israel. Esta es la respuesta de aquellos que ven a Jesús desde lejos; de aquellos que no tienen un contacto personal; de aquellos que han oído hablar algo sobre el Rabino de Nazaret.

           Luego, Jesús vuelve a formular una pregunta a sus discípulos, similar a la primera pero a la vez totalmente diferente, pues cambia el contexto de la misma. Ahora, Él dirige la pregunta no al “público en general” sino a sus discípulos, a aquellos a quienes él llamó para hacerlos «pescadores de hombres» (Mt 4,19); a aquellos a quienes él «dio el poder de expulsar a los espíritus impuros y de curar cualquier enfermedad o dolencia» (Mt 10,1); a aquellos a quienes él instituyó «para que estuvieran con él, y para enviarlos a predicar» (Mc 3,14).

            A ellos, Jesús les pregunta: «Y ustedes, ¿quién dicen que soy?» (Mt 16,15). Es interesante notar otro detalle que ha cambiado en la pregunta. Jesús ya no se refiere a sí mismo con el título «Hijo del hombre», sino que simplemente formula la pregunta usando implícitamente el pronombre personal “yo”. Él realiza esta pregunta de una forma muy personal y la dirige a aquellos que lo conocen personalmente.

«Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo»

            Como sabemos, es Simón Pedro quien responde: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo» (Mt 16,16); y, con esta respuesta, Pedro formula la profesión central de la fe cristiana: “Tú, Jesús, eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo”.

            A esta profesión de fe, que Pedro realiza “en nombre de los Doce”[1], Jesús responde: «Feliz de ti, Simón, hijo de Jonás, porque esto no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en el cielo» (Mt 16,17). Esto significa que el acto de fe, el acto de confianza en Jesús que Pedro realiza, es fruto no solamente de sus capacidades, sino también de la gracia de Dios.

            Muchos vieron los signos que Jesús realizó, pero no muchos tuvieron un corazón receptivo para ellos; no muchos vieron lo que Pedro vio y comprendió en esos signos. Por lo tanto, “para profesar esta fe es necesaria la gracia de Dios, que previene y ayuda, a los auxilios internos del Espíritu Santo, el cual mueve el corazón y lo convierte a Dios, [y] abre los ojos de la mente”.[2]

            Y por este acto de fe, Pedro se confía libre y totalmente a Jesús, y a través de él, a Dios.[3] Sí, Pedro se confió, se entregó totalmente a Jesús reconociéndolo como Cristo. Cuando Pedro realizó esta profesión de fe, él no estaba simplemente declarando una verdad intelectual, más bien, estaba expresando su experiencia vital con Jesús. Y en esa experiencia de vida, la gracia de Dios actuó para abrirle los ojos y el corazón de modo que pueda reconocer en Jesús al «Hijo de Dios vivo».

            Por lo tanto, necesitamos tener experiencia de Jesús para reconocerlo como Cristo, como Hijo de Dios, como Salvador. Solo en la experiencia que se realiza con fe puede el Espíritu Santo actuar. Si no tenemos una experiencia personal de Jesús; si no tenemos un contacto y una relación personal con Jesús, entonces seremos como aquellos que solo lo conocen de lejos y a través de lo que otros han dicho sobre él.

«Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi iglesia»

            Y porque Pedro le confió su vida a Cristo Jesús, nuestro Señor le confió a él su Iglesia: Y yo te digo: «Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi iglesia, y el poder de la Muerte no prevalecerá contra ella. Yo te dará las llaves del Reino de los Cielos. Todo lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo» (Mt 16, 18 – 19).

            ¡Qué gran responsabilidad! ¡Qué gran confianza! ¡Qué gran amor! “Las tres metáforas que utiliza Jesús son en sí muy claras: Pedro será el cimiento de roca sobre el que se apoyará el edificio de la Iglesia; tendrá las llaves del reino de los cielos para abrir y cerrar a quien le parezca oportuno; por último, podrá atar o desatar, es decir, podrá decidir o prohibir lo que considere necesario para la vida de la Iglesia, que es y sigue siendo de Cristo.”[4]

            Aunque sabemos que “siempre es la Iglesia de Cristo y no de Pedro”[5], es impresionante la gran confianza y misión que el Señor puso sobre los hombros de Pedro. ¿Por qué el Señor puso su confianza en Pedro? ¿Por qué el Señor le encargó esta misión?

            Tal vez tratemos de responder a esta pregunta pensando en las capacidades de Pedro, o en su impulsividad o en su lealtad. Sin embargo, por los evangelios sabemos que Pedro era un sencillo y rudo pescador; y también conocemos sus debilidades e inconsistencias. Entonces, ¿por qué el Señor confió en Pedro?

            Pienso que podemos decir que el Señor confió en Pedro simplemente porque Pedro tuvo fe, porque Pedro se entregó totalmente a Jesús. En Pedro, Jesús no buscó primeramente inteligencia o capacidades, sino que, buscó humildad y confianza. Y cuando el Señor encuentra un corazón humilde, un corazón que confía; entonces el Señor puede encomendar una gran misión.

            Por lo tanto, cuando tomemos conciencia de que el Señor Jesús nos está entregando una gran misión, no pongamos en primer lugar nuestras fortalezas y capacidades; más bien, pongamos en primer lugar nuestra fe y confianza en Jesús. Dejándonos sostener por la confianza que Jesús tiene en nosotros, podremos llevar adelante la misión que Él nos ha encomendado.

            Con esta certeza, renovamos nuestra fe en Jesús a través de la Virgen María, Nuestra Señora de la Confianza, rezando:

            “Cuando consideramos nuestras propias fuerzas,

            toda esperanza y confianza flaquean;

            Madre, a ti extendemos las manos

            E imploramos abundantes dones de tu amor.”[6] Amén.




[1] BENEDICTO XVI, Audiencia General, miércoles 7 de junio de 2006.
[2] CONCILIO VATICANO II, Constitución Dogmática Dei Verbum, 5.
[3] Cf. Ibídem
[4] BENEDICTO XVI, Audiencia General, miércoles 7 de junio de 2006.
[5] Ibídem
[6] P. J. KENTENICH, Hacia el Padre 13.

No hay comentarios:

Publicar un comentario