Domingo 19° del tiempo
durante el año – Ciclo A
Mt
14; 22 – 33
«Fijemos la mirada en
Jesús»
Queridos hermanos y
hermanas:
En el evangelio de hoy hemos escuchado el pasaje que
narra el momento en el cual los discípulos vieron a Jesús caminar sobre las
aguas (cf. Mt 14; 22 – 33). Se nos
dice que «los discípulos, al verlo
caminar sobre el mar, se asustaron. «Es un fantasma», dijeron, y llenos de
temor se pusieron a gritar» (Mt
14,26). Pareciera ser que los discípulos no solamente estaban sorprendidos por
lo ocurrido, sino también asustados. El temor que se apoderó de ellos, se
disipó cuando reconocieron la voz de su Maestro que les dijo: «Tranquilícense, soy yo; no teman» (Mt 14,27).
Se trata de un “episodio, en el que los Padres de la
Iglesia descubrieron una gran riqueza de significado. El mar simboliza la vida
presente y la inestabilidad del mundo visible; la tempestad indica toda clase
de tribulaciones y dificultades que oprimen al hombre. La barca, en cambio,
representa a la Iglesia edificada sobre Cristo y guiada por los Apóstoles.”[1]
También nosotros podemos extraer valiosas enseñanzas para
nuestra vida al ver cómo Jesús “quiere educar a sus discípulos a soportar con
valentía las adversidades de la vida, confiando en Dios, en Aquel que se reveló
al profeta Elías en el monte Horeb en el «susurro de una brisa suave» (1
R 19, 12).”[2]
«Tranquilícense, soy yo;
no teman»
De acuerdo con el texto del evangelio, Jesús «obligó a los discípulos que subieran a la
barca y pasaran antes que él a la otra orilla, mientras él despedía a la
multitud.» (Mt 14,22). Este
versículo hace referencia al episodio inmediatamente anterior del evangelio, en
el cual se nos dice que Jesús alimentó a «unos
cinco mil hombres, sin contar las mujeres y los niños» (Mt 14,21) luego de bendecir cinco panes
y dos pecados (cf. Mt 14; 13 – 21).
Por lo tanto, después del “milagro de la multiplicación
de los panes”, Jesús despide a la multitud y envía a sus discípulos, de modo
que puede subir a una montaña para orar en soledad (cf. Mt 14,23). Luego de tanta actividad, luego de múltiples encuentros con
tantas personas, el Señor necesita un momento de recogimiento, intimidad y
descanso con Dios.
Seguramente también para los discípulos todas estas
experiencias han sido intensas. A través de estas vivencias ellos estaban
conociendo a su Maestro, estaban aprendiendo de sus obras y palabras, y, al
mismo tiempo, eran testigos de la presencia del Reino de Dios en medio de ellos.
Por lo tanto, podemos suponer que cuando los discípulos
se encontraban en la barca, que «ya estaba
muy lejos de la costa, sacudida por las olas, porque tenían viento en contra»
(Mt 14,24), estaban cansados y
agotados por la jornada; y, por lo mismo, no se encontraban preparados para
presenciar el signo que Jesús realizaría ante ellos.
Así, cansados y desprevenidos, los discípulos no pudieron
reconocer a Jesús cuando se acercó a ellos caminando sobre las aguas. En
efecto, «al verlo caminar sobre el mar,
se asustaron. «Es un fantasma», dijeron, y llenos de temor se pusieron a gritar»
(Mt 14,26). Sin embargo, Jesús serena
sus temores al decirles: «Tranquilícense,
soy yo; no teman» (Mt 14,27).
