Novenario en preparación
al 18 de octubre de 2016 – Santuario de Tupãrenda
4° día: Jesucristo, el
buen samaritano
Queridos hermanos y
hermanas:
Con la celebración eucarística en la memoria de la Virgen
María, Nuestra Señora del Pilar,
estamos viviendo el cuarto día de nuestra novena en preparación a la fiesta del
18 de octubre en Tupãrenda.
Sin duda que nuestro camino hacia el 18 de octubre está
marcado por la gran corriente de vida eclesial que es el Año Santo de la Misericordia. Así lo expresamos en el lema de
nuestro novenario: “María, Madre de
Misericordia, acércanos al Padre”.
Jesucristo, el buen
samaritano
Nos dice el Papa Francisco: “Siempre tenemos necesidad de
contemplar el misterio de la misericordia. Es fuente de alegría, de serenidad y
de paz. Es condición para nuestra salvación.”[1]
Al contemplar al Samaritano, ¿no contemplamos acaso al
mismo Jesucristo que se ha puesto en camino para salir al encuentro de la
humanidad que yace herida en el camino de la historia? “Dios, el lejano, en
Jesucristo se convierte en prójimo. Cura con aceite y vino nuestras heridas (…)
y nos lleva a la posada, la Iglesia, en la que dispone que nos cuiden y donde
anticipa lo necesario para costear los cuidados.”[2]
¿Quién es mi prójimo?
Y si Jesucristo es buen samaritano para nosotros, también
nosotros estamos llamados a ser buenos samaritanos para los demás, para
nuestros prójimos.
De hecho, si prestamos atención al texto evangélico nos
daremos cuenta que en su respuesta al doctor de la Ley Jesús ha cambiado la
perspectiva de la cuestión planteada, y con ello ha dado plenitud a la Ley.
Luego de que Jesús responda a la pregunta por la Vida
eterna uniendo dos preceptos de la Ley –Dt
6,5 y Lv 19,18- diciendo: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón,
y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas y con todo tu ser. Y al prójimo
como a ti mismo» (Lc 10,22); el doctor
de la Ley le pregunta: «“¿Y quién es mi
prójimo?”»; es decir, ¿a quién debo amar como me manda la Ley de Dios?
Jesús no entra en la discusión de si hay que amar o no a
los que no pertenecen al pueblo de Israel. Jesús no reduce el horizonte del
amor como muchas veces nosotros sí lo hacemos. A veces pensamos en nuestros
adentros: “amo a los que son como yo; a los que piensan, sienten y hablan como
yo”; “estoy dispuesto a amar, pero hasta un límite, no sea que se aprovechen de
mí”, o, “me hago amigo de aquellos que me convienen, por prestigio o posición
social”. No, este no es el camino de Jesús.
Jesús cambia la perspectiva de la cuestión y no define
quién es el prójimo. Sino que nos invita a transformarnos nosotros en prójimos
de los demás. Es el sentido de la pregunta final de Jesús: «“¿Cuál de los tres te parece que se portó como prójimo del hombre
asaltado por
ladrones?”. “El que tuvo compasión de él”, le respondió el doctor.»
Sí, Jesús se hizo prójimo de cada uno de nosotros para
que nosotros nos hagamos prójimos de los demás: de nuestros familiares y
amigos; de los que piensan como nosotros y de los que piensan distinto; de los
cercanos y lejanos.
Hacernos prójimos los unos de los otros es el camino del
cristiano y es el camino de la vida plena para la humanidad.
¿Qué tengo que hacer para
heredar la vida eterna?
El
evangelio sobre el cual estamos meditando todavía nos presenta una dimensión
más sobre la cual vale la pena reflexionar. Hemos descubierto con Jesús que
nuestro camino de vida es hacernos prójimos los de los otros a partir de una
pregunta: «“Maestro, ¿qué tengo que hacer
para heredar la Vida eterna?”».
Ante
esta pregunta, el camino que Jesús señala es el del amor: el del amor a Dios,
al prójimo y a uno mismo. Y señala ese camino porque en el fondo la Vida eterna
es amor: es continua relación de Dios con los hombres y de los hombres entre
sí. Es participar en la constante relación de amor que es la Trinidad.
“Jesús,
que dijo de sí mismo que había venido para que tengamos vida y la tengamos en
plenitud, en abundancia (cf. Jn
10,10), nos explicó también qué significa “vida”: “Esta es la vida eterna: que
te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo” (Jn 17,3). La vida en su verdadero
sentido no la tiene uno solamente para sí, ni tampoco sólo por sí mismo: es una
relación.”[3]
Comprendemos
ahora que la misericordia es el camino hacia la Vida eterna, la vida plena.
Comprendemos ahora que el hacernos prójimos los unos de los otros nos prepara
para la vida del mundo futuro. Y comprendemos finalmente que la misericordia “es
la palabra que revela el misterio de la Santísima Trinidad” y que “es la ley
fundamental que habita en el corazón de cada persona cuando mira con ojos
sinceros al hermano que encuentra en el camino de la vida.”[4]
A María, Madre de Misericordia, que se hace prójima nuestra en el Santuario le pedimos que con Cristo nos cobije, nos transforme y nos envíe como buenos samaritanos que acercan la misericordia de Dios a todos los hombres. Amén.
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