La vida es camino

Creo que una buena imagen para comprender la vida es la del camino. Sí, la vida es un camino. Y vivir se trata de aprender a andar ese camino único y original que es la vida de cada uno.
Y si la vida es un camino -un camino lleno de paradojas- nuestra tarea de vida es simplemente aprender a caminar, aprender a vivir. Y como todo aprender, el vivir es también un proceso de vida.
Se trata entonces de aprender a caminar, aprender a dar nuestros propios pasos, a veces pequeños, otras veces más grandes. Se trata de aprender a caminar con otros, a veces aprender a esperarlos en el camino y otras veces dejarnos ayudar en el camino. Se trata de volver a levantarnos una y otra vez cuando nos caemos. Se trata de descubrir que este camino es una peregrinación con Jesucristo hacia el hogar, hacia el Padre.
Y la buena noticia es que si podemos aprender a caminar, entonces también podemos aprender a vivir, podemos aprender a amar... Podemos aprender a caminar con otros...
De eso se trata este espacio, de las paradojas del camino de la vida, del anhelo de aprender a caminar, aprender a vivir, aprender a amar. Caminemos juntos!

sábado, 15 de octubre de 2016

Levantar los brazos con Cristo

29° Domingo durante el año – Ciclo C

Levantar los brazos con Cristo

Queridos hermanos y hermanas:

            Así como «Jesús enseñó con una parábola que era necesario orar siempre sin desanimarse» (Lc 18,1), también la primera lectura –tomada del libro del Éxodo (Éx 17, 8-13)- nos habla sobre la constancia y el sentido de la oración.

La oración de Moisés

            El Éxodo nos relata una batalla entre los amalecitas e Israel, pero sobre todo nos muestra el rol orante de Moisés durante la batalla que libra su pueblo: «Moisés dijo a Josué: “Elige a alguno de nuestros hombres y ve mañana a combatir contra Amalec. Yo estaré de pie sobre la cima del monte, teniendo en mi mano el bastón de Dios”» (Éx 17,9).

            Durante la batalla de su pueblo, Moisés sube al monte; es decir, sube al lugar de la oración, del encuentro con Dios. La oración misma es como una peregrinación a la cima de un monte, cima en la cual –luego de un arduo caminar- nos encontramos con Dios.

           
          La primera enseñanza que nos deja este relato es que en medio de nuestras batallas y dificultades; en medio de las batallas y dificultades de los nuestros, debemos hacer la peregrinación hacia el monte de la oración.

            En la cima, «mientras Moisés tenía los brazos levantados, vencía Israel; pero cuando los dejaba caer, prevalecía Amalec» (Éx 17,11). Es decir, Moisés no solo debe subir al monte de la oración, sino permanecer en oración implorando por su pueblo.

            También nosotros debemos aprender a permanecer en oración; es decir, orar concretamente con nuestros pensamientos, palabras y gestos; pero también, aprender a mantener una actitud orante a lo largo del día, aun cuando no podamos rezar en todo momento. La actitud orante consiste en cultivar la conciencia de que vivimos en la presencia de Dios, vivimos bajo su mirada bondadosa.

            Muchas veces nos proponemos hacer oración –tomamos propósitos, nos comprometemos con el rezo del santo Rosario o con la celebración eucarística-, y al inicio lo hacemos con entusiasmo. Pero a medida que pasan los días, ese entusiasmo decae, y vamos perdiendo fuerza y constancia en la oración. Nos dejamos llevar por nuestras múltiples ocupaciones, distracciones y cansancios. O simplemente sentimos que no somos escuchados en nuestras peticiones. Estamos lejos del ejemplo de la viuda insistente del evangelio (cf. Lc 18, 1-8).

            Todo esto nos lleva a preguntarnos: ¿Qué es la oración? ¿Cómo vivirla y expresarla? ¿Cómo ser perseverantes en ella?

Los brazos levantados

            Volvamos al relato del Éxodo. Allí se nos dice que: «mientras Moisés tenía los brazos levantados vencía Israel; pero cuando los dejaba caer prevalecía Amalec» (Éx 17,11). ¿Qué significa el gesto de los brazos levantados durante la oración?