«Ven»
Y cuando los discípulos escuchan la voz de su Maestro, la
paz y la confianza vuelven a sus corazones. Una vez más descubrimos que el
discípulo tiene la habilidad, no solo de escuchar la voz de su Maestro, sino también
de reconocerla en medio de ruidos y distracciones. Y esto es así porque “la
escucha de la fe tiene las mismas características que el conocimiento propio
del amor: es una escucha personal, que distingue la voz y reconoce la del Buen
Pastor (cf. Jn 10,3-5).”[3]
Cristo y san Pedro en el lago (Detalle). Capilla de las Hermanas de la Caridad de san Vicente de Paúl. Fiume, Croacia. Octubre, 2008. |
Y este reconocer la voz del Buen Pastor no solo nos da
paz y confianza, sino también la audacia para seguirlo e imitarlo. Es por ello
que Pedro le dice a Jesús: «Señor, si
eres tú, mándame ir a tu encuentro sobre el agua» (Mt 14,28).
Al tomar conciencia de que es Jesús el que camina sobre
las aguas, Pedro quiere seguirlo e imitarlo. Él ha escuchado la voz de Jesús;
ha reconocido su voz y ha puesto en ella su confianza y su obediencia. Por lo
tanto, cuando Jesús le dice: «Ven» (Mt 14,29), se dirige a su encuentro.
Y de eso se trata la fe: de escuchar, reconocer, creer y
actuar en obediencia a la palabra recibida. A esa experiencia llama nuestro
fundador, el P. José Kentenich, fe
práctica en la Divina Providencia.
Sin embargo, aunque «Pedro,
bajando de la barca, comenzó a caminar sobre el agua» en dirección hacia
Jesús, el texto del evangelio nos dice que «al
ver la violencia del viento, tuvo miedo, y como empezaba a hundirse, gritó:
«Señor, sálvame».» (Mt 14; 29 –
30).
«Fijemos
la mirada en el iniciador y consumador de nuestra fe, en Jesús»
¿Qué le sucedió a Pedro? ¿Qué sucedió con su confianza y con
su fe? “Pedro camina sobre las aguas no por su propia fuerza, sino por la
gracia divina, en la que cree; y cuando lo asalta la duda, cuando no fija su
mirada en Jesús, sino que tiene miedo del viento, cuando no se fía plenamente
de la palabra del Maestro, quiere decir que se está alejando interiormente de
él y entonces corre el riesgo de hundirse en el mar de la vida“.[4]
Sí, aunque Pedro creyó en la palabra de Jesús, centró su
atención no en la voz de su Maestro y en su cercanía, sino en la fuerza del
viento adverso, y por eso se vuelve temeroso. Así sus miedos superan a su fe a
y a su confianza.
Lo mismo nos puede suceder a nosotros. Cuando prestamos
demasiada atención a las dificultades de la vida y nos volvemos pesimistas;
cuando tratamos de resolverlo todo solo con nuestras propias capacidades y
fuerzas, entonces empezamos a sentir la fuerza de los vientos adversos y
comenzamos a hundirnos en las aguas de las preocupaciones y la desesperanza.
¿Qué
podemos hacer para evitar que nos suceda esto? Hagamos lo que nos dice la Carta a los Hebreos: «Fijemos la mirada en el iniciador y
consumador de nuestra fe, en Jesús» (Hb
12,2). Sí, en medio de todas nuestras preocupaciones y problemas; en medio de
todas nuestras dificultades y temores -aún en medio de nuestras debilidades y
pecados-, fijemos nuestra mirada en Jesús.
Si mantenemos nuestros ojos y nuestros corazones fijos en
Él, entonces seremos capaces de dominar los vientos de los desafíos y el mar de
la vida. Y así nuestra vida diaria se convertirá en un camino que nos conducirá al encuentro con
Dios y a la plenitud de vida. Como dice el salmista: «Me harás conocer el camino de la vida, saciándome de gozo en tu
presencia, de felicidad eterna a tu
derecha» (Salmo 16,11).
Pidámosle a la Santísima Virgen María, Mater fidei – Madre de la fe, que nos
enseñe a fijar nuestra mirada y nuestros corazones en su hijo Jesucristo. Lo
hacemos con esta oración:
“Incúlcame más y
más el espíritu de oración;
alza continuamente mi corazón
hacia las estrellas del cielo;
haz que en todo momento
mire al Sol de Cristo
y que en Él confíe en cada circunstancia de la vida.”[5] Amén.
Excelente Pa'i! Agradecido por este servicio
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