21° Domingo del tiempo
durante el año – Ciclo A
Mt
16, 13 – 20
«Tú eres Pedro, y sobre
esta piedra edificaré mi iglesia»
Queridos hermanos y
hermanas:
En el evangelio de hoy (Mt 16, 13 – 20) somos testigos de una conversación profunda e
interesante entre Jesús y sus discípulos. Este diálogo tuvo lugar cuando Jesús
y los suyos llegaron «a la región de
Cesarea de Filipo» (Mt 16,13).
«Y ustedes, les preguntó,
¿quién dicen que soy?»
En un primer momento el Señor pregunta: «¿Qué dice la gente sobre el Hijo del
hombre? ¿Quién dicen que es?» (Mt
16,13). Mientras van caminando, pareciera ser que Jesús quiere saber qué piensa
la gente de él; o, para ser más precisos, cómo la gente lo percibe a él y su
ministerio. Los discípulos le responden: «Unos
dicen que es Juan el Bautista; otros Elías; y otros, Jeremías o alguno de los
profetas» (Mt 16,14).
San Pedro deja la barca y las redes. Capilla de la Nunciatura Apostólica. París, Francia. 2003 - 2004. |
Luego, Jesús vuelve a formular una pregunta a sus
discípulos, similar a la primera pero a la vez totalmente diferente, pues
cambia el contexto de la misma. Ahora, Él dirige la pregunta no al “público en
general” sino a sus discípulos, a aquellos a quienes él llamó para hacerlos «pescadores de hombres» (Mt 4,19); a aquellos a quienes él «dio el poder de expulsar a los espíritus
impuros y de curar cualquier enfermedad o dolencia» (Mt 10,1); a aquellos a quienes él instituyó «para que estuvieran con él, y para enviarlos a predicar» (Mc 3,14).
A ellos, Jesús les pregunta: «Y ustedes, ¿quién dicen que soy?» (Mt 16,15). Es interesante notar otro detalle que ha cambiado en la
pregunta. Jesús ya no se refiere a sí mismo con el título «Hijo del hombre», sino que simplemente formula la pregunta usando
implícitamente el pronombre personal “yo”. Él realiza esta pregunta de una
forma muy personal y la dirige a aquellos que lo conocen personalmente.
«Tú
eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo»
Como sabemos, es Simón Pedro quien responde: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo» (Mt 16,16); y, con esta respuesta, Pedro formula la profesión
central de la fe cristiana: “Tú, Jesús, eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo”.
A esta profesión de fe, que Pedro realiza “en nombre de
los Doce”[1],
Jesús responde: «Feliz de ti, Simón, hijo
de Jonás, porque esto no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi
Padre que está en el cielo» (Mt
16,17). Esto significa que el acto de fe, el acto de confianza en Jesús que
Pedro realiza, es fruto no solamente de sus capacidades, sino también de la
gracia de Dios.
Muchos vieron los signos que Jesús realizó, pero no muchos
tuvieron un corazón receptivo para ellos; no muchos vieron lo que Pedro vio y
comprendió en esos signos. Por lo tanto, “para profesar esta fe es necesaria la
gracia de Dios, que previene y ayuda, a los auxilios internos del Espíritu
Santo, el cual mueve el corazón y lo convierte a Dios, [y] abre los ojos de la
mente”.[2]
Y por este acto de fe, Pedro se confía libre y totalmente
a Jesús, y a través de él, a Dios.[3]
Sí, Pedro se confió, se entregó totalmente a Jesús reconociéndolo como Cristo. Cuando
Pedro realizó esta profesión de fe, él no estaba simplemente declarando una
verdad intelectual, más bien, estaba expresando su experiencia vital con Jesús.
Y en esa experiencia de vida, la gracia de Dios actuó para abrirle los ojos y
el corazón de modo que pueda reconocer en Jesús al «Hijo de Dios vivo».
Por lo tanto, necesitamos tener experiencia de Jesús para
reconocerlo como Cristo, como Hijo de Dios, como Salvador. Solo en la
experiencia que se realiza con fe puede el Espíritu Santo actuar. Si no tenemos
una experiencia personal de Jesús; si no tenemos un contacto y una relación
personal con Jesús, entonces seremos como aquellos que solo lo conocen de lejos
y a través de lo que otros han dicho sobre él.
«Tú eres Pedro, y sobre
esta piedra edificaré mi iglesia»
Y
porque Pedro le confió su vida a Cristo Jesús, nuestro Señor le confió a él su
Iglesia: Y yo te digo: «Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi
iglesia, y el poder de la Muerte
no prevalecerá contra ella. Yo te dará las llaves del Reino de los Cielos. Todo
lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en
la tierra, quedará desatado en el cielo»
(Mt 16, 18 – 19).
¡Qué gran responsabilidad! ¡Qué gran confianza! ¡Qué gran
amor! “Las
tres metáforas que utiliza Jesús son en sí muy claras: Pedro será el cimiento
de roca sobre el que se apoyará el edificio de la Iglesia; tendrá las
llaves del reino de los cielos para abrir y cerrar a quien le parezca
oportuno; por último, podrá atar o desatar, es decir, podrá decidir o
prohibir lo que considere necesario para la vida de la Iglesia, que es y sigue
siendo de Cristo.”[4]
Aunque
sabemos que “siempre es la Iglesia de Cristo y no de Pedro”[5],
es impresionante la gran confianza y misión que el Señor puso sobre los hombros
de Pedro. ¿Por qué el Señor puso su confianza en Pedro? ¿Por qué el Señor le
encargó esta misión?
Tal
vez tratemos de responder a esta pregunta pensando en las capacidades de Pedro,
o en su impulsividad o en su lealtad. Sin embargo, por los evangelios sabemos
que Pedro era un sencillo y rudo pescador; y también conocemos sus debilidades e
inconsistencias. Entonces, ¿por qué el Señor confió en Pedro?
Pienso
que podemos decir que el Señor confió en Pedro simplemente porque Pedro tuvo
fe, porque Pedro se entregó totalmente a Jesús. En Pedro, Jesús no buscó
primeramente inteligencia o capacidades, sino que, buscó humildad y confianza.
Y cuando el Señor encuentra un corazón humilde, un corazón que confía; entonces
el Señor puede encomendar una gran misión.
Por lo
tanto, cuando tomemos conciencia de que el Señor Jesús nos está entregando una
gran misión, no pongamos en primer lugar nuestras fortalezas y capacidades; más
bien, pongamos en primer lugar nuestra fe y confianza en Jesús. Dejándonos
sostener por la confianza que Jesús tiene en nosotros, podremos llevar adelante
la misión que Él nos ha encomendado.
Con
esta certeza, renovamos nuestra fe en Jesús a través de la Virgen María, Nuestra Señora de la Confianza, rezando:
“Cuando consideramos nuestras propias fuerzas,
toda esperanza y confianza flaquean;
Madre, a ti extendemos las manos
E imploramos abundantes dones de tu
amor.”[6]
Amén.