Domingo de Ramos en la
Pasión del Señor – Ciclo B
Mc
11, 1 – 10
Mc
14, 1 – 15, 47
«Jesucristo es el Señor»
Queridos hermanos y
hermanas:
En
el texto evangélico que hemos escuchado antes de iniciar la procesión del Domingo de Ramos (Mc 11, 1 – 10) se nos relataba que Jesús y sus discípulos se
aproximaban a Jerusalén; y a medida que el Señor se acerca a la Ciudad Santa,
indica a los suyos los preparativos para su significativa entrada a la misma: «Vayan al pueblo que está enfrente y, al entrar,
encontrarán un asno atado, que nadie ha montado todavía. Desátenlo y tráiganlo»
(Mc 11, 2).
Claramente
el Señor prepara su entrada a Jerusalén. El texto nos da a entender que Jesús
es consciente del significativo modo en que entrará a la Ciudad de David; así
mismo, podemos suponer que comprende el
simbolismo que hay en el gesto de entrar montado sobre un asno. La referencia a
la profecía de Zacarías es inevitable: «¡Alégrate mucho, hija de Sión! ¡Grita de júbilo, hija de Jerusalén!
Mira que tu Rey viene hacia ti; él es justo y victorioso, es humilde y está
montado sobre un asno, sobre la cría de un asna.» (Zac 9, 9).
Sin
embargo, me pregunto si los discípulos comprendieron la verdadera profundidad y
alcance de este gesto de Jesús.
«Entonces le llevaron el
asno, pusieron sus mantos sobre él y Jesús se montó»
Se
nos dice que los discípulos obraron tal «como
Jesús les había dicho» (Mc 11, 6)
y que «entonces le llevaron el asno,
pusieron sus mantos sobre él y Jesús se montó» (Mc 11, 7). También es probable que los mismos discípulos se hayan
unido a los muchos que «extendían sus
mantos sobre el camino» o a los que lo
«cubrían con ramas que cortaban en el campo» (cf. Mc 11, 8).
Probablemente,
los discípulos y muchos de los que estaban con ellos siguiendo a Jesús, fueron
capaces de relacionar todos estos gestos con distintos pasajes del Antiguo Testamento y con la historia del
pueblo de Israel.
Al
pedir prestado un asno «que nadie ha
montado todavía», “Jesús reivindica el derecho del rey a requisar medios de
transporte, un derecho conocido en toda la antigüedad. El hecho de que se trate
de un animal sobre el que nadie ha montado todavía remite también a un derecho
real.”[1]
Así
mismo, “el echar los mantos tiene su sentido en la realeza de Israel (cf. 2 R 9, 13). Lo que hacen los discípulos
es un gesto de entronización en la tradición de la realeza davídica y, así,
también en la esperanza mesiánica que se ha desarrollado a partir de ella.”[2]
Sí,
los discípulos relacionan todos estos gestos con la tradición de la realeza
davídica y con la esperanza mesiánica que nace de ella. Sin embargo, queda
pendiente la pregunta: ¿comprendieron la verdadera profundidad de estos gestos?
¿Comprendieron en ese entonces la realeza que Jesús reivindica para sí y la
manera en que quiere llevar adelante su misión mesiánica? Estas mismas
preguntas son válidas y siempre actuales para nosotros, discípulos de hoy.
«El Señor viene en mi
ayuda»
Al igual que los discípulos de ese entonces, también
nosotros nos hemos unido a «los que iban
delante y los que seguían a Jesús» gritando y aclamando: «¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en nombre
del Señor! ¡Bendito sea el Reino que ya viene, el Reino de nuestro padre David!
¡Hosanna en las alturas!» (Mc 11,
9 – 10).
El Señor de las Palmas de Tupãrenda. Imagen policromada tallada en madera. Santuario de Tupãrenda, Itauguá, Paraguay. 2018. |
Y sin embargo, en medio de tanta emoción y expectativa,
el único que comprende profundamente el sentido de esta entrada mesiánica es el
mismo Jesús. Así como la imagen que nos acompaña hoy nos muestra un rostro
sereno y profundo de Jesús, así imagino al Señor en medio de las multitudes que
lo aclaman con la expresión «¡Hosanna!».
Jesús sabe que la meta última de su peregrinación y
entrada en Jerusalén “es la entrega de sí mismo en la cruz”[3];
sabe que es «necesario que el Mesías
soporte sufrimientos para entrar en su gloria» (cf. Lc 24, 26), ya que precisamente su gloria es la gloria del grano de
trigo que cae en la tierra, muere y da mucho fruto (cf. Jn 12, 24).
Y aún así Jesús permanece sereno, su mirada penetra los
acontecimientos externos para llegar al sentido profundo de su vida y misión.
Jesús es aquel de quien nos habla el profeta Isaías: «Ofrecí mi espalda a
los que me golpeaban y mis mejillas, a los que me arrancaban la barba; no
retiré mi rostro cuando me ultrajaban y escupían. Pero el Señor viene en mi
ayuda: Por eso no quedé confundido; por eso, endurecí mi rostro como el
pedernal, y sé muy bien que no seré defraudado.» (Is 50, 6 – 7).
«Jesucristo es el Señor»
En su corazón Jesús tiene la certeza de que Dios vendrá
en su ayuda y de que no será defraudado. Ese es el origen de su serenidad
interior en medio de tanta conmoción exterior. Por eso, con soberana paz
interior ingresa en la Ciudad Santa, aún sabiendo que «ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser entregado en
manos de los pecadores» (Mc 14,
41).
La soberanía que Jesús irradia en toda situación tiene su
raíz más profunda en su relación filial con Dios, en su total conformidad con
la voluntad del Padre: «Abbá –Padre- todo
te es posible: Aleja de mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad, sino la tuya.»
(Mc 14, 36).
Y precisamente en ese dominar las circunstancias
exteriores desde su profunda interioridad, desde su profunda relación personal
con el Padre, consiste su soberanía: su realeza y mesianismo. Desde ese dominio
interior puede entregarse libremente por todos. Y así, mirándolo a Él en la
cruz, «toda lengua proclama para gloria
de Dios Padre: “Jesucristo es el Señor”.» (cf. Flp 2, 11).
A María, Mater Serenitatis – Madre de la Serenidad, le pedimos la gracia de adentrarnos profundamente en el misterio de la realeza mesiánica de Cristo, y así, aprender a permanecer “tranquilos cuando Dios quiere formarnos como instrumentos para la redención del mundo.”[4]Amén.
[1] J.
RATZINGER/BENEDICTO XVI, Jesús de
Nazaret. Desde la Entrada en Jerusalén hasta la Resurrección (Ediciones
Encuentro, S.A., Madrid 2011), 14.
[2] J.
RATZINGER/BENEDICTO XVI, Jesús de Nazaret…,
16.
[3] J.
RATZINGER/BENEDICTO XVI, Jesús de
Nazaret…, 12.
[4] P.
JOSÉ KENTENICH, Hacia el Padre 345.
Hermosa reflexión P. Oscar! Feliz inicio de semana Santa!
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