31° Domingo durante el año
– Ciclo C
El camino de Zaqueo
Queridos hermanos y
hermanas:
Hemos escuchado en el evangelio de hoy (Lc 19, 1-10) el relato del encuentro
entre Jesús y Zaqueo. Pero sobre todo hemos escuchado los pasos que Zaqueo tuvo
que dar para poder encontrarse con el Señor, para poder encontrarse con Jesús.
Les invito a que meditemos sobre este camino de Zaqueo y que nos dejemos
inspirar por él.
«Quería ver quién era
Jesús»
El evangelio nos dice que «Jesús entró en Jericó y atravesaba la ciudad»; nos dice también
que «allí vivía un hombre muy rico
llamado Zaqueo, que era jefe de los publicanos.» Pero el dato más
importante que nos proporciona el evangelio sobre Zaqueo, es que «Él quería ver quién era Jesús».
Es importante que tomemos conciencia del anhelo de
Zaqueo. Sobre todo, teniendo en cuenta que Zaqueo «era un hombre muy rico», «jefe
de publicanos». Se trata de un hombre que posee muchas riquezas materiales,
un hombre con un estilo de vida cómodo, un hombre ocupado en muchas tareas,
trabajos y cálculos. En este sentido, ¿no es también Zaqueo imagen del hombre
exitoso? Posee riquezas, y con ello, poder económico, comodidad e influencia
social.
Y sin embargo, a pesar de todo esto, sigue buscando algo
más. Por eso «quería ver quién era Jesús».
A pesar de sus riquezas, de su comodidad e influencia, Zaqueo anhela algo más. Algo
que ni la riqueza, ni el poder, ni la comodidad puedan dar.
Zaqueo anhela, busca, no se deja contentar o conformar
con los bienes de este mundo. Tal vez en su corazón resuenen las palabras del Salmo 15 (16): «Los dioses y señores de la tierra no me satisfacen». Sí,
el consumo, la comodidad y la avaricia, y la búsqueda enfermiza de placeres[1]
no satisfacen el corazón humano, no lo sacian. Estamos hechos para algo más.
«Subió a un sicómoro para
poder verlo»
Zaqueo convierte su anhelo en búsqueda concreta. No se
queda en la buena intención o en la mera idea, sino que toma una decisión. La
decisión de adelantarse a Jesús y subir a un árbol para verlo al pasar. El
anhelo que llega a ser decisión se transforma en propósitos concretos para
buscar al Señor, y buscándolo dejarse encontrar por Él.
En esta misma línea nos dice el Papa Francisco: “Invito a
cada cristiano, en cualquier lugar y situación que se encuentre, a renovar ahora
mismo su encuentro personal con Jesucristo o, al menos, a tomar la decisión de
dejarse encontrar por Él, de intentarlo cada día sin descanso.”[2]
Sí, anhelar el encuentro con Jesús implica una decisión
concreta por buscarlo y por dejarse encontrar por Él. Implica una decisión
concreta por cultivar nuestra vida espiritual. Implica opciones concretas por
favorecer el cultivo del espíritu.
¿Cuánto tiempo concreto le dedico a la oración día a día?
¿Cuánto tiempo le dedico al diálogo íntimo, personal y auténtico con Jesús?
¿Cuánto tiempo le dedico a la lectura consciente y orante del Evangelio? ¿Me
dejo encontrar por Jesús en el Evangelio? ¿Hago una opción por la Eucaristía
dominical? ¿Busco a Jesús en los distintos ámbitos de mi vida personal,
familiar y laboral? ¿Dejo que Él atraviese mi ciudad y mi vida? (cf. Lc 19,1).
«Lo recibió con alegría»
“Al que arriesga, el Señor no lo defrauda, y cuando
alguien da un pequeño paso hacia Jesús, descubre que Él ya esperaba su llegada
con brazos abiertos.”[3]
Es la experiencia que ha hecho Zaqueo. Él arriesgó, Él se
decidió por buscar a Jesús y dejarse encontrar por Él. Subido al árbol, Jesús
lo miró y le dijo: «Zaqueo, baja pronto,
porque hoy tengo que alojarme en tu casa»; y «Zaqueo bajó rápidamente y lo recibió con alegría» (Lc 19, 5. 6).
Sí, “sólo gracias a ese encuentro –o reencuentro- con el
amor de Dios, que se convierte en feliz amistad, somos rescatados de nuestra conciencia
aislada y de la auto-referencialidad”[5];
somos rescatados de nuestras ataduras y tristezas, de nuestros aislamientos y
egoísmos; somos rescatados de la tentación de pensar y sentir que nuestros
corazones pueden conformarse con la mediocridad o saciarse con el consumo y el
placer egoísta.
«Zaqueo
dijo resueltamente…»
Y ese encuentro que marca la vida, necesariamente deriva
en la conversión. Lo vemos en la historia de Zaqueo. El recibir al Señor en su
casa y en su vida; el sentirse valorado, respetado y amado por Jesús, lo llevó
a abrirse a la capacidad de amar dando de sus bienes a los más pobres y
reparando a los que había perjudicado.
Se nos muestra así la dinámica de la conversión: apertura
al amor de Dios que nos muestra nuestra dignidad de amados, y por ello mismo,
nos muestra nuestra capacidad de amar. La auténtica conversión al Señor nos
lleva también a la conversión hacia los hermanos.
Y comprendemos así como la misericordia sana las heridas
de nuestros pecados y nos lleva a descubrir nuestro yo más auténtico, aquél que
se esconde detrás de tantas pretensiones de poder y de auto-satisfacción. Ante
la mirada de Jesús, “toda falsedad se deshace. Es el encuentro con Él lo que,
quemándonos, nos transforma y nos libera para llegar a ser verdaderamente
nosotros mismos.”[6]
Zaqueo vuelve a ser él mismo, recobra su dignidad, su
identidad más auténtica: «Y Jesús le
dijo: “Hoy ha llegado la salvación a esta casa, ya que también este hombre es un
hijo de Abraham, porque el Hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que
estaba perdido”.» (Lc
19, 9-10).
El camino de Zaqueo es el camino del anhelo que llega a
ser realidad en el encuentro con Cristo y la conversión de vida. Anhelo, decisión, encuentro y conversión, son los pasos del camino que
también nosotros estamos llamados a recorrer para encontrarnos con Jesús en
nuestras vidas, y, encontrándonos con Él, reencontrar nuestra propia
autenticidad.
A María, Madre del camino, le pedimos que mantenga vivo en nuestros corazones el anhelo de su hijo Jesús, para que día a día nos decidamos a buscarlo y a dejarnos encontrar por Él; para que día a día nuestro anhelo se haga decisión, encuentro y conversión. Amén.