La vida es camino

Creo que una buena imagen para comprender la vida es la del camino. Sí, la vida es un camino. Y vivir se trata de aprender a andar ese camino único y original que es la vida de cada uno.
Y si la vida es un camino -un camino lleno de paradojas- nuestra tarea de vida es simplemente aprender a caminar, aprender a vivir. Y como todo aprender, el vivir es también un proceso de vida.
Se trata entonces de aprender a caminar, aprender a dar nuestros propios pasos, a veces pequeños, otras veces más grandes. Se trata de aprender a caminar con otros, a veces aprender a esperarlos en el camino y otras veces dejarnos ayudar en el camino. Se trata de volver a levantarnos una y otra vez cuando nos caemos. Se trata de descubrir que este camino es una peregrinación con Jesucristo hacia el hogar, hacia el Padre.
Y la buena noticia es que si podemos aprender a caminar, entonces también podemos aprender a vivir, podemos aprender a amar... Podemos aprender a caminar con otros...
De eso se trata este espacio, de las paradojas del camino de la vida, del anhelo de aprender a caminar, aprender a vivir, aprender a amar. Caminemos juntos!

viernes, 14 de octubre de 2016

Jesucristo, el buen samaritano

Novenario en preparación al 18 de octubre de 2016 – Santuario de Tupãrenda

4° día: Jesucristo, el buen samaritano

Queridos hermanos y hermanas:

            Con la celebración eucarística en la memoria de la Virgen María, Nuestra Señora del Pilar, estamos viviendo el cuarto día de nuestra novena en preparación a la fiesta del 18 de octubre en Tupãrenda.

            Sin duda que nuestro camino hacia el 18 de octubre está marcado por la gran corriente de vida eclesial que es el Año Santo de la Misericordia. Así lo expresamos en el lema de nuestro novenario: “María, Madre de Misericordia, acércanos al Padre”.

Jesucristo, el buen samaritano

            Nos dice el Papa Francisco: “Siempre tenemos necesidad de contemplar el misterio de la misericordia. Es fuente de alegría, de serenidad y de paz. Es condición para nuestra salvación.”[1]

           
            En el texto del evangelio que hemos escuchado hoy (Lc 10, 25-37) contemplamos de una forma muy gráfica y accesible a  nosotros el misterio de la misericordia de Dios.

            Al contemplar al Samaritano, ¿no contemplamos acaso al mismo Jesucristo que se ha puesto en camino para salir al encuentro de la humanidad que yace herida en el camino de la historia? “Dios, el lejano, en Jesucristo se convierte en prójimo. Cura con aceite y vino nuestras heridas (…) y nos lleva a la posada, la Iglesia, en la que dispone que nos cuiden y donde anticipa lo necesario para costear los cuidados.”[2]

¿Quién es mi prójimo?

            Y si Jesucristo es buen samaritano para nosotros, también nosotros estamos llamados a ser buenos samaritanos para los demás, para nuestros prójimos.

            De hecho, si prestamos atención al texto evangélico nos daremos cuenta que en su respuesta al doctor de la Ley Jesús ha cambiado la perspectiva de la cuestión planteada, y con ello ha dado plenitud a la Ley.

            Luego de que Jesús responda a la pregunta por la Vida eterna uniendo dos preceptos de la Ley –Dt 6,5 y Lv 19,18- diciendo: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas y con todo tu ser. Y al prójimo como a ti mismo» (Lc 10,22); el doctor de la Ley le pregunta: «“¿Y quién es mi prójimo?”»; es decir, ¿a quién debo amar como me manda la Ley de Dios?

            Jesús no entra en la discusión de si hay que amar o no a los que no pertenecen al pueblo de Israel. Jesús no reduce el horizonte del amor como muchas veces nosotros sí lo hacemos. A veces pensamos en nuestros adentros: “amo a los que son como yo; a los que piensan, sienten y hablan como yo”; “estoy dispuesto a amar, pero hasta un límite, no sea que se aprovechen de mí”, o, “me hago amigo de aquellos que me convienen, por prestigio o posición social”. No, este no es el camino de Jesús.

            Jesús cambia la perspectiva de la cuestión y no define quién es el prójimo. Sino que nos invita a transformarnos nosotros en prójimos de los demás. Es el sentido de la pregunta final de Jesús: «“¿Cuál de los tres te parece que se portó como prójimo del hombre asaltado por 
ladrones?”. “El que tuvo compasión de él”, le respondió el doctor.»

            Sí, Jesús se hizo prójimo de cada uno de nosotros para que nosotros nos hagamos prójimos de los demás: de nuestros familiares y amigos; de los que piensan como nosotros y de los que piensan distinto; de los cercanos y lejanos.

            Hacernos prójimos los unos de los otros es el camino del cristiano y es el camino de la vida plena para la humanidad.

¿Qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?

El evangelio sobre el cual estamos meditando todavía nos presenta una dimensión más sobre la cual vale la pena reflexionar. Hemos descubierto con Jesús que nuestro camino de vida es hacernos prójimos los de los otros a partir de una pregunta: «“Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la Vida eterna?”».

Ante esta pregunta, el camino que Jesús señala es el del amor: el del amor a Dios, al prójimo y a uno mismo. Y señala ese camino porque en el fondo la Vida eterna es amor: es continua relación de Dios con los hombres y de los hombres entre sí. Es participar en la constante relación de amor que es la Trinidad.

“Jesús, que dijo de sí mismo que había venido para que tengamos vida y la tengamos en plenitud, en abundancia (cf. Jn 10,10), nos explicó también qué significa “vida”: “Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo” (Jn 17,3). La vida en su verdadero sentido no la tiene uno solamente para sí, ni tampoco sólo por sí mismo: es una relación.”[3]

Comprendemos ahora que la misericordia es el camino hacia la Vida eterna, la vida plena. Comprendemos ahora que el hacernos prójimos los unos de los otros nos prepara para la vida del mundo futuro. Y comprendemos finalmente que la misericordia “es la palabra que revela el misterio de la Santísima Trinidad” y que “es la ley fundamental que habita en el corazón de cada persona cuando mira con ojos sinceros al hermano que encuentra en el camino de la vida.”[4]

            A María, Madre de Misericordia, que se hace prójima nuestra en el Santuario le pedimos que con Cristo nos cobije, nos transforme y nos envíe como buenos samaritanos que acercan la misericordia de Dios a todos los hombres. Amén.


[1] PAPA FRANCISCO, Misericordiae Vultus 2.
[2] J. RATZINGER/BENEDICTO XVI, Jesús de Nazaret. Desde el Bautismo a la Transfiguración (Editorial Planeta Chilena S.A., Santiago 2007), 242.
[3] BENEDICTO XVI, Spe Salvi 27.
[4] PAPA FRANCISCO, Misericordiae Vultus 2.

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