Domingo 20° del tiempo
durante el año – Ciclo A
Mt
15, 21 – 28
«Mi Casa será llamada Casa de oración
para todos los pueblos»
Queridos hermanos y
hermanas:
El Evangelio hoy
nos narra el encuentro entre Jesús y una mujer cananea (cf. Mt 15, 21-28). Miremos con atención esta
escena y veamos lo que sucede en el diálogo entre Jesús y esta mujer.
«¡Señor,
Hijo de David, ten piedad de mí!»
Primeramente se nos dice que «Jesús partió de allí y se retiró al país de Tiro y de Sidón» (Mt 15,21); y en este lugar «una mujer cananea, que procedía de esa
región, comenzó a gritar: “¡Señor, Hijo de David, ten piedad de mí! Mi hija
está terriblemente atormentada por un demonio”» (Mt 15,22).
Es importante señalar que esta mujer era considerada
pagana, pues, no pertenecía al pueblo de Israel, el pueblo de Dios según la
carne. Y aunque ella no pertenece a Israel, implora misericordia, y, al
hacerlo, reconoce en Jesús al menos dos cosas: su condición de Mesías de Dios –Hijo de David- y su poder para conceder
la sanación y la salvación a su hija.
Por lo tanto, estamos viendo a una persona que,
aparentemente, está alejada de Dios y de su pueblo. Sin embargo, es ésta
persona la que tiene la capacidad de reconocer la presencia de Dios en Jesús y
su poder salvador. Aunque esta mujer es pagana, está sedienta y anhelante de
Dios.
Tal vez esta sea la primera enseñanza de este pasaje del Evangelio. Muchas personas, que
aparentemente están lejos de Dios o de su Pueblo; en realidad, tienen nostalgia
de Dios, anhelo de Dios. Y ese anhelo de
Dios se expresa en la necesidad de ayuda, de amor y de comprensión; en la
necesidad de sanación, tanto del cuerpo como del alma. ¿Somos capaces de
reconocer ese anhelo de Dios en las personas de hoy? ¿Somos capaces de
reconocer ese anhelo de Dios en aquellos que aparentemente están lejos de la
Iglesia?
No en vano la Iglesia dice de sí misma: “Los gozos y las
esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre
todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas,
tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente
humano que no encuentre eco en su corazón.”[1]
«Mujer,
¡qué grande es tu fe!»
Sin embargo, se nos dice en el texto evangélico que, aunque
la mujer clamó pidiendo ayuda, Jesús «no
le respondió nada» (Mt 15,23). “Puede
parecer desconcertante el silencio de Jesús, hasta el punto de que suscita la
intervención de los discípulos, pero no se trata de insensibilidad ante el
dolor de aquella mujer. San Agustín comenta con razón: «Cristo se mostraba
indiferente hacia ella, no por rechazarle la misericordia, sino para inflamar
su deseo» (Sermo 77, 1: PL 38, 483).”[2]
Jesús y la mujer cananea. Capilla Redemptoris Mater. Ciudad del Vaticano, 1996 - 1999. |
Y la mujer cananea muestra una gran humildad y fe al
responder: «¡Y sin embargo, Señor, los
cachorros comen las migas que caen de la mesa de sus dueños!» (Mt 15,27). Luego de que la mujer cananea
se humilló a sí misma, el Señor Jesús la ensalzó y le concedió su pedido: «Mujer, ¡qué grande es tu fe! ¡Que se cumpla
tu deseo!» (Mt 15,28).
Así, en el evangelio de hoy, es la mujer cananea la que
nos enseña cómo debemos presentarnos ante el Señor en la oración. El primer
paso es pedir el don de la misericordia para nosotros y para los que amamos.
Luego, reconocer al Señor como Dios, como Aquel que puede salvarnos.
Finalmente, debemos humillarnos –hacernos pequeños- en su presencia. Confianza,
reconocimiento y humildad, son las actitudes de la persona que cree en Dios y busca
su misericordia.
« Mi Casa será llamada Casa de oración
para todos los pueblos»
La experiencia de esta mujer cananea, a quien Jesús “señala
(…) como ejemplo de fe indómita”[3];
nos muestra que la misericordia, el amor y la salvación de Dios son una
realidad para todos los hombres. Con Jesús, la misericordia de Dios rompe las
barreras del prejuicio humano.
Esto se encuentra bellamente expresado en las palabras
del profeta Isaías: « Mi Casa será llamada Casa de oración
para todos los pueblos» (Is
56,7). El profeta preanuncia un tiempo en el cual todos los pueblos se unirán
al pueblo de Israel en el reconocimiento, la alabanza y la adoración al Dios
vivo y verdadero.
Esto es posible al menos por dos razones. En primer lugar,
porque todo aquel que «observa el derecho
y practica la justicia» (cf. Is
56,1) ya se encuentra «unido al Señor,
ama el nombre del Señor y se mantiene firme en su alianza» (cf. Is 56,6). Por lo tanto, es importante
que nosotros, los creyentes, no nos conformemos con una mera pertenencia eclesial
formal y exterior. Muy por el contrario, debemos vivir nuestra pertenencia
eclesial y nuestra experiencia cristiana desde nuestra interioridad, desde nuestro
corazón. Se trata de actitud y acción. O como diría el P. J. Kentenich, se
trata de estar siempre atentos al “máximo cultivo del espíritu”.
Hay también otra razón por la cual la salvación de Dios
está dirigida a todos. San Pablo lo expresa de esta manera: «Porque Dios sometió a todos a la
desobediencia, para tener misericordia de todos» (Rom 11,32). Esto significa que todos los hombres y mujeres
necesitan ser salvados por el Señor. Todos necesitamos del encuentro con Jesús
que es “el rostro de la misericordia del Padre”.[4]
Por lo tanto, nadie está demasiado lejos de la misericordia de Dios. Tanto aquellos
que pertenecen a la Iglesia de una forma activa; como aquellos que rara vez se
acercan a ella, todos necesitan la misericordia de Dios.
Lo único que Dios nos pide es un corazón humilde y
sincero. Un corazón que con confianza busca la presencia de Dios y su misericordia;
un corazón abierto a reconocer a Dios como Salvador; un corazón que es lo
suficientemente humilde como para reconocer la necesidad que tiene de Dios.
Así, tomando conciencia de que toda la humanidad está
llamada a formar parte del Pueblo de Dios, la Iglesia de Cristo, con confianza
nos dirigimos a María, Mater Ecclesiae –
Madre de la Iglesia, y le decimos:
“Ayuda a la Iglesia
a extenderse por todo el mundo
y a caminar victoriosa a través las
naciones,
para que pronto haya un solo rebaño
y un solo Pastor,
que conduzca a los pueblos
hacia la Santísima Trinidad. Amén.”[5]
[1]
CONCILIO VATICANO II, Constitución Pastoral Gaudium
et Spes sobre la Iglesia en el mundo actual, 1.
[2]
BENEDCITO XVI, Ángelus, domingo 14 de
agosto de 2011.
[3]
BENEDICTO XVI, Ángelus, domingo 14 de
agosto de 2005.
[4]
PAPA FRANCISCO, Misericordiae Vultus, 1.
[5] Cf.
P. JOSÉ KENTENICH, Hacia el Padre
528.
Muy buena y sugerente tu prédica de este domingo. Gracias P. Oscar.
ResponderEliminar