La vida es camino

Creo que una buena imagen para comprender la vida es la del camino. Sí, la vida es un camino. Y vivir se trata de aprender a andar ese camino único y original que es la vida de cada uno.
Y si la vida es un camino -un camino lleno de paradojas- nuestra tarea de vida es simplemente aprender a caminar, aprender a vivir. Y como todo aprender, el vivir es también un proceso de vida.
Se trata entonces de aprender a caminar, aprender a dar nuestros propios pasos, a veces pequeños, otras veces más grandes. Se trata de aprender a caminar con otros, a veces aprender a esperarlos en el camino y otras veces dejarnos ayudar en el camino. Se trata de volver a levantarnos una y otra vez cuando nos caemos. Se trata de descubrir que este camino es una peregrinación con Jesucristo hacia el hogar, hacia el Padre.
Y la buena noticia es que si podemos aprender a caminar, entonces también podemos aprender a vivir, podemos aprender a amar... Podemos aprender a caminar con otros...
De eso se trata este espacio, de las paradojas del camino de la vida, del anhelo de aprender a caminar, aprender a vivir, aprender a amar. Caminemos juntos!

viernes, 30 de marzo de 2018

«Todo se ha cumplido»


Acción litúrgica de la Pasión del Señor – Ciclo B

Jn 18,1 – 19,42

«Todo se ha cumplido»

Queridos hermanos y hermanas:

            En nuestros pensamientos todavía están presentes los acontecimientos del Domingo de Ramos y del Jueves Santo.

Durante la procesión de los ramos escuchábamos cómo Jesús era aclamado por el pueblo con las palabras: «¡Bendito el que viene en nombre del Señor!» (Mc 11, 9); y lo veíamos con un rostro sereno y profundo, irradiando serenidad en medio de tanta emoción y expectación.

En la Misa vespertina de la Cena del Señor lo contemplamos lavando los pies a sus discípulos y donándose a sí mismo en el sacramento de su Cuerpo y de su Sangre; servicio y sacramento, con los cuales nos dice que nos ama hasta el fin, hasta la consumación de su amor (cf. Jn 13,1).

Y precisamente en esta Acción litúrgica de la Pasión del Señor somos testigos de lo que significa la consumación de su amor: aceptar la cruz por cada uno de nosotros para liberarnos de nuestro propio egoísmo y de nuestro pecado.

«Mi servidor justo»

            Con recogimiento y veneración hemos escuchado la proclamación de la Pasión de nuestro Señor Jesucristo según san Juan (Jn 18,1 – 19,42). Durante el Viernes Santo la Iglesia se dedica a conmemorar “los acontecimientos que van desde la condena a muerte hasta la crucifixión de Cristo”[1] y así participa en la Pasión de su Señor.

            En esta gran proclamación de la Pasión se suceden ante nuestros ojos los acontecimientos dramáticos que precedieron a la crucifixión de Jesús. Vemos también a tantas personas que frenéticamente se mueven y hablan en torno al Señor. Sin embargo, Él permanece sereno y dueño de sí mismo ante cada situación.

            Jesús es consciente de que Él es el «Servidor justo» que «justificará a muchos y cargará sobre sí las faltas de ellos» (Is 53, 11). La serenidad y soberanía que irradia en estas situaciones, radican en que Él sabe que está llevando a cumplimiento la voluntad de Dios su Padre. En efecto, Jesús es consciente de que el que lo envió está con Él, y no lo ha dejado solo, ya que Jesús hace siempre lo que agrada al Padre (cf. Jn 8,29).

            ¿Y en qué consiste la voluntad del Padre? En otro pasaje del Evangelio según san Juan el mismo Jesús dice: «El Padre me ama porque yo doy mi vida para recobrarla. Nadie me la quita, sino que la doy por mí mismo. Tengo el poder de darla y de recobrarla: este es el mandato que recibí de mi Padre» (Jn 10, 17 – 18).