            En primer lugar hay que decir que el gesto de los brazos levantados en oración es expresión exterior de la actitud interior del orante. Todo “gesto corporal tiene, en sí mismo, un sentido espiritual, (…) y el acto espiritual, por su parte, tiene que expresarse necesariamente, en virtud de la unidad corpóreo-espiritual del hombre, en el gesto corporal.”[1] Así, la oración, que comprende un reconocer a Dios, adorarle y suplicarle, es un acto humano que implica al hombre en su totalidad: espíritu y cuerpo.

            Así, los brazos levantados en oración expresan al hombre que eleva su mente y su corazón a Dios: es el orante. Pero también expresan su apertura a recibir de Dios su misericordia; “el hombre abre sus manos y, con ello, se abre al otro.”[2] Se trata de búsqueda y apertura.

           
            Pero en el caso de la oración de Moisés hay algo más. No se trata solamente de búsqueda y apertura; se trata de la oración de intercesión en favor de su pueblo. Los Padres de la Iglesia han visto en los brazos extendidos de Moisés, una prefiguración de Cristo en la cruz, el cual, con sus brazos “extendidos entre el cielo y la tierra”[3] intercede por la humanidad ante Dios.[4]

            Por eso los cristianos comprendemos la oración como búsqueda, respuesta y apertura a Dios; la entendemos también como intercesión constante en favor de nuestros hermanos y sus necesidades; pero, sobre todo, entendemos nuestra oración personal y eclesial como una participación en la gran oración de Cristo al Padre.

            Por esta razón, para nosotros el gesto de “los brazos extendidos tiene al mismo tiempo un significado cristológico: nos recuerdan las manos extendidas de Cristo en la cruz. (…) Extendiendo los brazos queremos orar con el crucificado, hacer nuestros sus «sentimientos» (Flp 2,5).”[5] Con Cristo abrimos nuestros brazos y manos al Padre y a los hermanos: se trata del amor a Dios y al prójimo. Ese es el sentido profundo la oración cristiana y su ley interior.[6]

La fe de Cristo

            Esta profunda comprensión de la oración cristiana nace de la fe en Cristo Jesús y en su testimonio de la paternidad misericordiosa de Dios. Solo el auténtico creyente es un auténtico orante. Y Jesús lo sabe.

Por eso, luego de la parábola del “juez inicuo y la viuda insistente” (Lc 18, 2-5), Jesús dice: «Y Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos, que claman a él día y noche, aunque los haga esperar? Les aseguro que en un abrir y cerrar de ojos les hará justicia. Pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?» (Lc 18, 7-8).

Sí, la oración insistente, la oración de intercesión y la espera en la oración, requieren fe. La fe en Cristo y la fe de Cristo. Confiar como Él y con Él en que el Padre bueno y misericordioso escuchará nuestra oración y responderá a ella a su debido tiempo y en la manera adecuada. La oración filial vive de la fe y de la confianza filial.

           A María, Madre creyente y orante, le pedimos que en el Santuario nos eduque en la fe y en la oración, para que con Cristo levantemos nuestros brazos en oración “desde donde sale el sol hasta el ocaso”[7]. Amén.


[1] J. RATZINGER, Obras Completas. Tomo XI: Teología de la Liturgia (BAC, Madrid 2014), 109.
[2] J. RATZINGER, Obras Completas..., 117.
[3] MISAL ROMANO, Plegaria Eucarística de la Reconciliación I.
[4] Cf. J. ALDAZÁBAL, Gestos y Símbolos (Agape Libros, Buenos Aires 2007), 134.
[5] J. RATZINGER, Obras Completas..., 117.
[6] Cf. Ibídem
[7] MISAL ROMANO, Plegaria Eucarística III.

1 comentario:

  1. Durante la noche casi siempre a las 3 de la mañana me despierto y rezo a JHS con los brazos y manos extendidos al cielo
    No sabía por qué lo hacía que instinto me llevaba a actuar así
    Hoy con esta lectura comprendí el motivo
    Sin saberlo estaba adorando más al Señor con mi rezo
    Gracias Padre Santo por todo
    O H Uhlig

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