La cruz: misericordia que
sana
Viernes Santo 2016 - Ciclo
C
Queridos hermanos y
hermanas:
El texto tomado del libro del profeta Isaías (Is 52,13-53,12) nos ayuda a interpretar y comprender el alcance de
los hechos que Jesús vivió por nosotros. En efecto, hecho y palabra se
necesitan mutuamente para transmitir con profundidad el misterio salvífico que
estamos celebrando y recordando en esta Acción
Litúrgica de la Pasión del Señor.
«Todo se ha cumplido»
Por un lado, Jesús cumple la Sagrada Escritura, vive de ella y desde ella: «Todo se ha cumplido» (Jn
19,30) dice, precisamente en el culmen de su obra mesiánica en la cruz y antes
de entregar su espíritu. Por otro lado, la Sagrada
Escritura encuentra su cumplimiento en Jesús. En la vida, pasión y muerte
de Jesucristo, la Escritura cobra
vida y se hace comprensible su sentido salvífico: «Él soportaba nuestros sufrimientos y cargaba con nuestras dolencias…
Él fue traspasado y triturado por nuestras iniquidades» (Is 53, 4.5).
Si
miramos con ojos de fe la Pasión del Señor, si miramos con detenimiento al
Crucificado en la cruz, comprenderemos que «Él
soportaba nuestros sufrimientos y cargaba con nuestras dolencias» (Is 53,4). De eso se trata la Pasión de
Jesús, de eso se trata su cruz, que en realidad es nuestra cruz. La cruz de
cada uno y de todos.
En
este día santo queremos mirar con ojos de fe la Pasión del Señor, no por un
afán masoquista o por una curiosidad morbosa ante el sufrimiento de un inocente;
sino, para tomar conciencia de que Jesús, “que es el único Justo, se entregó a
sí mismo a la muerte, aceptando ser clavado en la cruz por nosotros”.[1]
Para tomar conciencia de que Él ha soportado nuestros sufrimientos y dolencias.
Para tomar conciencia de que Él ha cargado sobre sí nuestro pecado y nuestro
dolor. Y al hacerlo nos ha liberado, nos ha sanado, nos ha salvado. «Por sus heridas fuimos sanados» (Is 53,5).
Éste
es el sentido salvífico de la cruz, y en realidad, de toda la vida de Jesucristo:
cargar sobre sí nuestras dolencias, nuestras heridas, nuestros pecados,
nuestras cruces. Comprendemos así que la cruz es la misericordia más grande que
Jesucristo ha hecho con nosotros.
Sus heridas me han sanado,
su misericordia me ha sanado
Y
esa misericordia de Jesús en la cruz continúa hoy, pues, “la Pasión de Jesús
dura hasta el fin del mundo, porque es una historia de compartir los
sufrimientos de toda la humanidad y una permanente presencia en las vicisitudes
de la vida personal de cada uno de nosotros.”[2]
Así,
la cruz, la que veneraremos solemnemente; la cruz, que llevamos sobre el pecho
cerca del corazón; y los crucifijos, que silenciosamente cuelgan en nuestros
hogares, no son meros adornos religiosos, recuerdos o amuletos; son más bien
signo de la misericordia de Jesús. La Cruz es el signo de la misericordia de
Jesús.
Cada
vez que contemplemos la cruz susurremos en nuestros corazones: “sus heridas me
han sanado; su misericordia me ha sanado”. Cada vez que nuestra propia cruz se
haga pesada: “su misericordia me ha sanado”. Cuando tropezamos con nuestras
heridas y pecados: “su misericordia me ha sanado”. Cuando me cueste perdonarme
a mí mismo: “su misericordia me ha sanado”. Cuando el rencor quiera apoderarse
de mi corazón: “su misericordia me ha sanado”. Cuando la soledad y la
incomprensión me visiten: “su misericordia me ha sanado”. Cuando me cueste
volver a empezar el camino de la conversión: “su misericordia me ha sanado”.
Cuando veo la fragilidad de la Iglesia: “su misericordia me ha sanado”. Cuando
el sin sentido y la violencia golpean a la humanidad: “su misericordia me ha
sanado”.
Solo
quien vive de la misericordia que brota de la Cruz de Jesús puede sobrellevar
su propia cruz y ayudar a los demás a cargar con la suya. Solo quien vive de la
misericordia de la Cruz de Jesús descubre en todas las circunstancias de la
vida el sentido salvífico de cada acontecimiento. Solo quien vive de la
misericordia de la Cruz de Jesús puede, como Él, entregar confiadamente su vida
en manos del Padre (cf. Jn 19,30; Lc 23,46).
Creer
en la Cruz de Jesús, “creer en el Hijo crucificado (…) significa creer que el
amor está presente en el mundo y que este amor es más fuerte que toda clase de
mal, en que el hombre, la humanidad, el mundo están metidos. Creer en ese amor
significa creer en la misericordia.”[3]
Creamos
en la misericordia que brota de la Cruz de Jesús; creamos en la presencia
maternal de María al pie de la Cruz; y que esta fe nos ayude a vivir la Cruz de
Cristo, y nuestras propias cruces, como misericordia que sana. Amén.
[1]
MISAL ROMANO, Plegaría Eucarística de la
Reconciliación I.
[2]
PAPA FRANCISCO, El Triduo Pascual en el
Jubileo de la Misericordia. Audiencia general del miércoles 23 de marzo de 2016
[en línea]. [fecha de consulta: 23 de marzo de 2016]. Disponible en: <http://www.news.va/es/news/catequesis-del-papa-el-triduo-pascual-en-el-jubile>
[3]
JUAN PABLO II, Carta encíclica Dives in
misericordia sobre la misericordia divina, 7.
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