            Al dar su vida libremente Jesús se manifiesta como el «Servidor justo» que cumple la voluntad del Padre. Y cumpliendo esa voluntad revela quién es Dios. Precisamente en la Pasión se manifiesta que “Jesucristo es el rostro de la misericordia del Padre.”[2]

«Él pasó haciendo el bien»

            Sin embargo, es importante que comprendamos que la Pasión del Señor es en realidad el culmen de toda una vida en la cual Jesús ha revelado la misericordia del Padre a través de sus gestos y palabras.

            A lo largo de toda su vida terrena Cristo ha dado testimonio de la misericordia del Padre y de su amor hasta el fin: anunciando la cercanía del Reino de Dios invitó a la conversión (cf. Mt 4, 17); llamando a sus discípulos eligió a los que quiso para que estuvieran con Él y para enviarlos a  predicar y sanar (cf. Mc 3, 13 – 14); perdonando a los pecadores y sanando a los enfermos los restituyó a la comunión con Dios y con los hombres. Con las parábolas de la misericordia del Padre (cf. Lc 15, 1 – 32) nos habló a través de imágenes para que comprendamos que el amor de Dios siempre nos busca y nos espera cuando estamos perdidos.

            No en vano, sus discípulos, cuando lo recuerdan y predican sobre Él dicen: «Dios ungió a Jesús de Nazaret con el Espíritu Santo, llenándolo de poder. Él pasó haciendo el bien y curando a todos los que habían caído en poder del demonio, porque Dios estaba con él.» (Hch 10, 38).

«Todo se ha cumplido»

           
Acción litúrgica de la Pasión del Señor.
Adoración a la Cruz.
Iglesia Santa María de la Trinidad.
Viernes Santo, 2018.
Por lo tanto, si bien los relatos de la Pasión son el núcleo a partir del cual luego se redactaron los evangelios, lo que se cumple en la Pasión de Jesús es un amor que viene realizándose en su vida cotidiana. Jesús entregó su vida en la cruz como coronación de haberla entregado día a día, gesto a gesto, palabra a palabra. El gran amor de la cruz está compuesto de los pequeños gestos y decisiones de amor diario.

            Por ello, cuando contemplamos a Jesús en la cruz diciendo: «Todo se ha cumplido» (Jn 19, 30) debemos tomar conciencia de que efectivamente, se ha cumplido el amor con el cual amó a cada uno de sus discípulos, el amor con el cual nos amó y nos ama a cada uno de nosotros.

            Lo que el evangelista Juan nos dijo al inicio de la perícopa del lavatorio de los pies (cf. Jn 13, 1 – 15): «los amó hasta el fin», “los amó hasta la consumación plena”; se realiza en el relato de la muerte en cruz: «Todo se ha cumplido» (Jn 19, 30). “Esa palabra es el sello y firma puestos a la obra de Jesús, a su revelación de Dios que culmina en esa muerte como la consumación del amor.”[3]
        
    Así la Cruz de Cristo se transforma en signo de amor consumado, en signo de amor plenamente cumplido. Así, también nosotros queremos volver a mirar nuestras propias cruces –personales o familiares- como oportunidad y camino de amor cumplido hasta el final.

            Y por ello, en esta tarde de la Pasión del Señor en oración decimos:

            “Cruz santa,
            a tus pies me rindo
            y te canto un ardiente himno de gratitud y de júbilo:
            ¡en ti consumó nuestro Señor la Redención, que nos ha hecho hijos de Dios!

            Quiero ponerte en la hondura de mi alegre corazón
            y regalarte de continuo mi amor entero;
            quiero fundar toda mi esperanza de vida
            en ti, Señor crucificado,
            y en María, tu Compañera.”[4] Amén.



[1] BENEDICTO XVI, Audiencia general, miércoles 4 de abril de 2007 [en línea]. [fecha de consulta: 29 de marzo de 2018]. Disponible en: <http://w2.vatican.va/content/benedict-xvi/es/audiences/2007/documents/hf_ben-xvi_aud_20070404.html>
[2] PAPA FRANCISCO, Misericordiae Vultus, 1.
[3] J. BLANK, El Evangelio según san Juan. Tomo tercero (Editorial Herder, Barcelona 1987), 129.
[4] J. KENTENICH, Hacia el Padre, Vía Crucis del Instrumento, Oración final, 329 – 330.

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