La vida es camino

Creo que una buena imagen para comprender la vida es la del camino. Sí, la vida es un camino. Y vivir se trata de aprender a andar ese camino único y original que es la vida de cada uno.
Y si la vida es un camino -un camino lleno de paradojas- nuestra tarea de vida es simplemente aprender a caminar, aprender a vivir. Y como todo aprender, el vivir es también un proceso de vida.
Se trata entonces de aprender a caminar, aprender a dar nuestros propios pasos, a veces pequeños, otras veces más grandes. Se trata de aprender a caminar con otros, a veces aprender a esperarlos en el camino y otras veces dejarnos ayudar en el camino. Se trata de volver a levantarnos una y otra vez cuando nos caemos. Se trata de descubrir que este camino es una peregrinación con Jesucristo hacia el hogar, hacia el Padre.
Y la buena noticia es que si podemos aprender a caminar, entonces también podemos aprender a vivir, podemos aprender a amar... Podemos aprender a caminar con otros...
De eso se trata este espacio, de las paradojas del camino de la vida, del anhelo de aprender a caminar, aprender a vivir, aprender a amar. Caminemos juntos!

miércoles, 23 de marzo de 2016

Pascua del Señor, Pascua de misericordia - Jueves Santo 2016

Pascua del Señor, Pascua de misericordia

Jueves Santo 2016 –Ciclo B
Queridos hermanos y hermanas:

            Con la celebración de la Misa vespertina de la Cena del Señor iniciamos el Sagrado Triduo Pascual, “en el que Cristo padece, reposa en el sepulcro y resucita”.[1] Así, esta celebración del Jueves Santo es una introducción, simbólica y efectiva, al misterio pascual de Jesucristo, y por ello, a nuestra propia pascua también.

La Pascua del Señor

            En la Liturgia de la Palabra el libro del Éxodo nos relata los preparativos del pueblo de Israel para «la Pascua del Señor». Luego de dar con precisión las indicaciones para la cena ritual –elección del animal a sacrificar, características del mismo, signación de las puertas, manera de comer la carne, los panes sin levadura y las verduras amargas-, el texto insiste con firmeza: «Es la Pascua del Señor. Esa noche yo pasaré por el país de Egipto… …Yo soy el Señor» (Ex 12, 11b-12).

            Es la Pascua del Señor. Se trata de su paso salvador en medio de su pueblo.[2] Su paso es salvación y liberación para los que creen en Él.

            Israel debe estar preparado para ese “paso” del Señor, y debe estar preparado para ir tras Él, tras sus pasos, tras sus huellas. El comer «ceñidos con un cinturón, calzados con sandalias y con el bastón en la mano» (Ex 12,11) demuestra la actitud de los hombres y mujeres que están dispuestos para partir, para seguir a su Señor, para ser “pueblo en salida”, “pueblo peregrino” que sigue la Pascua de su Señor.

La Pascua del Señor en nuestras vidas

            Así como Israel debía estar preparado para la Pascua del Señor, también la Iglesia –nuevo Israel- debe estar preparada para el paso del Señor. Sí, cada uno de nosotros debe estar preparado para percibir el paso del Señor por su vida.

            En la Primera Carta a los Corintios, Pablo nos recuerda: «siempre que coman este pan y beban esta copa, proclamarán la muerte del Señor hasta que él vuelva» (1 Cor 11,26).

            También los cristianos recordamos y celebramos la Pascua de Cristo: su paso por medio de la muerte en cruz hacia la vida plena de la resurrección. La Pascua definitiva, el paso definitivo. Proclamamos su muerte y resurrección esperando su venida gloriosa.

            Así mismo la Eucaristía es el paso de Jesús en medio de nosotros, en medio de nuestra vida. Como bellamente lo expresa una oración del P. José Kentenich: “Padre, has enviado al Hijo como prenda de tu amor. (…) Por amor se entrega como ofrenda y alimento sobre el altar. Allí quiere reinar siempre entre nosotros y habitar en nuestra cercanía.”[3] Sí, en la Eucaristía Jesús pasa en medio de nosotros, habita en nuestra cercanía e incluso en nuestro corazón.[4] «Es la Pascua del Señor».

Pascua de misericordia

           
         Finalmente en «su hora de pasar de este mundo al Padre» (Jn 13,1), Jesús nos muestra que la Pascua del Señor es Pascua de misericordia. Sacándose el manto y lavando los pies a sus discípulos (cf. Jn 13, 4-5), Jesús nos muestra que su paso por nuestras vidas es siempre un paso de misericordia. Él se despoja de sí mismo, se inclina ante nosotros y lava nuestros pies.

            Por eso, al iniciar el Triduo Pascual nos hará bien recordar todas las veces que el Señor Jesús pasó por nuestras vidas haciéndonos misericordia. En tantas personas y acontecimientos de nuestra vida ha estado Jesús arrodillado ante nosotros lavando nuestros pies y sanando nuestras heridas: en el sacramento de la Reconciliación; en la visita de un amigo; en una corrección fraterna; en el amor silencioso y cotidiano de nuestros seres queridos; en una palabra del Evangelio; en una moción interior del Espíritu que me trajo paz y misericordia. Cada uno rememore ese momento de misericordia y diga en su corazón: «Es la Pascua del Señor».

            Y si el Señor ha pasado en medio de nuestras vidas con su misericordia, es para que con los pies limpios y el corazón renovado lo sigamos a Él en su Pascua haciendo el bien a los demás: «Si yo, que soy el Señor y el Maestro, les he lavado los pies, ustedes también deben lavarse los pies unos a otros. Les he dado el ejemplo, para que hagan lo mismo que yo hice con ustedes» (Jn 13, 14-15).

            Sí, haciendo lo mismo que hizo Jesús –en esta celebración y sobre todo en nuestra vida cotidiana- vamos siguiendo sus huellas, sus pasos, y caminamos detrás de Él hacia la Pascua definitiva, la Resurrección.

            Que María, Mater Misericordiae, aliente nuestro caminar detrás de su hijo, para que nuestro paso por la vida de nuestros hermanos sea también Pascua del Señor, Pascua de misericordia. Amén.



[1] CONFERENCIA EPISCOPAL ARGENTINA, Misal Romano Cotidiano (CEA, Oficina del Libro, Buenos Aires 2011), 470.
[2] X. LÉON-DUFOUR, Vocabulario de Teología Bíblica, «Pascua» (Herder, Barcelona 1993), 647.
[3] P. JOSÉ KENTENICH, Hacia el Padre, estrofas 50-51.
[4] Cf. P. JOSÉ KENTENICH, Hacia el Padre, estrofa 143.

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