La vida es camino

Creo que una buena imagen para comprender la vida es la del camino. Sí, la vida es un camino. Y vivir se trata de aprender a andar ese camino único y original que es la vida de cada uno.
Y si la vida es un camino -un camino lleno de paradojas- nuestra tarea de vida es simplemente aprender a caminar, aprender a vivir. Y como todo aprender, el vivir es también un proceso de vida.
Se trata entonces de aprender a caminar, aprender a dar nuestros propios pasos, a veces pequeños, otras veces más grandes. Se trata de aprender a caminar con otros, a veces aprender a esperarlos en el camino y otras veces dejarnos ayudar en el camino. Se trata de volver a levantarnos una y otra vez cuando nos caemos. Se trata de descubrir que este camino es una peregrinación con Jesucristo hacia el hogar, hacia el Padre.
Y la buena noticia es que si podemos aprender a caminar, entonces también podemos aprender a vivir, podemos aprender a amar... Podemos aprender a caminar con otros...
De eso se trata este espacio, de las paradojas del camino de la vida, del anhelo de aprender a caminar, aprender a vivir, aprender a amar. Caminemos juntos!

domingo, 27 de marzo de 2016

Triduo de Misericordia - Meditación Pascual 2016

Domingo de Pascua 2016

Triduo de Misericordia

Queridos hermanos y hermanas:

“El Señor resucitó verdaderamente, aleluia”[1]. Con esta antífona, inspirada en las palabras de los discípulos: « ¡Es verdad! ¡El Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón!» (Lc 24,34), la Liturgia de nuestra fe nos invita a celebrar y vivir la Resurrección de Cristo, inicio de nuestra propia resurrección.

Todavía no habían comprendido…

            El Evangelio que hemos proclamado en esta celebración (Jn 20, 1-9) nos relata los primeros momentos de aquel «primer día de la semana» en que María Magdalena y lo discípulos encontraron el sepulcro vacío.

            Pedro y Juan vieron «las vendas en el suelo, y también el sudario» que había cubierto la cabeza de Jesús (Jn 20, 6-7). Ante sus ojos se encontraban los signos de que efectivamente el Crucificado había resucitado: el sepulcro vacío y las vendas y el sudario enrollados. Sin embargo «todavía no habían comprendido que, según la Escritura, él debía resucitar de entre los muertos» (Jn 20, 9).

            En realidad, para los discípulos de Jesús, todos los acontecimientos que se desarrollaron en torno a su Maestro desde la “cena pascual” resultaban difíciles de asimilar y comprender en toda su profundidad. Era difícil comprender que Aquél que «pasó haciendo el bien y sanando a todos los que habían caído en poder del demonio» (Hch 10,38) había sido colgado en un madero. Era difícil comprender que Aquél que había regalado misericordia a los hombres no recibiera misericordia en el momento de su pasión y muerte en cruz. Sí, «todavía no habían comprendido que, según la Escritura, él debía resucitar de entre los muertos» (Jn 20, 9).

Triduo de misericordia

            También a nosotros muchas veces se nos hace difícil comprender el Misterio Pascual de Cristo. En estos días santos hemos celebrado el Sagrado Triduo Pascual de la pasión, muerte y resurrección de Jesús.

            Si hacemos memoria de las celebraciones que hemos vivido, recordaremos cómo el Jueves Santo vimos a Jesús pasar en medio de nosotros lavando nuestros pies y nuestras heridas, recordaremos cómo Jesús quiso quedarse en medio de nosotros, y de nuestra vida, en el Pan y el Vino consagrados: «es la Pascua del Señor», Pascua de misericordia (Ex 12,11b).

            El Viernes Santo tomamos conciencia de que en la cruz «Él soportaba nuestros sufrimientos y cargaba con nuestras dolencias» (Is 53,4), y al hacerlo nos ha liberado, nos ha sanado, nos ha salvado. «Por sus heridas fuimos sanados» (Is 53,5). Así, la Cruz de Cristo volvió a brillar ante nuestros ojos con toda su luz y se nos manifestó como lo que realmente es: signo de misericordia que sana, misericordia que es amor hasta el fin (cf. Jn 13,1), misericordia que es capaz de asumir la muerte.

            Pero precisamente, asumiendo nuestra muerte Jesús nos ha mostrado el alcance de la misericordia de Dios: se trata de “una potencia especial del amor, que prevalece sobre el pecado”[2] y la muerte. “El Hijo de Dios en su resurrección ha experimentado de manera radical en sí mismo la misericordia, es decir, el amor del Padre que es más fuerte que la muerte.”[3] Sí, la misericordia que Jesús nos ha donado a nosotros al entregar su vida en la cruz, la ha recibido de vuelta de manos del Padre en la resurrección.

            A la luz del Misterio Pascual de Jesucristo cobran un nuevo sentido las palabras del sermón de la montaña: «Felices los misericordiosos, porque obtendrán misericordia» (Mt 5,7). Felices los que entregan su vida por los demás, porque recibirán  “la plenitud de la vida en la resurrección.”[4] Así todo este Triduo Pascual que hemos vivido se nos revela como Triduo de misericordia y la Pascua como plenitud de la misericordia divina.

Testigos de la resurrección, testigos de la misericordia

            Solamente creyendo en la misericordia comprenderemos el Misterio Pascual de Jesucristo y podremos ser testigos de su resurrección, testigos de su misericordia. Solamente creyendo en la misericordia podremos entregar nuestras vidas en el día a día a pesar de todos los cansancios y de todos los obstáculos, sabiendo que quien entrega su vida en el amor la recuperará plenamente en la resurrección. Solamente creyendo en la misericordia podremos siempre de nuevo volver a empezar, sabiendo que la resurrección de Jesús nos permite siempre un nuevo inicio. Solamente creyendo en la misericordia podremos vencer al rencor con el perdón, sabiendo que la misericordia es amor que prevalece sobre el pecado y la infidelidad.

           
                Así, para nosotros los cristianos, “el Cristo pascual es la encarnación definitiva de la misericordia, su signo viviente”[5] y su fuente. Y luego de estos días santos estamos llamados a ser testigos de su resurrección, testigos de su misericordia. Lo que hemos celebrado debemos ahora vivirlo con alegría y confianza.

            A María, Mater Misericordiae, le pedimos que la misericordia que hemos experimentado en la Pascua de Jesucristo nos dé las gracias necesarias para que en nuestra vida cotidiana podamos ser «misericordiosos como el Padre» (Lc 6,36). Amén.
              
           
              




[1] Antífona inicial de la Misa del Domingo de Pascua
[2] JUAN PABLO II, Dives in misericordia 4.
[3] JUAN PABLO II, Dives in misericordia 8.
[4] MISA ROMANO, Plegaria Eucarística para diversas circunstancias I.
[5] JUAN PABLO II, Dives in misericordia 8.

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